Padre Camilo Arbeláez
LA PATRIA | MANIZALES
Hoy comienza en la Iglesia el Año Litúrgico con el Adviento, tiempo destinado a preparar la venida de Cristo en la Navidad. Qué bueno fuera que este acontecimiento que vamos a celebrar, no pasara sin dejar huellas como tantas cosas que llegan y pasan sin que pase nada. Nos toca insistir ahora en que las celebraciones religiosas no son sólo para recordar sino para revivir.
Algo debe pasar en lo íntimo del alma, al celebrar el nacimiento de Cristo, que debería nacer primero en nuestro propio corazón para sentirnos mejores y más cercanos a Dios y a los hermanos.
Es una pena que por el afán desmedido por lo temporal y a causa de la superficialidad de la vida, no seamos del todo sensibles ante el misterio de Dios que nos envuelve, y no busquemos siempre “lo único necesario” (Luc. 10,42), anunciado por Jesús en su diálogo con Marta en la casa de Betania.
El Evangelio nos cuenta la venida de Cristo como “Dios con nosotros” (Mat. 1,23). Un Dios que hace nuestro camino como hermano y amigo en el peregrinar por la tierra, compartiendo la vida, que él quiso que tuviéramos “en abundancia”.
Jesús nos invita a “poner atención y levantar la cabeza porque se acerca la hora de la liberación”. Es decir, que como cristianos nos mantengamos vigilantes, nunca ajenos o extraños al acontecer de la historia humana y a la vida sin término que nos espera.
Que seamos solidarios con todos en la construcción de un mundo mejor y más fraterno. Nos toca estar despiertos y ser despertadores para tantos que permanecen indiferentes ante el compromiso que como personas tienen con ellas mismas, con la comunidad en que viven y con Dios.
Jesús nos asegura que “la verdad nos hará libres” (Jn. 8,32). Y todos necesitamos esa libertad interior que sólo se alcanza cuando se es fiel a los principios humanos y cristianos, cuando se respeta la dignidad personal propia y ajena, cuando se obra conforme a los dictados de la conciencia bien formada.
Nos toca estar atentos a la voz de Dios que nos habla de distintos modos; por la Palabra revelada, de suyo “más penetrante que espada de doble filo”, pero que espera caer en “buena tierra” y ser acogida con espíritu de fe y un corazón sincero.
Y nos habla el Señor muchas veces directamente en los más íntimo del alma. Recordemos al clásico poeta Lope de Vega, cuando se dolía de no haber atendido antes la llamada de lo Alto:
“Cuántas veces el Angel me decía:
alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto afán llamar porfía,
y cuánta hermosura soberana.
Mañana le abriremos, respondía,
para lo mismo responder mañana”.
La copla popular que decían nuestros abuelos, repetía en forma elemental.
“La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va,
Y nosotros nos iremos y no volveremos más”.
Para nosotros, como cristianos, el nacimiento de Cristo debe darse desde el corazón; y para quedarse, porque “solamente El tiene palabras de vida eterna” (Juan 6,68).
Lucas. 21,25-28-34-36
“Manténgase en pie, ante el Hijo del Hombre”.
Palabra del Señor
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