Por: Mario Villegas Galarza
LA PATRIA | MANIZALES
Estamos apenas a cinco días de la celebración de la gran noche navideña, que es por excelencia noche de amor, noche de paz. Cabalmente con este nombre existe una canción que es universalmente conocida y cuya letra se halla traducida a todos los idiomas hablados y aún a los dialectos de tierras de misiones cristianas tanto católicas como protestantes.
Y es que ante todo la celebración de la nochebuena, que no es otra cosa que la recordación del nacimiento de Cristo debe prestarse a profundas meditaciones y reflexiones. Pero es una lástima que tal fecha solo sirva para expansiones que limitan con las costumbres más profanas, más paganas. El sentido esencialmente cristiano de la festividad navideña se ha perdido por completo, y en su lugar viene dominando un concepto totalmente hedonista, diríamos casi epicúreo. La mayoría de la gentes, por no decir que todas, espera la noche del 24 de diciembre para dar cabida a una gran variedad de placeres por donde discurren casi todos los pecados capitales, principalmente la gula y la soberbia. Todos hemos olvidado que en esta solemne ocasión se conmemora, justamente, el nacimiento de aquél Niño que, naciendo pobre y desvalido, es la bandera y el símbolo más alto que haya podido concebir el mundo para el imperio de la humildad, la mortificación y el amor.
Sobre todo, Cristo nació, vivid y murió para afianzar el reinado del amor y de la paz. Ya los Profetas del antiguo testamento lo habían prenombrado con el título de PRÍNCIPE DE LA PAZ, y Fray Luis de León, en el nunca bien ponderado libro "Los Nombres de Cristo", agota las maravillas de su estilo renacentista para explicar el hondo sentido y el profundo significado que encierra este apelativo del Hijo de David.
Cabezote noche de amor
Por ejemplo, la recordación de la venida de Jesús a la tierra. nos debe servir, primordialmente, para conservar el amor y la paz entre los hombres. Especialmente, la paz, la armonía y el amor entre los hogares. Sin embargo, nosotros vemos con sumo dolor como en muchas familias que se dicen cristianas por estos días, que son días de afecto y de unión, se hallan totalmente destruídas en su contextura sentimental, moral y espiritual. Cuántos hermanos distanciados de sus hermanos. Cuántos hijos rebelados contra sus padres. Cuántos esposos en donde los vínculos de amor, de comprensión y de afecto que un día los ataron se encuentran totalmente relajados, o completamente rotos. Y lo grave es que en dichos hogares se hace el pesebre y se reza la Novena del Niño Dios, sin pensar que se está obrando de una manera hipócrita, mecánica y rutinaria. Porque para la conmemoración de la llegada de Cristo a la tierra es necesario "disponer los corazones en debida forma", tal como tan bellamente dice la Novena que se acostumbra en nuestro país, a fin de que el Hijo de Dios ten ga en dichos corazones su cuna natural y moralmente.
Con base en estas sencillas reflexiones, nosotros debiéramos hacer la noche del 24 de diciembre la noche del amor, la noche de la paz. Todos los niños de la cristiandad, por esta época, debieran pedir al niño Dios, no los regalos materiales ni la maravillosa juguetería, sino el regalo único, inapreciable, a saber: el Don de la Paz. Primeramente, la Paz para el mundo. Luego, la Paz para Colombia, y por último, la Paz para todos los hogares. Solamente así podremos entonar, con toda sinceridad y justicia, la canción "NOCHE DE AMOR, NOCHE DE PAZ".
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