LA PATRIA | Madrid (España)
Siempre se ha dicho, y es un hecho, que Las Ventas es la cátedra del toreo. Es la plaza en la que los cánones se vigilan con mayor exigencia y por eso es tan importante un triunfo que ponga a todo el mundo de acuerdo. Pero llega un día en el que todo se revoluciona, en el que la técnica y esos cánones del toreo pasan a un segundo o tercer plano y la emoción de una inspirada creación deja con la boca abierta hasta al más recalcitrante aficionado. Eso fue lo que sucedió el pasado sábado 1 de junio en Madrid, cuando Antonio Ferrera se encontró con “Bonito”, de la mítica ganadería Zalduendo.
El torero extremeño ya venía enseñando hace algunos años que el pozo de la maestría le había regenerado en otro torero, ya no el de las prisas y los pares de banderillas espectaculares, sino uno más sabio a la hora de administrar las lidias adecuadas a los toros que enfrentaba, uno en el que el reposo y el temple se conjugaban con una expresión más libre, fuera de cualquier catalogación técnica, para adentrarse en el plano de la creación artística. Es decir, la experiencia del maestro con el alma del creador genial y liberado.
Nunca una plaza había visto la dimensión real de lo que Antonio podía llegar a dar hasta que salió “Bonito” de los chiqueros madrileños. ¡Qué forma de torear, por Dios! Podrán buscarse todos los adjetivos que le quepan a una faena tan apabullantemente distinta a las demás, podrán describirse con mayor o menor precisión todas las suertes que las privilegiadas muñecas de Ferrera fue dibujando a lo largo de la lidia, podrá buscarse una explicación a esa manera de entrar y salir del toro cuando, a lo mejor, la estricta norma no escrita de la costumbre obligaba a quedarse a seguir toreando y, de ninguna manera, habría palabras para narrar la desbordante emoción que subía por los tendidos encendidos y aturdidos por lo que estaba sucediendo.
Algunas voces recordaban una línea de “Juncal”, esa preciosa serie que Televisión Española transmitió a mediados de los años 80, en la que el Búfalo exclamaba: “Niño, a ver si te enteras, que lo que estás viendo no lo vas a volver a ver en tu puta vida” (SIC). Pues eso pasó, que Antonio firmó la obra más genial de toda su historia como torero y será casi imposible que lo repita.
Lástima que algunos, como el presidente que ocupó el palco, no tengan la sensibilidad para ser capaces de rendirse ante la evidencia y haya cometido el ridículo de negar la segunda oreja (¿y quizás algo más?) a Ferrera, sobre todo después de esa asombrosa manera de abordar la suerte suprema, pues se alejó unos quince metros de toro para citarle en la suerte de recibir y vaciar la estocada con la misma lentitud con la que toreó.
Tanto le habrá pesado al presidente su rácana actitud, que, tras la incatalogable faena al cuarto, en la que primero fue limando las aristas del toro con su capacidad lidiadora, para después volver a dejar su firma como artista, terminó por concederle las dos orejas, cuando el público había valorado justamente su labor con un único trofeo de Ley. Y es que, lo del palco madrileño da para un capítulo completo de análisis, por la cantidad de errores cometidos en la feria, sin que esto, obviamente, manche para nada el paso de Ferrera por este San Isidro.
Evidentemente, el extremeño contó con la complicidad de un toro como “Bonito”, que derramó su soberbia calidad desde que salió al ruedo. Pero es que no ha sido el único. En esta feria son muchos los toros que han embestido con cualidades para ser recordados, unos por la clase de sus embestidas, otros por su casta encendida o por su bravura integral.
También se recordarán algunas corridas por su exigente dificultad, como la de El Pilar, por poner un ejemplo. Lo cierto es que este año, antes de que termine la feria, ya se puede hablar de un éxito ganadero. De hecho, hasta antes de la corrida del viernes 7 de junio, día en que escribo estas líneas, sólo se habían devuelto a los corrales 5 toros de los 144 lidiados hasta la fecha, cosa que hace unos años era impensable.
Igualmente, los toros protestados por su presencia también han sido pocos y eso habla del buen trabajo que los ganaderos están haciendo en el campo, pues cada año procuran traer a Madrid un toro serio, con mucho trapío, pero sin las exageraciones de antes, pues esta vez ha brillado el toro por su armonía. Sólo la corrida de Las Ramblas ha estado un punto por arriba en sus pavorosas defensas y la de La Quinta se pasó en el volumen que le cabe al tradicional tipo del encaste santacolomeño.
Las demás divisas han mantenido las hechuras de los diversos linajes que tienen cabida en esta plaza y han pasado con nota el alto listón madrileño. Afortunadamente, los reveses ganaderos han sido pocos y eso ha permitido que los éxitos de los toreros se multipliquen. Curiosamente, y es un dato para tener en cuenta, 70 de esos 144 toros lidiados a la fecha eran cinqueños y a ellos les han cortado 13 orejas, justo la mitad de la cosecha de trofeos del ciclo.
Nunca antes se habían lidiado tantos toros con 5 años cumplidos en la feria, lo que habla del compromiso ganadero por traer a Madrid un toro hecho y rematado. Ya sabemos que el comportamiento sólo se sabrá hasta que se lidia y, para el recuerdo, ya queda el grandioso juego de ejemplares como de “Pijotero”, de Fuente Ymbro; “Enviado”, de Montalvo; “Maderero”, de Parladé; “Despreciado”, Juan Pedro Domecq; “Director”, de Victorino Martín; “Madroñito”, de Adolfo Martín; “Bonito”, de Zalduendo; “Poeta”, de Domingo Hernández; “Afortunado”, de Garcigrande; “Garabito I”, de Puerto de San Lorenzo; y los que faltan.
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