Pedro Felipe Hoyos*
LA PATRIA | Manizales
Escribir sobre Silvio Villegas me parece muy interesante y más cuando la efemérides de los 50 años de su muerte pasa casi inadvertida. Sufro con que Manizales deje perder un patrimonio inmaterial como lo es su obra escrita.
Entender a este hombre es complejo y requiere una actitud muy especial. La lectura de sus libros como Ejercicios Espirituales (1929), que es de índole humana y No hay enemigos a la derecha, cuyo tema es político, contrastan y creo que confunden al lector incauto, ya que en la obra de Villegas existen dos tendencias: la literaria y la política, que no armonizan propiamente.
En lo literario Villegas es profundo y, por ende, no pierde vigencia su mensaje; y en lo político refleja unos valores que solo en Manizales se pueden concebir, convirtiéndose entonces en una voz muy manizaleña que requiere mucha atención para ser asimilada. Leer a Silvio Villegas es oír discos de 78 revoluciones en un gramófono de la época y percibir cómo, con cada audición, el sonido mejora hasta quedar rápidamente con una nitidez digital.
Silvio Villegas nació el 19 de marzo de 1902, o sea nació antioqueño. Materializa esa segregación de la raíz antioqueña para cimentar culturalmente el departamento de Caldas y especialmente darle identidad cultural a Manizales, la capital del ente administrativo creado en 1905 en el Gobierno de facto del general y presidente Reyes.
Multitudinaria asistencia en la Plaza de Bolívar de Bogotá a las exequias de Silvio Villegas.
El capítulo como Leopardo es tal vez el que más curiosidad cosecha hoy en día, opacando otros temas como el de director de LA PATRIA en dos oportunidades, la segunda (1935- 1940), cuando el periódico lo adquirió Francisco Jaramillo Montoya, hijo del magnate Pacho Jaramillo Ochoa, y que con Gilberto Alzate Avendaño se embarcan en crear el movimiento político Nacionalismo, que se ubicaba más a la derecha que el Partido Conservador oficial. Mostraron gran simpatía por los líderes europeos de derecha como Mussolini, Hitler, Franco y Salazar el portugués, simpatía que les endilgó el mote de fascistas, apelativo que no es aplicable porque esta era una derecha nutrida de ideas colombianas, en ningún caso marionetas de un régimen foráneo como sí sucedió con la izquierda, que desde Moscú era surtida con un ideario condensado en la dogmática obra de Lenin y la financiaban so pretexto de adelantar la revolución roja en el mundo a cambio de una obediencia específica.
Los Leopardos eran cuatro. Se cita a Joaquín Fidalgo Hermida como quinto compañero, pero de él no hay rastro porque no tuvo participación más allá de ser amigo de universidad de estos ávidos estudiantes de derecho en Bogotá. Fueron Leopardos, Augusto Ramírez Moreno (1900-1974), Eliseo Arango (1900-1977), José Camacho Carreño (1903-1940) y Silvio Villegas (1902-1972). Tres antioqueños y un santandereano, o sea hombres de provincia, ávidos de hacerse sentir en la capital. Para el nombre de este grupo en 1920 se inspiró Ramírez en un circo que se estaba presentando en esa época en Bogotá, el cual, dentro de su repertorio, tenía un acto con leopardos.
Así registró LA PATRIA en su primera página del 14 de septiembre la muerte de quien fue su director en dos oportunidades.
La historia de Los Leopardos es fácil de reconstruir porque tres de ellos publicaron libro al respecto: Agusto Ramírez, en 1935 Los Leopardos; José Camacho Carreño, el mismo año, El último Leopardo; y Silvio Villegas Jaramillo, en la editorial Zapata (1937), No hay enemigos a la derecha. Eliseo Arango Ramos nacido en Bagadó, población minera sobre el río Andágueda en el Chocó, nunca publicó libro. Cada uno de estos cuatro amigos era dueño de una personalidad fuerte y diferente a la de los otros; Villegas mismo caracteriza de esta forma sus compañeros: “…Eliseo Arango era romano; Ramírez Moreno, gótico; Camacho Carreño, romántico…”
Los Leopardos, de Ramìrez Moreno es un texto extravagante y divertido porque el autor utiliza el género de novela para describir, con solvencia psicológica, a cada integrante, fuera de las anécdotas fundacionales. Este texto es una oda a la amistad, una reminiscencia íntima de un grupo de amigos donde cada uno adquirió, como grupo e individualmente, éxitos rutilantes. Es un texto sentido y apasionado, pero que no tiene un hilo narrador que, al parecer, Ramírez compensa con unos cuadros vivaces saturados de una profundidad y el uso versátil del idioma.
La obra de Camacho Carreño es muy diferente, es ideológica. Allí expone las ideas centrales del grupo y las justifica: el tema del nacionalismo es de peso para Camacho Carreño y gira alrededor de asentar una identidad como nación y respaldarla estatalmente. La parte panfletaria de este trabajo se centra en la crítica al plenipotenciario Alfonso Lopez Pumarejo y los errores que este cometió al negociar el tratado de paz con el Perú después de la guerra. Estas opiniones también se ven reflejadas en el libro de Bernardo Arias Trujillo: En carne viva (1934). Arias Trujillo había acompañado a José Camacho como secretario de esa delegación diplomática al Cono Sur.
El libro de Silvio Villegas es muy estructurado, casi académico además de biográfico, ya que trae a colación anécdotas del grupo y de sus integrantes. Igual que Camacho Carreño, justifica su ideario demostrando en qué problemática se inspiran y en cuáles autores ven reflejados sus ideales. Manifiesta Villegas: “…Los partidos pierden en el poder sus hábitos de lucha; nosotros queremos restaurar para el conservatismo su antigua y noble insolencia. En política lo fundamental es la ofensiva: la defensa es un accidente. Quisiéramos una vasta organización nacional desenvuelta en torno a las ideas tradicionalistas…”
Reaccionaban estos jóvenes ante la insulsa Administración Suárez que concluye en desastre con la dimisión del presidente; recalca Villegas: “...el régimen ya no tenía servidores sino usufructuarios…”
Los tres libros son claros y contundentes y demuestran una capacidad superior para definir, de parte de estos hombres jóvenes, un futuro basado en una ideología para el país. Con razón estos cuatro hombres eran capaces de incidir en la opinión pública y desafiar con éxito a personajes como Marco Fidel Suárez en un principio, y después a Laureano Gómez, ya que estos dos jefes azules nunca se preocuparon de formar una generación de relevo y ese es el eje central de Los Leopardos: participar de lleno en la orientación del Partido Conservador y exigir que a la juventud se le abriera un espacio digno.
Ellos vivieron e hicieron vivir al Partido Conservador un conflicto generacional que esa colectividad no supo aprovechar. Por supuesto que estos hombres, perfectamente hormonados y potentes, desplegaron una fuerza notoria que ayudó a detener la decadencia del Partido después de perder las elecciones presidenciales de 1930, mas Los Leopardos nunca fueron tan radicales y coherentes como Gilberto Alzate Avendaño, que al igual que Jorge Eliécer Gaitán, montó un partido diferente, para no depender de los vetustos jefes tradicionales, sus componendas y sus compromisos secretos.
Caricatura de Silvio Villegas.
Ser Leopardos les facilitó a estos dotadísimos jóvenes estudiantes de Derecho oriundos de la provincia crear una colectividad y desplegar acciones para adquirir una visibilidad dentro del partido y ante la opinión pública; este pacto de asistencia mutua era de gran efectividad porque ellos tenían acceso a toda la prensa nacional, y en el caso de Silvio, dirigía periódicos como LA PATRIA (1924-1928) en Manizales, de donde pasó a El Debate en Bogotá (1928-1935), de donde regresó al Periódico de Casa y permaneció al frente suyo hasta 1940. Así los temas políticos en boca de estos artilleros de ideas adquirían mucha más fuerza por la claridad y la difusión masiva que lograban implementar.
El país tuvo en varias oportunidades jóvenes asociados con una identificación política muy clara, como lo fueron Los Nuevos, que de alguna manera fueron coetáneos y amigos de Los Leopardos. Para los años 20 y 30 las dictaduras europeas, especialmente el antisemitismo de Hitler y la soterrada crueldad de Stalin, no habían mostrado sus lados oscuros y solo después de la guerra se destaparon el holocausto en Alemania y las deportaciones y asesinatos de Stalin, así que la juventud colombiana, durante la época dorada de estos dos focos de atracción, se vinculó a la derecha o con la izquierda, rebasando los límites ideológicos de los partidos tutelares, o sea el Liberal o el Conservador. Para Silvio y sus amigos era claro: “…Nuestro movimiento era esencialmente contrarrevolucionario. Ante el avance del comunismo encontramos un Estado débil, sin más programa que ceder ante las amenazas de la revolución. Aspirábamos a restaurar la autoridad a su primitivo prestigio, renovando los métodos de acción política…”
La corta hegemonía liberal, del año 1930 hasta 1946, encontró en Los Leopardos una fuerza de oposición que asechaba las actuaciones de los presidentes liberales y los fustigaba con gran fuerza, muchas veces en alianza con Laureano Gómez, el otrora detractor de estos felinos, el cual, si bien había ordenado una abstención del Partido Conservador, no contraindicó los ataques al régimen rojo.
Los Leopardos publicaron en 1924, antes de dispersare una vez concluidos los estudios de cada uno, un manifiesto, cerrando este primer ciclo que había empezado en el año 1920 en el periodico La República, de Alfonso Villegas, porque era allí, en la sala de redacción donde la joven inteligencia de Bogotá se daba cita sin distingos de credo político. El segundo ciclo se dio a partir de 1928, cuando Silvio Villegas asume la dirección del periódico capitalino El Debate. Los Leopardos promueven la candidatura de Guillermo Valencia en 1930 y emprenden, una vez derrotados en las urnas, una severa oposición al gobierno de Olaya Herrera.
Villegas manifiesta en No hay enemigos a la derecha, que tenía discrepancias con José Camacho que con el tiempo se fueron asentando, en cambio duró una vida entera la amistad con Ramírez Moreno y Eliseo Arango, que había estudiado con él en el Instituto Universitario de Caldas en Manizales y será el más importante promotor de la creación del departamento del Chocó, siendo senador durante el Gobierno del presidente Ospina Pérez en 1947.
Silvio Villegas.
Silvio Villegas jamás ejerció un cargo ejecutivo, nunca fue alcalde o gobernador, tampoco ministro, siempre actuó como legislador y nunca tuvo gestos narcisos. En política fue siempre, en el sentido metafórico, un mediocampista que organiza el equipo de fútbol y hace los pasegoles. Al parecer, la disyuntiva vivencial que tenía donde había una pugna entre ser literato y ser político, se manifestó mediante esa exagerada discreción.
El fin de este grupo de amigos fue el cambio de las coyunturas políticas, como la que presentó Alzate Avendaño, en 1936, cuando Silvio y Ramírez se adhirieron, pero Camacho se opuso a esta versión caldense de nacionalismo. Después, el enfrentamiento entre Laureano Gómez y Ospina Perez, ocasión en la que Silvio figuró en las líneas ospinistas, lo mismo que Eliseo Arango. Alzate, que seguía haciendo oposición, y fue dejado solo, al retornar Silvio, Eliseo, y Augusto (José había muerto en 1940) al seno del Partido Conservador que dirigía Laureano Gómez. Era de lógica que este grupo, sólo de amigos, sin una estructura diferente de la simpatía personal, completamente romántico, no pudiera tener permanencia en el tiempo, a pesar de ser recordado con más emoción que conocimiento.
* Historiador.
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