Columna: La violencia de la prohibición

Esteban Castro Ramírez

El día más esperado por taurinos y aficionados había llegado. El domingo 22 de enero del 2017 y después de 2 mil 172 días la Plaza de toros La Santamaría abría sus puestas para espectáculos taurinos tras haber sido cerrada por un capricho político de un exalcalde capitalino.

Con sentimientos a flor de piel y el agradecimiento con la vida de tener la oportunidad de volver a pisar la plaza más seria de América, coreamos los himnos correspondientes con la misma pasión que se hace en la Feria de Manizales. Había cesado la horrible noche y el grito de ¡Olé!, el más fuerte que se haya oído en Colombia al iniciar el paseíllo con el pasodoble El Gato Montés del maestro Penella, lo corroboraba.

10 mil 372 almas corearon unidas la palabra ¡Libertad!, sin contar a quienes se encontraban en el callejón y los que no se querían perder la vuelta de los toros a Bogotá desde sus balcones de Torres del Parque, obra del Premio Nacional de Arquitectura Rogelio Salmona.

Durante la corrida, con los silencios típicos de la plaza bogotana, se podían escuchar los disturbios generados por los protestantes, lo que dejaba en claro que la violencia y los violentos se encontraban fuera de la plaza.
El incentivo a la polarización de algunos políticos, que acogieron los toros como la moneda de cambio para conseguir votos, sólo genera odio y resultados vividos como los del domingo cuando niños y adultos mayores fueron agredidos por vándalos soeces, con escupitajos, palos, piedras, cuchillos y perros.

Entramos a una semana decisiva donde la Corte Constitucional tomará partida sobre las corridas de toros. Ya veremos si se respeta el arte de Welles, Sabina, Goya, Picasso, Botero y los Nobel Ortega y Gasset, Hemingway, García Márquez y Vargas Llosa o por el contrario premia los desmanes. Una decisión que podría dejar “sin puntilla” la Feria de Manizales eliminando los más de 10 mil empleos indirectos y mil 200 empleos directos que la fiesta genera.