JOSÉ MIGUEL ALZATE
LA PATRIA | MANIZALES
La Casa Museo García Márquez se ubica a dos cuadras de la plaza principal de Aracataca (Magdalena), en una calle desolada que viene de la estación del tren, denominada Avenida Monseñor Espejo, y que alberga a cuanto turista llega para saber cómo era la casa de los abuelos paternos del nóbel de literatura.
La vivienda original se demolió hace 45 años y en su reemplazo hay una construcción restaurada por el Ministerio de Cultura que, con una inversión de por lo menos $2 mil millones, conserva algunos rasgos de la casa original, declarada Monumento Nacional en 1996.
Por ello, quienes han leído la obra dicen que no es la misma vivienda inmensa que el novelista Gabriel García Márquez describe en Cien años de soledad, ni la que Úrsula Iguarán amplió con el producto de la venta de bombones, que se reinauguró con la presencia de los 17 hijos, de igual número de mujeres, que el coronel Aureliano Buendía dejó regados en la Costa Caribe.
En familia
Jaime García Márquez, hermano del novelista y quien trabaja en la Fundación para el Nuevo Periodismo, afirmó que no conoció cómo era antes la casa porque nació en Sucre, y al llegar a Aracataca para conocerla, estaba en ruinas.
Aida, también hermana del escritor, manifestó que la casa donde nació Gabo contaba con un largo corredor en madera, con habitaciones a lado y lado, que llegaba a un gran patio. La cocina, al final del corredor, era en paredes blancas, sin las vigas que ahora exhibe, ni los vidrios que le acondicionaron para llenarla de luz. Enseguida quedaba el comedor en el que todos se reunían a escuchar las historias que contaba el abuelo Nicolás Ricardo Márquez. Historias que despertaron en el nieto la pasión por contar cómo sus antepasados fundaron Macondo, y cómo Aureliano Buendía peleó en la Guerra de los Mil días.
Similitudes
El terreno de la vivienda es de grandes dimensiones. Al ingresar, el turista deduce que la casa debió haber sido inmensa, tal como la pinta García Márquez en Cien años de soledad. El patio es el mismo desde donde Remedios La Bella ascendió al cielo mientras le ayudaba a su abuela Úrsula a tender las sábanas. Sin embargo, el mobiliario no es el original.
El turista que haya leído Cien años de soledad puede preguntarse cómo se originó el estropicio que con su presencia descomunal causó José Arcadio cuando regresó a la casa después de varios años de ausencia. García Márquez narra el regresó del hijo que se fue detrás de una trapecista del circo como un suceso que estremeció los cimientos de la vivienda por el portento de hombre en que llegó convertido.
El piso actual en cerámica no hace pensar en la posibilidad de un estremecimiento de la casa por el peso del cuerpo, ni en el susto de Amaranta cuando sintió sus pasos camino a la cocina. Aunque el cuarto donde se hospedaban los guajiros, que queda en el patio trasero, conserva el aire que el novelista le imprimió, hay sitios que no enseñan la verdadera casa que el lector conoce en la novela.
Por ejemplo, la pieza donde el gitano Melquíades se encerraba a descifrar los manuscritos y donde el coronel Aureliano Buendía, en su decrepitud, se dedicó a transformar monedas de oro en pescaditos del mismo metal, da la sensación de que es demasiado pequeña, y de que allí no cabía todo el berenjenal de cosas que debía haber por los tiempos en que el gitano llegó a Macondo trayendo los últimos inventos de los sabios alquimistas de Macedonia.
El corredor de la begonias, que es un referente a lo largo de todo el texto no conserva la autenticidad. Es un simple jardín cubierto por un parasol grande que no le dice nada al turista.
La cocina no conserva la dimensión de la que Úrsula Iguarán ocupaba para batir los 32 huevos con que todas las mañanas hacía el pan. Tampoco aparece la alcoba mítica donde la matrona vivió los últimos años, ciega. Ni la habitación donde dormían Aureliano y José Arcadio cuando este último se volaba en las noches para irse a la cama de Rebeca.
Dato
El año pasado ingresaron a la Casa Museo Gabriel García Márquez 36 mil turistas.
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