Navidad, esperanza de siempre

LA PATRIA | MANIZALES

Es hombre, es "un pasajero en tránsito", vive de pasada, pero ancla su esperanza en lo inmóvil, en lo eterno. 

Sí procura llenarse de lo terreno nunca colma su angustia abundante. Los años que pasan le susurran al oído diciéndole que se acerca al borde de la vida.

La Navidad tiene la virtud sublime de mantener en él encendida una esperanza. El hombre no envejece para la eternidad; al contrario, madura para ella, es la meta de su aspiración aunque pueda engañarse en las curvas del camino. 

La Navidad es una esperanza para muchos ya cumplida. Los anuncios proféticos de bienandanza para el hombre de gloria para Dios, de paz, de abundancia no se cumplen acá.

El pueblo de Dios vivió alimentado de esa esperanza y colmó milenios de su historia. Pero fue reprobado y empujado a un ostracismo universal porque no reconoció al enviado de las gentes. Sin embargo "Abraham vió mi lía y se gozó en él", dijo Jesús. Y así los miles de almas que intuyeron en su vida esa luz pasaron a gozar de la abundancia de los bienes en la plenitud inmortal. Y así el mundo de hoy los hombres de hoy, y los de mañana, porque la humanidad no acaba de hallar su camino, siempre estará rectificando pues su patrimonio es la angustia de brazo con una grande esperanza.

 Por eso la Navidad hay que entenderla así; y se equivocan quienes la toman como un pasatiempo ligero. Tratándose de una promesa divina de una inclinación de Dios hacia el hombre, la postura de este no puede ser la de un juego infantil ante la visita de un gran personaje. 

En la Navidad de Cristo está todo el potencial eterno de la ambición humana, el colmo de sus exigencias más ambiciosas, la perennidad de la dicha anhelada.

 J. N. V.