Natalia Mejía
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Con un repertorio multiétnico, interpretado con decisión, la Orquesta Sinfónica de Caldas deleitó el pasado viernes en el Teatro Los Fundadores, dirigida en esta oportunidad por el maestro de origen belga Paul Dury.
La primera obra fue la Obertura del rey de Ys, compuesta por el francés Edouard Lalo. Esta ópera está basada en la leyenda de la ciudad bretona Ys. Al igual que la Atlántida, estaba ubicada por debajo del nivel del mar, protegida por una gran puerta de bronce cuya llave solo poseía el rey. Su hija, tentada por el diablo, logró obtenerla y abrió en medio de una tempestad, razón por la cual la ciudad entera se sumergió. Debido a su parecido con la ciudad de París, se cree que el día que la capital de Francia se hunda, Ys emergerá.
Musicalmente esta historia se traduce en un arranque misterioso, una tensión que crece desde las cuerdas y llega a punto intenso donde aparecen los metales con todo su brillo. A esta sensación de incertidumbre la suavizan el oboe y la flauta. Los cambios en la intensidad estuvieron muy bien dirigidos, asimismo la marcación del tempo, ajustada y precisa, que se notó durante todo el concierto.
En segundo lugar vino el Concierto para Contrabajo, Op.3 del ruso Serge Koussevitzky. Para esta ocasión, el solista César Augusto Barrera ejecutó un abanico muy amplio de notas, todo un reto para la afinación. Destacado porque hizo posible escuchar los registros agudos de un instrumento que, en general, se reserva para los tonos graves dentro de una orquesta. Fue muy expresivo.
Finalmente, la Sinfonía Nº 9 en mi menor, "Nuevo Mundo" del checo Anton Dvořák. A los 51 años, Dvořák viajó desde Praga hacia Nueva York, con el fin de dirigir el Conservatorio Nacional de Música, cargo ofrecido por su fundadora Jeanette Thurber. Como profesor, director y compositor se esperaba que Dvořák liberara al país del predominio de la música europea, y que en cierto sentido les ayudara a construir una nueva música nacional.
Para realizarlo se interesó en la música folclórica negra e india norteamericana, en el canto de pájaros típicos como el petirrojo y el azulejo, y también se inspiró en el poema épico "La canción de Hiawatha". Aunque no olvidó sus raíces europeas y una parte del Scherzo suena como un vals bohemio. Así llegó a crear una sinfonía soñadora, con una gran riqueza melódica. Su estreno mundial el 16 de diciembre de 1893, en el Carnegie Hall de Nueva York, fue un éxito total. En Los Fundadores, más de un siglo después, la ovación del público reflejó el gusto por una obra ambiciosa, llena de vigor, con constantes contrapuntos entre las cuerdas y los vientos. El Largo, movimiento lento, notable, en el corazón de la sinfonía, contrasta con el brío de los demás y transmite esperanza. La orquestación es moderna y panea por los timbres de todos los instrumentos. El resultado es una música dinámica, fuerte, que irradia vitalidad.
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