EFE | LA PATRIA | Pamplona (España)
El joven torero peruano Roca Rey, que paseó un total de seis orejas en sus dos actuaciones, se convirtió en la feria de este año en el nuevo ídolo de la plaza de Pamplona, al norte de España, tomando así el relevo de Juan José Padilla.
El Pirata, como se autodenomina el diestro, se despidió felizmente de una afición que se supone torista, pero que este año no pudo disfrutar ni de la bravura ni del trapío de los astados.
En la desde hace ya más de medio siglo calificada como Feria del Toro, fue precisamente el toro el que más falló y no tanto en el factor siempre aleatorio de su juego, aunque también, sino en ese otro importante aspecto que siempre se llevó a gala exigir en esta plaza, el del trapío y la seriedad.
Una aparente seriedad que este año se basó únicamente en la aparatosidad de las cornamentas, siempre abundantes o exageradas, de todas las corridas, pues en el cuajo y en la hondura de las reses la mayoría los encierros dejaron mucho que desear por la desigualdad o la fealdad de hechuras de un buen número de ejemplares, cuando no por impresentables, como algunos muy terciados de Cebada Gago o los huesudos Miuras del cierre.
Precisamente, los toros de Jandilla el viernes 13 de julio favorecieron el que acabó siendo el mejor y más redondo espectáculo de todos los Sanfermines, pues la noble bravura de dos de ellos permitió que Padilla pudiera despedirse en triunfo y entre clamores de las peñas de una plaza de la que fue santo y seña durante casi dos décadas.
Ese mismo día, el denominado Pirata de Jerez salió a hombros junto a Roca Rey, ambos con tres orejas cortadas, como un simbólico paso de testigo del antiguo al nuevo ídolo de una plaza que el peruano terminó de conquistar definitivamente con su sólido valor, premiado con dos salidas a hombros que le hicieron proclamarse indiscutible triunfador del abono.
Padilla y Roca fueron los únicos matadores de toros que consiguieron hacer a hombros el recorrido inverso por la puerta del encierro, en tanto que la feria, con un grueso de corridas vulgares y de escaso juego, ofreció, salvo excepciones puntuales, pocas oportunidades de triunfo a los de luces.
Durante estos Sanfermines solo hubo que lamentar dos cornadas, y de menor consideración, a los diestros Paco Ureña y a Javier Castaño, en las dos primeras corridas del abono.
No hubo mucho más que destacar en las corridas, pero sí en la novillada de apertura, con la prometedora actuación de Francisco de Manuel.
Respecto a la asistencia de público, la plaza siguió llenándose tarde tras tarde, tanto en el sol como en la sombra, con 20.000 espectadores en cada corrida.
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