Jorge Emilio Sierra Montoya (*)
LA PATRIA | MANIZALES
La familia de Otto Morales Benítez -con su padre, don Olimpo, a la cabeza- se había trasladado de Riosucio a Manizales en 1939. Y claro, la bella capital caldense la recibió, de acuerdo con su muy ganado título que la identifica ante el resto del país, con “las puertas abiertas”, es decir, aquella hospitalidad tan propia de los paisas y sus descendientes del Viejo Caldas.
En realidad, don Olimpo había abonado el terreno para merecer esa acogida. Al fin y al cabo sostenía, de tiempo atrás, sólidas relaciones comerciales con empresas y empresarios manizaleños, por sus ventas de café a las casas compradoras nacionales (la de don Pedro A. López, por ejemplo) y de los ingleses, cuando no de manera directa, sin intermediarios.
Otto, a su turno, poseía un conocimiento menor, apenas incipiente, de la ciudad, dada su permanencia anterior en Popayán y Medellín tras la salida definitiva de su pueblo natal . Más bien iba de paso, en vacaciones, para asistir a alguna fiesta -generalmente “en el Club”, como socio-, o simplemente en tránsito hacia Filadelfia, donde su padre era propietario de una hacienda ganadera, con cultivos de maíz y yuca (Hacienda don Olimpo, la bautizó el mismo Otto).
Pero, a su llegada a Manizales en 1944 -con título de abogado a cuestas-, ya en plan de quedarse y no por una corta temporada de vacaciones, la recepción que le brindaron fue excepcional.
“No encontré sino puertas abiertas”, decía.
Bienvenida en LA PATRIA
Para empezar, tuvo las puertas abiertas en el periódico LA PATRIA, cuyo subdirector, Rafael Lema Echeverri, era su amigo de toda la vida, por lo que fue a visitarlo, sin pensarlo dos veces.
“Silvio Villegas, el director, te quiere saludar”, le dijo Lema.
En efecto, el prestigioso autor de La Canción del caminante, miembro ilustre del fogoso grupo de Los Leopardos, suspendió la escritura del editorial para atenderlo y dedicarle casi dos horas para hablar de literatura y alta política (la fuerte oposición al gobierno de López Pumarejo era tema obligado, así le respetara sus hondas convicciones liberales de izquierda), mientras hacía tal o cual anotación sobre temas internacionales o de carácter ético, espiritual, que confirmaba su vas- ta formación intelectual, sustentada en principios cristianos.
Al día siguiente, para sorpresa suya, apareció una nota, en página editorial, sin firma, que reclamaba el apoyo de Caldas y, en particular, del liberalismo regional, a Morales Benítez, para que le dieran las oportunidades debidas co- mo jurista, escritor y orador.
Y si bien Otto pensó que el autor del elogio era Lema Echeverri, éste se encargó de aclararle que la pluma responsable era nada menos que del director, reconocimiento que lo enaltecería en adelante.
No hay porqué extrañar esa actitud. Villegas era de una generosidad intelectual sin par, nunca amigo de opacar a alguien que mereciera destacarse (aunque fuese del partido diferente al suyo), y siempre estimulaba a jóvenes brillantes, conservadores y liberales, cediéndoles las páginas de LA PATRIA o despejándoles el camino en la vida política y social para que se familiarizaran con el protagonis- mo que luego ejercerían muchos de ellos.
Semblanza de Silvio Villegas
Era un maestro, sin duda. Maestro Silvio, le decían. Lo fue desde antes, desde cuando en Bogotá ocupó la dirección de uno que otro periódico (como después dirigió La República, fundado en 1954 por el ex presidente Mariano Ospina Pérez) y desarrolló una intensa actividad intelectual, característica de un digno representante de la mencionada Generación de Los Nuevos.
Otto lo conoció durante su regreso a Manizales, donde Villegas se impuso el propósito de convertir a LA PATRIA en diario de importancia nacional, con enorme influencia en la vida política y cultural del país, propósito que por lo visto consiguió a cabalidad.
Lo consiguió, sí, por ser excelente editorialista, poseedor de vasta cultura y refinado estilo, donde las citas literarias abundaban tanto como sus tesis ideológicas, inspiradas en el pensamiento católico y la derecha francesa, cuya síntesis formuló en uno de sus tantos libros: No hay enemigos a la derecha.
Representaba a la derecha. Incluso estuvo cerca del franquismo y el fascismo, aunque con las distancias de rigor, en ocasiones dentro de cierto radicalismo que muchos tildaban de insensatez o al menos incomprensible en un pensador de su talla.
Era también humanista, o sea, un intelectual metido a la política, apasionado tanto por los asuntos del Estado como por las bellas letras. Eso explicaba que siempre al lado del editorial se publicaran versos de los más célebres poetas colombianos o extranjeros, y que el suplemento literario, bajo su dirección, gozara de amplio reconocimiento a lo largo y ancho del país.
Era a su vez un hombre cívico, preocupado por el desarrollo local y regional, sin perder de vista los asuntos locales y la visión internacional, universal, que deslumbraba a cuantos le conocían.
Morales Benítez no fue, ni mucho menos, la excepción a la regla.
Ramón Marín Vargas
Pero, el citado elogio en LA PATRIA no fue el único que el joven recién desempacado de Medellín recibió en la prensa manizaleña. No; el otro periódico importante de la capital caldense, La Mañana, éste sí liberal, hizo un alto elogio de quien dirigiera, con éxito, el suplemento literario Generación de El Colombiano, donde numerosos escritores caldenses -notaba con gratitud- habían podido mostrar su talento al país.
Tampoco era algo sorprendente en este caso, pues el director de La Mañana, Ramón Marín Vargas, era también intelectual de prestigio, autor del libro Teoría del Liberalismo y cuyo orden mental, con la tranquilidad del espíritu, le daban serenidad, una prosa con suma precisión en el lenguaje, dentro de la mayor elocuencia, y el manejo de múltiples temas sobre el destino de la nación.
Marín Vargas, a propósito, no tardó en ceder el espacio exclusivo del editorial a Morales Benítez cuando, por diferentes motivos, tenía que ausentarse de la ciudad.
El Grupo Atalaya
De otra parte, los miembros del grupo Atalaya le dieron a Otto el honor de incluirlo entre sus miembros, aunque él fuera mucho menor que los demás, entre quienes se destacaba Camilo Orozco, gran prosista, cuyo suave temperamento contrastaba con el amor desbordante, apasionado, por la Revolución Rusa, a la que exaltaba en conmovedores poemas sociales.
En ese grupo militaba asimismo José Hurtado García, director del semanario El Porvenir (que gozaba de amplia circulación en el departamento) y digno exponente de la escuela de Voltaire, Anatole France y Eca de Queiroz, como dejó constancia en páginas que luego, en ocasiones, se transformaron en libros.
Tal fue el caso de sus semblanzas literarias de autores europeos y colombianos (como El senador descalzo, Alejandro Uribe), reunidas bajo el título de Ayer, o Don Quijote encadenado, que puso al personaje cervantino a pasearse en el mundo moderno para luchar por la libertad de prensa, contra las dictaduras de América Latina y el control de precios, o La ciudad sin río, sobre Manizales, una de las primeras novelas urbanas en el continente, capaz de romper con el costumbrismo para abordar las relaciones entre padres e hijos, el amor, etc., en la incipiente urbe de la colonización antioqueña.
A Atalaya pertenecían, además, Efe Restrepo Ese, liberal de izquierda, con enorme capacidad innata para ejercer la crítica literaria por la riqueza de su expresión, quien con los años ejerció el periodismo en el diario Jornada de Jorge Eliécer Gaitán; Antonio J. Arango, autor, entre otros libros, de Oro y miseria y El Quindío, tras haber sido combativo periodista en Centroamérica, de donde trajo un estilo panfletario, de protesta, e Iván Cocherín, escritor de barriadas, casi de tugurios, proletario en sentido estricto, que inundaba sus novelas con bellas metáforas nacidas del ensoñador paisa- je caldense.
Gilberto Agudelo, por su lado, era diector de la revista Atalaya, vocera de las ideas revolucionarias, populares, de izquierda, que se enfrentaban a las ideas de derecha, conservadoras, representa- das por LA PATRIA bajo el liderazgo indiscutible de Silvio Villegas.
“Caí sembrado en Manizales”
Como si lo anterior fuera poco, otro grupo, formado esta vez por universitarios manizaleños que se educaban en Bogotá, Medellín y Popayán, rindió un homenaje a Otto por su brillante carrera intelectual, sus escritos (ensayos, en su mayoría) y el suplemento Generación, cabal expresión del culto que Caldas daba entonces a las bellas letras.
Por último, y ante la propaganda gratuita de que fueron objeto sus tesis de avanzada, un grupo de líderes populares, conformado por artesanos y jefes de barrio, lo invitó a una entusiasta reunión liberal para que la presidiera, no sin ofrecerle de inmediato el pleno apoyo a sus aspiraciones políticas, cualesquiera fuesen.
“Caí sembrado en Manizales”, repetía Otto, con entusiasmo. Y agregaba: “No sentí sino afecto desde que llegué”.
Ahora bien, por esta ciudad cruzaba, se decía entonces, el meridiano intelectual de Colombia. Prueba de ello era la intensa actividad periodística en medios como LA PATRIA y La Mañana, antes mencionados.
Pero, había otros periódicos. Semanarios, en su mayoría. Como el dirigido por Arturo Escobar Uribe, liberal de izquierda, nacido en Andes (Antioquia) y fiel seguidor, por su estilo panfletario, de El indio (Juan de Dios) Uribe y José María Vargas Vila, sobre quienes dejó amplios estudios, igual que sobre el radicalismo liberal del siglo XIX.
O el de Francisco Osorio, más conocido como Pacho Garetas (los apodos son bastante comunes en la cultura paisa), también liberal de izquierda, sólo que con un liberalismo popular, en representación de los artesanos y obreros, aunque sin atizar la lucha de clases tan proclamada por los comunistas de la época.
“Nunca me trataron mal en esos periódicos”, observaba Otto. La iba bien con todo el mundo, según salta a la vista.
(*) Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua
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