David Jaramillo
LA PATRIA | Melilla (España)
Hace mucho tiempo que Melilla, ese precioso rinconcito español en África, dejó de ser una pequeña fortaleza para convertirse en una ciudad próspera y muy particular. No obstante, guarda ciertas similitudes con aquel caserío amurallado de antaño, pues las piedras que entonces repelían los ataques enemigos se han transformado ahora en un vallado metálico que separa la migración africana del sueño europeo que simboliza esta capital de doce kilómetros cuadrados.
No obstante, esta separación no es impermeable a las expresiones culturales de uno y otro lado. Las celebraciones taurinas trascendieron las fronteras españolas y se propagaron por el continente negro arraigándose en localidades como Orán (Argelia), Maputo (Mozambique), de donde era oriundo el recientemente fallecido diestro Ricardo Chibanga, y las marroquíes de Casablanca, Tánger y Tetuán, que llegaron a tener plazas de toros fijas, aunque ahora casi todas ellas estén derruidas o completamente inactivas.
Y también se celebraron toros en Luanda (Angola), El Aaiún (Sahara Occidental) y Uchda y Villa Snajurjo (ambas en Marruecos). Lamentablemente, Ceuta se quedó son festejos hace varios años, pero en Melilla, la fiesta no sólo resiste, sino que goza de una optimista vitalidad, que se puede palpar echando un vistazo a la cantidad de niños y gente joven que acudieron a la plaza el pasado lunes 3 de septiembre a apreciar la corrida de Julio de la Puerta, con Luis Miguel Encabo, El Fandi y Sebastián Castella en el cartel.
Antes de la bonita plaza de toros actual, Melilla tuvo hasta cuatro cosos distintos por los que desfilaron las figuras de la época, como Vicente Pastor, Juan Belmonte, Ignacio Sánchez Mejías, Marcial Lalanda, Domingo Ortega… Hasta que, en enero de 1946, el alcalde Rafael Álvarez anunció la construcción de un nuevo edificio con capacidad para algo más de ocho mil espectadores. Aun sin terminar la obra de estilo mozárabe, el 8 de septiembre del mismo año, se celebró una corrida con toros de Antonio Pérez de San Fernando, para Pepe Luis Vázquez, Rafael Albaicín, primer diestro en cortar un trofeo aquí, y Pepín Martín Vázquez, a la postre triunfador con tres orejas y un rabo.
A esta corrida asistió el crítico Gregorio Corrochano, que bautizó definitivamente el nuevo edificio como “La Mezquita del Toreo”. Sin embargo, la inauguración oficial se dio un año después, el 6 de septiembre de 1947, día para el que se había anunciado la presencia de Gitanillo de Triana, Manolete y Pepín Martín Vázquez, con toros de Joaquín Buendía, pero la trágica muerte del “Monstruo de Córdoba” una semana antes de esta cita, hizo que se modificara el cartel con la definitiva actuación de Domingo Ortega, Gitanillo de Triana, Luís Miguel Dominguín y Parrita, siendo triunfadores el diestro de Borox, que cortó dos orejas, rabo y pata, y Luis Miguel, que obtuvo el rabo de su primero y salió herido en su segundo.
Desde entonces, cada año por septiembre, se vienen dando regularmente entre uno y tres festejos, con algunas otras celebraciones puntuales en distintas épocas del año. Antonio Ordóñez, Manolo Vázquez, Antonio Bienvenida, El Cordobés, Palomo Linares, Paquirri, que lidió su última corrida antes de la tragedia de Pozoblanco en esta arena, son algunos de los nombres que han hecho historia en su ruedo.
En la actualidad, la plaza es gestionada directamente por la Ciudad Autónoma y aunque las puertas del coso se abren más para conciertos y otros eventos que para las celebraciones taurinas, sí que se vive un buen ambiente durante la feria, pues la corrida se convierte en el eje de las celebraciones locales desde que los toros llegan en barco desde la península, pues la cultura taurina se vive sin complejos y es respetada por el resto de una sociedad que sabe convivir con la diferencia de culto.
No en vano, en Melilla la variedad de creencias religiosas cohabita en tranquilidad, por eso no se hace raro caminar a la plaza de toros para presenciar el festejo al tiempo que se escuchan los llamados a los rezos musulmanes en los altavoces de las Mezquitas, como tampoco es extraño ver a los españoles disfrutar de un concierto y encontrar un tranquilo grupo de musulmanes conservadores o a algunos árabes bailando reguetón, todos ellos bajo las luces de una feria que los agrupa sin ninguna distinción.
Para todos, ir a los toros es una celebración que les recuerda que en este trocito africano hay algo que les hace sentirse en casa. Por eso las mujeres se visten de gitanas al mejor estilo de las ferias andaluzas y acuden en familia a una plaza cómoda y alegre, que se entrega con facilidad a los toreros y disfrutan lo mismo de una corrida de toros, que de un espectáculo cómico taurino o una becerrada local.
Por cierto, el lunes todos salieron a hombros y, aunque los Toros viven un constante acoso a nivel mundial, es gratificante constatar que en este rinconcito africano gozan de una interesante estabilidad. El toreo late en África.
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