EFE | LA PATRIA | Tánger (Marruecos)
Debe ser la única plaza de toros en el mundo rodeada de mezquitas: la de Tánger, construida allá por 1950, ya nunca más verá una corrida. Su destino inmediato pasa por convertirse en un centro comercial o una sala de espectáculos.
Si no fuera por la que existe en la ciudad de Melilla, el coso de Tánger es la última plaza de toros en pie en toda África y por ella han pasado figuras míticas del toreo como Luis Miguel "Dominguín", el Litri o Manuel Benítez "el Cordobés".
Pero ya no queda ni arena en el ruedo, ocupado ahora por una frondosa higuera, un olivo raquítico y ropa tendida al sol, que pertenece a una de las cuatro familias que ocupa los bajos de esta plaza de 11 mil localidades.
Aunque los tangerinos llaman al lugar "plasa toro" (sic), lo cierto es que la mayor parte de su vida este enorme espacio ha servido para otras cosas de lo más variopintas: feria comercial, ring de boxeo y sala de conciertos.
Incluso fue utilizada como centro de internamiento temporal de inmigrantes subsaharianos en los años noventa, cuando Tánger pasó a ser la palanca de acceso para probar fortuna en Europa.
Posteriormente, ha servido solo como escenario de conciertos, pero en realidad ha permanecido casi todo el tiempo cerrada a cal y canto. A su alrededor, en el barrio de Moghogha, entre charcos y malas hierbas, deambulan por las noches vagabundos y pandilleros, y los vecinos se quejan de la peligrosidad del lugar.
En 2016, el gobierno marroquí declaró la plaza tangerina como "monumento nacional", para blindar el lugar contra cualquier cambio que pudiera afectar a la morfología y la arquitectura del lugar.
Conocedor de esta particularidad, el ayuntamiento de Tánger, propietario del coso tras un regalo del rey Hasán II, emprendió el año pasado una búsqueda realista de posibles destinos para la plaza, y comenzó por indagar en lo sucedido en las plazas catalanas de Barcelona y Tarragona en su nueva etapa postaurina tras la prohibición del parlamento regional sobre las corridas de toros en 2010.
El modelo que finalmente convenció fue el aplicado en Valencia, donde continúan las corridas de toros pero se alternan con otros usos recreativos, y no tanto porque en Tánger vaya a regresar el ganado bravo -algo totalmente descartado-, sino porque el ayuntamiento ha decidido que quiere un "modelo mixto".
La plaza tangerina fue construida en 1950, en los años de mayor fervor nacionalista español impulsado por el franquismo. En Marruecos, nadie pensaba entonces que la independencia del país estaba cerca, y España ejercía su protectorado en el norte del país con la confianza de un largo futuro por delante.
El estatus internacional de Tánger siempre molestó a España, como recuerda el historiador Bernabé López García, y por ello el régimen franquista multiplicaba los gestos patrióticos en defensa de "la españolidad de Tánger".
La plaza, inaugurada a bombo y platillo un 27 de agosto de 1950 con "7 bravísimos toros 7" toreados por Parrita, Martorell y Calerito, nunca fue rentable porque todo -los astados y los toreros- tenían que llegar de la Península, y la Legación española tuvo que sufragar con frecuencia los gastos.
La plaza tuvo seis años escasos de actividad continuada, pero en 1956 (año de la independencia de Marruecos) terminaron los festejos. Se reabrió brevemente en 1970 con El Cordobés como cabeza de cartel, pero aquel fue su certificado de defunción. Y comenzó entonces una nueva vida, pero nadie sabía qué hacer con ella.
La plaza es desde hace unos años hogar de cuatro familias, que se dicen descendientes más o menos directos de Ahmed Yasini, el último acomodador del ruedo tangerino, según relata su hijo Hasán.
Él tiene la llave de la única puerta de acceso a la plaza, además de una serie de documentos expedidos por las autoridades españolas de entonces a nombre de su padre.
En los restos oxidados y carcomidos de un escenario levantado para quién sabe qué actividad, la familia de Hasán cuelga la ropa a tender, porque afortunadamente tienen al menos luz eléctrica y agua corriente.
No queda ni un solo cartel o resto que recuerde que allí hubo toros y toreros. Poco a poco, los visitantes han ido llevándoselo todo.
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