ORLANDO SIERRA HERNÁNDEZ
Jefe de Redacción | LA PATRIA
Tiene nombre de apóstol y presencia de papá Noel. Lo conozco sin conocerlo de tanto escuchar su voz en las mañanas, por la lectura de su columna en la Revista "Semana", por algunos cuentos suyos, por su "informe confidencial" en televisión, por algunos reportajes de juventud, cuando era periodista de prensa.
Por él conozco, sin conocer, esa franja de tierra larga y ancha que es San Bernardo del Viento. Sé lo difícil que es conseguir un par de cordones negros, delgados y redondos para zapatos de ojetas pequeñas. Aprendí que las palomas de Aruba son gordas como las de los cuadros de Botero y que Toño, el gaitero de San Jacinto, en Córdoba, toca su instrumento con un frenesí único. Tan grande como la nostalgia de Juan Gossain por su tierra costeña, por su anonimato y por las cocadas de ajonjolí.
- Quiero hacerle una entrevista, le dije a un amigo común: Esteban Jaramillo. Y Esteban me acabó de corroborar entonces mis apreciaciones y me dio, además, otros detalles de su personalidad. Es un lector empedernido y desordenado, me dijo. También que es un católico de primera fila, un garciamarquiano confeso, un hincha del Junior de Barranquilla y un adicto a las corbatas francesas marca Hermes.
Quiero hablar de cosas inútiles
“Son los chilindrines que me hace colocar la mujer. Uno siempre hace lo que la mujer manda y estas corbatas son cosa de ella”, confesó cuando le pregunté por tal gusto.
Le dije que me habían dicho que era bohemio. Me dijo que sentía nostalgia por la bohemia ya que él no la había abandonado. “La bohemia nos dejó a nosotros que es distinto. La tecnificación del periodismo, la prisa de las nuevas modalidades y técnicas periodísticas y la radio que está abierta 24 horas, ya no le permiten a uno ser bohemio. Se acabaron las reuniones con poetas, los versos a las 12 de la noche, las serenatadas, las discusiones. Discutir sobre las cosas inútiles, que es lo más bello de la vida”.
Esto lo dice con nostalgia. Es un gran nostálgico. Y como todo nostálgico, un gran romántico también. Por eso cuando habla de las discusiones de las cosas inútiles, recaba en que es lo más bello de la vida y además lo que más ha querido hacer : “dedicarme a hablar de cosas que para la gente práctica y realista son inútiles; pero que es lo que permite que la vida sea amable. Eso es lo que más añoro”.
Nació en enero de 1949. A los 20 años se inició como cronista de “El Espectador” y desde entonces ha vivido, sufrido, amado, soñado y cumplido con una sola tarea: ser periodista. Hasta sus escarceos literarios se han quedado un poco a la vera por esta que él llama su misión.
Jugar béisbol fue mi sueño
“Yo me siento un escritor frustrado. García Márquez dijo sabiamente que lo malo de la literatura es que uno no escriba cuándo quiera, si no cuándo pueda. Y la verdad es que no quiero ser un escritor irrespetuoso con las letras y creer que puedo hacer esa labor los fines de semana. No, a eso hay que dedicarle todo el tiempo, todas las angustias, todas las vivencias. Eso hay que ejercerlo como un oficio artesanal, 24 horas al día. Y como no puedo hacerlo por el trabajo periodístico, por eso no lo intento. No estoy escribiendo nada. Incluso dejé de escribir mi columna de “Semana” cuando vi que se me estaba convirtiendo en un compromiso y dejaba de ser un placer. Por eso la cancelé. A mi el periodismo me agobió. Me siento en una arena movediza en la cual me estoy hundiendo poco a poco y de la cual es cada día más difícil salir”.
Juan Gossaín, sin embargo, no sólo tiene la frustración de no poder ser un escritor, tampoco pudo ser un gran jugador de béisbol. Jugar en las grandes ligas fue su sueño de niño.
“Lo primero que quise ser fue un buen jugador de béisbol y no pude porque resulté torpe para los deportes. A mí me ponían a jugar simple y llanamente por compasión. Terminé de árbitro. Mis amigos siempre me decían que yo era un excelente árbitro. Lo que pasa es que los que somos malos para los deportes terminamos convertidos en árbitros”, dice.
Pero de sus años de niñez y juventud no sólo tiene el recuerdo de sus sueños de beisbolista. Los tiene todos. “Es un hombre de una gran memoria”, había dicho Esteban Jaramillo. Cierto. Tiene una memoria tan fiel como el perro de lamparita, un personaje de su San Bernardo del Viento.
Y es que los recuerdos de Gossaín tienen la fibra del trópico. Permanecen en él como el ancla del sol al medio día sobre la plaza de San Bernardo del Viento. Así sea como dice él que dijo el expresidente López, “ese loquito que se la pasa contando las procesiones de su pueblo”, la verdad es que su memoria tiene la dicha de estar siempre estacionada en el mejor descampado de la infancia.
“San Bernardo del Viento es para mi un punto de referencia de la infancia, de los mejores recuerdos, de los años pasados, de lo que ya no volverá nunca. Por eso escribo sobre él. Alguien me preguntó por qué no había vuelto si tanto lo añoraba y yo le dije que por que me negaba a confrontar la poesía con la realidad. Para mi San Bernardo del Viento es un venero poético, venero de nostalgia y de recuerdos.
Volver sería como someter a un careo la poesía con la realidad, sabiendo que siempre gana la realidad. Por eso no he vuelto”.
Llevar la vida de cabresto
- Aparte de hablar en sus crónicas sobre San Bernardo del Viento, lo que se detecta en ellas, además, es su nostalgia por el anonimato. Da la sensación de que en cada línea estuviera reclamando esos días que García Márquez llama aquellos en que era feliz e indocumentado.
¿Qué dice al respecto?
“Yo añoro los tiempos perdidos en que uno podía ser buen vecino; en que uno podía ser un ser anónimo. A mi lo que menos me atrae de mi trabajo profesional es la figuración. Por eso no voy a nada. No asisto a cocteles, a actos públicos, a recepciones, a nada. La figuración pública me cohibe, me enreda, me confunde, me hace sentir como prendido de un anzuelo. Yo sólo acepto invitaciones a conferencias en universidades o a reuniones con colegas y eso porque tales encuentros tienen más de acto cultural e intelectual que de figuración”.
Entonces recuerda, con pesar por sí mismo, que se le ha hecho imposible la vida. “Ahora ando con escoltas y la vida como que se me está perdiendo. ¡Miércoles!, el pequeño placer de hablar con el vendedor de cigarrillos en la esquina; el pequeño placer de salir los sábados, porque en Bogotá hace sol los sábados, todo eso se ha ido a pique y eso es lo que quisiera recuperar para mi vida: volver a las delicias del anonimato, tener la tranquilidad del padre de familia que llega a su casa, que ve a sus hijos, que sale con ellos. Como decía alguien bellamente, “poder ir por el mundo llevando la vida de cabresto”. Eso es lo que yo quiero hacer. Pero desgraciadamente no se puede”.
- ¿Por qué dice que no se puede si bastaría con que renunciara a la dirección de noticias RCN y se fuera a algún lugar a escribir lo suyo para recuperar parte del anonimato que anhela?
Juan Gossaín dice entonces que para entender este fenómeno hay que estar metido en su pellejo ya que el cree que todo hombre que todo hombre tiene una misión en la vida y que la suya es la radio. “Y las misiones no se abandonan”, sostiene.
Añade igualmente que lo determinante en la vida no siempre es lo que uno desea, sino el sentido de la misión y que la suya es conducir un noticiero de radio. Dar noticias, difundir hechos. “No puede abandonarse eso aunque uno quiera. Es la fatalidad”.
El sentido de la fatalidad
El sentido de la fatalidad, lo tiene Juan Gossain desde que se recuerda. Para él fue fatal una vaharada de viento fresco, en medio de la plaza de San Bernardo del Viento, pues este levantó las hojas de un almendro y puso al descubierto su beso furtivo con el primer amor. Aquello era un designio. Y es que como para su madre, para este periodista todo cuanto no tiene una explicación racional tiene algo de fatalidad.
"Para mi madre, que es el ser capital en mi vida y que es una curiosa mezcla de costeño y árabe, todo en la vida tiene un sentido de fatalidad, incluso las buenas cosas. El otro día me llamó por teléfono y me preguntó que si sabía lo que le había pasado al pobre de Sabas, un amigo mutuo que ya murió. Le dije que no y me contó que había tenido la fatalidad de ganarse la lotería. Es que para ella todo lo que no tuviera una explicación racional era así".
-Cuál es la fatalidad para su madre de su éxito profesional?
"Haber perdido la intimidad. Las amigas en Barranquilla me dicen que ella habla de su pobrecito hijo que no puede salir solo a la calle. Es que ella me entiende, ella comprende lo que me está pasando, porque de ella lo aprendí”.
Las malas palabras
Costeño hasta la médula, Juan Gossaín tiene unos recuerdos que son de mar, de olas de calor, de palmeras, de sillas de baqueta recostadas contra las puertas, de ranchos de paja con paredes emplastadas con boñiga de vaca, de albarcas de tres puntadas de esas que hacen en las sabanas de Bolívar, de corronchos. Sobre todo de sus queridos corronchos.
“Desconfíe siempre del costeño bullanguero y parlanchín. El costeño es un hombre humilde, reconcentrado, tímido”, dice.
Que los de su tierra, él incluído, hablen un español pleno como un palo de guayabas maduras, llenas de la gusanera del vulgarismo, pero apetitoso y saludable al tiempo, no les quita esa condición. Para él las malas palabras han dejado en su vocabulario ese lugar oscuro de la gratuidad para instalarse en sus escritos como recurso literario. “Mis malas palabras nunca las digo en mi vida diaria; pero son un recurso literario. En la medida en que estén ubicadas en el lugar adecuado, son válidas. Uno lee muchas groserías gratuitas, sin sentido, sin razón. Pero le pregunto: ¿usted ha leído en la historia universal, una grosería mejor colocada que la última palabra de “El Coronel no tiene quien le escriba?" Toda la novela está condensada en esa palabra que es una obscenidad. Sólo que es tan bella, esta dicha con tanta pureza, con tanta exactitud y en un momento tan oportuno que ese ¡Mierda! no había nada con qué reemplazarlo. Era vital allí. Unica”.
Santa Petrona Barroso
- Hablando de literatura, usted que ya ha escrito una novela, ¿tiene acaso bocetada la gran novela que le gustaría escribir?
“La tengo desde hace muchos años. Desde cuando era niño. Tal vez lo que he tenido es miedo de escribirla, porque la historia es tan grande que exige a un escritor profesional, íntegramente dedicado a eso y yo no puedo.
En mi pueblo, hace muchos años, antes de que yo naciera incluso, había una mujer flaca, esquelética y mística a la cual el pueblo llamaba santa Petrona Barroso, porque hacía milagros. Lo curioso de la vida de esta mujer es que de día hacía milagros (curaba enfermos, sanaba vacas con gusanera, salvaba cosechas) y en la noche acaudillaba a los campesinos pobres para invadir tierras. Terminó en la cárcel.
Lo que me apasionaba de la historia es que la pusieron presa, no por hacer milagros sino por invadir tierras. Me parece enorme esta historia de esta mujer a la que le perdonan que hiciera milagros, mas no que hiciera política. Esa es la historia que yo quisiera contar algún día; pero que no me siento con coraje para hacerlo. No tengo el talento para hacerlo”.
Garciamarquiano de tiempo completo, Gossaín es igualmente un gran admirador de John Dos Passos, al que considera el más grande escritor de su época en los EE.UU. “El mejor de todos es Dos Passos. La gran literatura urbana, aquella que comprende al hombre al hombre de la ciudad, que habla de la selva de cemento, es la suya.
“Manhattan Transfer” es la gran novela de Nueva York. Entre los grandes escritores norteamericanos de su época, Steinbeck, Hemingway, Faulkner, Fitzgerald, él es, en mi humilde opinión, el más grande”, afirma.
Pero también tiene como gran deleite la obra de Joseph Conrad, el escritor polaco que a su modo de ver tiene los mejores marineros de la literatura universal. Gossaín se nutre de literatura. Y más que de literatura en sí, se nutre de lecturas. Las suyas son de todo orden, de toda calidad.
"Soy un lector indisciplinado. Soy un devorador de todo, desde catálogos de almacenes de muebles, hasta libros. Yo leo todo lo que me cae en las manos. Folletos, revistas, libros, catálogos, revistas de farándula, folletines. Leo de todo. Es que lo que pasa es que algunas de las mejores cosas las encuentra uno en los peores libros, en folletos. Todo mundo ha perpetrado siempre sus malos versos, como se dice por ahí. Hay que leer, pues, cuanto aparezca”.
No quisiera ser distinto
- Usted que siente tanta nostalgia por no ser literato y que lee de todo, si tuviera la oportunidad de volver a nacer, ¿qué haría?
“Haría lo mismo que he hecho hasta hoy, corrigiendo mis errores.
Esa es la ventaja de volver a nacer. Yo sería el mismo de hoy, periodista. Me sentiría igualmente frustrado como escritor y volvería a tener mis nostalgias. Además sería, como lo soy, un fervoroso creyente”.
Entonces dice que es entrañablemente católico y que su acercamiento a Dios le ha enseñado que la vanidad no es más que una petulancia del hombre. “Todos somos pequeñas cosas, somos briznas de hierba en las manos de Dios. Somos cosa vana, variable y ondulante, como decía Barba Jacob citando a Montaigne”.
Agrega que es consciente de que siempre se equivoca. Que le pasa todos los días de la vida tanto a nivel humano como profesional; pero que procura no equivocarse nunca a nivel moral, que es lo peor.
“Que nunca se extravíe para el hombre la moral ni la sensibilidad. Yo lo único que pido a la gente es eso. Que no pierdan esos supremos valores. Las mayores virtudes son estas en un mundo en el que cada día quedan menos valores y menos cosas de qué asombrarse”.
- ¿Tiene usted algún principio rector de su vida?
- Sí, siempre he pensado que me gustaría regir mi vida por un verso de Rafael Pombo que dice: “feliz el que consulta oráculos más altos que su duelo”.
Manifiesta finalmente que esto es lo que desea por cuanto en dicho verso está la esencia misma del cristianismo, cual es la de entender que hay un ser superior a uno que rige y gobierna todas las cosas.
“Es que Dios, como dijera Einstein, no juega a los malos con el universo”.e
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