La familias que durante toda su vida han vivido en el páramo y que en 1985 experimentaron la erupción del Nevado del Ruiz a pocos kilómetros del cráter Arenas, son las que paradógicamente tienen menos miedo del cambio de actividad de la montaña, que pasó de amarillo a naranja el pasado 31 de marzo y prevé una posible erupción en término de días o semanas.
"Hace 38 años vivo en el páramo y siempre he escuchado lo mismo, que hay posibilidades de erupción. No voy a dejar mi casa, solo me ofrecen tres meses de arriendo. Además, no creo que el volcán haga erupción", expresó María Posada, ama de casa y quien habita al lado de la escuela Nuestra Señora del Rosario, sede tres, Aspar.
Ella vivió la erupción hace 27 años, junto con su esposo y seis hijos, en el sector de Ventanas, en Murillo (Tolima). "En el día cayeron piedras pequeñas, pero en la noche unas rocas más grandes en forma de tizón traspasaron el techo de la casa. Se dañaron unas habitaciones y la cocina".
Dice que una vez pasó la terrible noche y salió de su vivienda, el lodo, la arena y el material piroclasto le llegaba hasta las rodillas.
Esta familia, a pesar de sentir el peligro cerca y de sobrevivir ante semejante situación, decidió seguir radicada en el páramo, pero ahora del lado de Caldas. Desde el mismo municipio de Murillo, Edilberto Fantiño dice no haber visto avalanchas, sino lluvia de arena y piedras.
"Todo se tapó, parecía un valle. Al vernos encerrados, sin ninguna salida, nos reunimos con otras tres familias y pasamos un par de días como pudimos. Cuando veíamos un helicóptero, prendíamos fogatas para que con el humo nos vieran, pero fue inútil. Después de tanto esperar, nos arriesgamos a salir caminando y llegamos hasta donde vivo hoy, Brisas. Nos demoramos 24 horas en ese recorrido".
Fandiño, sin temor a un cambio de actividad a nivel rojo, asegura que la información que hoy tiene de lo que pasa con el Nevado y cómo reaccionar, es la misma de hace 27 años. "No me da miedo porque acá no sentimos temblores, ni olores a azufre. Si por cosas de la vida explota el volcán, me meto con mi esposa en un contenedor de aluminio que hay al lado de la casa, que fue instalado hace 25 años. Me da más miedo que no suban turistas", contestó. Dicho contenedor se convirtió en bodega.
"15 familiares que vivían en una casa al borde de la carretera, en este sector del El Pescador, murieron al no alcanzar a evacuar, la avalancha los tomó por sorpresa y se los llevó. Me salvé de milagro porque ese día estaba en Pereira, pero mi mamá, que hizo el reconocimiento y visitó la vivienda después de lo sucedido, dice que fue horrible ", cuenta Beatriz Cardona, propietaria de una casa en ese sector de la ribera del río Chinchiná.
Esta mujer no oculta su preocupación, más con la pérdida de familiares hace 27 años. Con desconsuelo se une a las palabras de sus vecinos: "me toca quedarme viviendo aquí y arriesgando la vida a pocos metros del río, no tengo a dónde ir".
Otros que vivieron la furia de la naturaleza a los largo del río Chinchiná, cuando explotó el nevado en 1985, fueron los areneros, que sacan gravilla, piedras y arena del agua.
Ellos dicen ser testigos de desastres que provocan las crecientes y avalanchas, pero también agradecen que el río les permite trabajar para conseguir el sustento.
Carlos Alberto Leyva, arenero de 62 años, nacido y criado en El Pescador, al narrar el paso de la avalancha por este sector dice que primero bajó por el río el agua de color azul y después lodo y piedras, que arrastraron todo lo que encontraron a su paso.
Unos familiares que vivían en ese entonces en una casa ubicada en el barrio Primavera, desaparecieron. "Yo sobreviví porque mi rancho estaba en un lugar más alto".
Se escuchan más relatos kilómetros más abajo, siguiendo el cauce del Chinchiná, en el sector conocido como el Campamento, cerca al puente de Santágueda.
"Cuando llegamos al otro día de la avalancha a trabajar, lo primero que encontramos fue una señora muerta. Por curiosidad cogí una navaja, le corté la mano y salió puro lodo", dijo otro arenero.
Luis Ángel, que también trabaja en el río, recuerda que la erupción fue horrible y que el agua llegó hasta la carretera. "Viví con mi familia muchos años a la orilla del río, pero pocos días antes de la avalancha decidimos irnos para el corregimiento de Arauca, estábamos recién mudados y por eso sobrevivimos".
En Manizales la erupción del Nevado del Ruiz se vivió con caída de ceniza. Según lo registró LA PATRIA en su edición 22 mil 578, desde el 12 de septiembre de ese año las personas debían salir a las calles con pañuelos mojados, pues las partículas de la ceniza podrían generar enfermedades y afectar las vías respiratorias. Los techos de muchas casas se caían por el peso del material volcánico.
Luz María Suárez y otros compañeros que barrían las calles vivieron este fenómeno de manera diferente: recogiendo con escobas de iraca los montones de "polvo", como ella lo llama.
"Estar todo el tiempo en contacto con la ceniza nos hacía mucho daño, era como meter la mano a una carbonera, varios compañeros se enfermaron de pulmonía. Al terminar la jornada quedábamos con el pelo, la espalda, las manos y los pies negros. Barrer ese material era complicado".
La cantidad de ceniza sobre las calles y la dificultad para barrerla hizo que a quienes limpiaban las calles les tocara menos cuadras a cargo. Doña María barría todos los días dos manzanas de la Galería.
Así se vivió la emergencia en la ciudad. Hoy, 27 años después, la amenaza está latente y las personas esperan poder afrontar la situación sin mayores problemas.
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