LA PATRIA | Manizales
El 18 de marzo de 1979 fue el renacimiento de Rodolfo Rodríguez.
Aunque llegó al mundo en Apizaco, en el estado mexicano de Tlaxcala, hace 64 años -el 22 de febrero de 1952-, su vida se tornó en un capítulo legendario del toreo azteca cuando en ese penúltimo viernes de marzo de 1979, en la Monumental Plaza México, tomó su alternativa.
Su última lidia no fue en la arena, como lo hizo cientos de veces, sino en una camilla de hospital donde reposaba cansado luego de que Pan francés, nombre su segundo toro de la corrida del pasado 1 de mayo en Lerdo (México), lo levantara y, en la caída, un golpe en la cabeza y en la base del cuello le quitara la movilidad en sus extremidades.
Fue Pan francés el nombre del toro que puso fin a la vida de un hombre que sacó su cariñoso remoquete de su vida juvenil como panadero. Incluso, El Pana fue sepulturero.
“Antes toreaba uno por hambre, para luego comprarle una casa a la madre; ahora venden la casa de la madre para torear”, El Pana.
Se arriesgó. En su pasaje como novillero sufrió fatigas que por poco terminan con sus sueños de triunfar en el mundo taurino, entre ellos, una cornada en la femoral que lo tuvo en delicado estado de salud. Remó contra la corriente.
En esa vida de sufrimientos constantes encontró amigas y escuderos que lo llevaron a seguir su rumbo. Por eso, cuando en el 2007 anunció pretenciosamente su retiro definitivo de los ruedos, agradeció sin penas a esas mujeres que los españoles llaman como de vida galante.
"Brindo por las damitas, damiselas, princesas, vagas, salinas, zurrapas, suripantas, vulpejas, las de tacón dorado y pico colorado, las putas, las buñis, pues mitigaron mi sed y saciaron mi hambre y me dieron protección y abrigo en sus pechos y en sus muslos, y acompañaron mi soledad. Que Dios las bendiga por haber amado tanto", resaltó El Pana de una manera prosaica a la televisión local.
Dice Javier López, de la agencia Efe, que en su intento de retiro llegó a la cumbre a su carrera. De hecho, se dispararon sus contrataciones, incluso, en suelo ibérico.
No obstante los momentos de brillo, también se presentaron las tentaciones del abismo. En ocasiones fue incomprendido porque la arrogancia rebasaba su talento. Calmó sus pesares en alcohol, hundido en el fracaso y en la ruindad, tanto así que esos sentimientos mustios se hacían manifiestos en tardes grises en las que cosechó gran cantidad de detractores. Quizás por ello nunca pudo confirmar su alternativa en Las Ventas, en Madrid, a pesar de tantos años en el toreo profesional.
Ese pana, diminutivo de panadero, fue su identidad verbal.
También fue el torero que murió en la plaza, aunque la angustia se extendió por 32 días en una clínica, donde le quitaron su traje verde botella y negro, untado de la sangre de Pan francés, por un vestido del que ni siquiera pudo percatarse el color.
Durante esa agonía tampoco tuvo su característico tabaco, el que llevaba en verano para ver la feria grande de Las Ventas y que paseaba por los callejones de las plazas de su país.
El Pana fue un ser de calle y para la calle, pues, es allí donde finalmente reside su leyenda, entre las galantes y los detractores, entre los presidentes que le aplaudieron y aquellos que le dieron la espalda cuando más pudo necesitarlo.
*Con información de Efe
De acuerdo con Luis Bernando Gómez Upegui, aficionado y presidente de la Plaza de Toros de Manizales, El Pana nunca se presentó en la ciudad.
Sin embargo, su influencia sirvió para el crecimiento de otros toreros manitos que llegaron en este milenio. No obstante, El Pana aprendió de otros que sí pisaron suelo caldense el siglo pasado como Antonio Velázquez Martínez o Lorenzo Garza.
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