LA PATRIA | MANIZALES
Navidad! Navidad! Navidad!
– exclamó de pronto mi abuela sentándose en el sillón centenario de la casona solariega donde navegaba un poco de luz que luego le llenó la falda de atardecer. Yo me senté en su regazo, cada vez más goloso de leyendas nuevas.
– Un día el Niño de Nazareth iba por un sendero entre Miriam y José que dialogaban acerca del último decreto del Rey Herodes. La ventisca de la tarde aventaba hasta ellos las hojas secas y el polvo del camino. De pronto dijo Miriam sonriendo:
– La polvareda no deja ver las estrellas.
Entonces el viento se detuvo.
-¡No abuelita! Hablemos de Noel que vendrá esta noche. Cómo viene Noel?
-Noel – dijo la abuela – viene montado en un camello enjaezado con una alfombra bordada con rayos de luna. Lo sigue una tropa de elefantes cargados con cestas enormes de juguetes.
– Abuelita: y Noel de qué se alimenta?
– No sé. Tal vez de estrellas y cigarras.
– Y habla?
– Cuando habla, canta. Noel tiene la barriga llena de violines y de flautas.
– Uyyy! y eso por qué abuelita?
– Porque como cigarras.
– Abuelita: pero sí cabe por la ventana?
– Cuando va a entrar donde están los zapatos de un niño bueno, se convierte en una abejita.
– Y no pica?
– No hombre. Echa los juguetes y sale para otra casa.
– Pero cómo hace para bajarse de la ventana?
– Es que el Niño le regala una escalera con rayitos de sol que Noel guarda en un taleguito.
– Abuelita: el Niño también viene con Noel?
– El Niño visita primero el corazón de todas las madres, cuenta todas las cunas del mundo, hace la lista de los niños y se la entrega a Noel, escrita en un pliego de papel.
– Pero ese pliego tiene qué ser grandote!
– Es que la luna se convierte en un bloque y de ahí saca hojas de oro el buen Dios. Además, Dios hace la letra chiquitica.
– Abuelita: yo podría ver a Noel?
– No. El viene cuando los niños están dormidos y no le gusta que lo vean desde un día que un niño travieso le tiró de las barbas y le pegó en la nariz con el biberón.
– Abuelita, cuéntame la leyenda de Noel.
Y mi abuela, abriendo mejor la ventana por donde entraba una bocanada de luna nueva, toda madura y redonda sobre la colina enlutada de serenidad, dejó correr sobre mi inocencia el agua lustral de una imposible narración.
-Cuando iba a nacer el Niño en el establo, la Virgen pensó que no había dónde ponerlo. El señor San José recorría angustiado los caminos del contorno buscando paja seca para el pesebre: como era noche de invierno todo estaba cubierto por la nieve. De pronto vio el pobrecito carpintero una cabaña abierta en la lejanía. Se dirigió a ella con Miriam y encontró a un ancianito calentándose al fuego sobre un montón de paja seca.
– Buen anciano – le dijo Miriam – dános un poco de paja para llevar a aquél portal que se ve allá lejos.
El viejecito tomó su canasto, lo llenó de paja y dijo:
-Usted, mi niña, no podría con él: este buen hombre, menos, porque está más viejo que yo, pues basta verle la calva: yo voy con ustedes y llevo al hombro el canasto lleno de paja.
María y José siguieron al anciano por entre la oscuridad: a veces tropezaban en las piedras del camino y el que más se quejaba era el anciano del canasto porque no llevaba sandalias.
Iban a sonar las doce de la noche, cuando llegaron al portal: allÍ los esperaba la mula y el buey que se habían entretenido en dialogar tan bellamente que los cocuyos se detenían para oirlos... Y el Niño nació pocos instantes después. El peregrino del canasto se puso a contemplar a aquella criatura que se iluminaba en un rincón y le dio un beso en la frentecita húmeda y nueva. Entonces oyó claramente que el Niño le dijo estas palabras:
-Tú serás Noel!
Cuando el Niño murió en la Cruz, Noel estaba hacía tiempo en el cielo: era gerente de una fábrica de juguetes y en la puerta de ella lo encontró Jesús una mañana en que subía del camino que conduce a Emaús por la escalera de las estrellas.
Y colorín, colorido…
Mi nieto ya está dormido.
MAURICIO
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