Padre Camilo Arbeláez
LA PATRIA | MANIZALES
En el Evangelio de San Marcos de este domingo se nos narra un nuevo milagro de Jesús en favor de un hombre que no podía ni oír ni hablar. La gente llena de entusiasmo comentaba: “Qué bien lo hace todo. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
Y agregamos nosotros, en muchos casos, a condición de que quieran ejercitar estos sentidos, porque muchos se cierran por dentro como dice la sabiduría que perdura: “No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír, ni peor mudo que el que no quiere hablar”.
Desde la creación del universo, según el libro del Génesis, vio Dios que “todo lo que había hecho era muy bueno” (1,25). Y luego cantará el místico poeta San Juan de la Cruz:
“Mil gracias derramando
Pasó por estos sotos con presura.
Y yéndolos mirando, con solo su figura,
vestidos los dejó de su hermosura”
La verdad es que vamos perdiendo la capacidad de admiración y asombro para ver “las maravillas de Dios” (Luc. 5,26). Porque los avances de la ciencia y de la técnica de pronto no nos dejan ver en profundidad lo más significativo, como lo dijo bellamente “El Principito” de Saint Exupery: “Solo se ve con el corazón. Lo esencial, es invisible a los ojos”.
Recordemos que la Iglesia dirige así su oración a Dios por quien va a recibir el Sacramento del Bautismo: “El Señor que ha hecho oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda a su tiempo, escuchar su palabra y profesar su fe para alabanza y gloria de Dios Padre”.
Todos necesitamos, en el buen sentido, soltar la lengua: para defender a los que no tienen voz y viven marginados de la sociedad, para buscar que prevalezca la justicia, cuando hasta en su nombre se cometen tantos desafueros, para decir la verdad completa, no medias verdades, como lo advierte Antonio Machado:”¿Dijiste media verdad? Dirán que mientes dos veces, si dices la otra mitad”.
También para romper el hielo de la indiferencia y el desamor con tantas personas que nos caen mal, para ayudar a muchos que necesitan palabras de ánimo, de solidaridad y de comprensión en su crecimiento humano y espiritual.
Igualmente necesitamos, también en el buen sentido, abrir el oído para escuchar el clamor de tantos que viven en la pobreza y el desamparo, para estar atentos a la voz de Dios que sigue hablando como en los albores de la historia. “¿Dónde está tu hermano?” (Gén 4,9). Y en el Evangelio de San Mateo nos asegura Jesús que nuestra actitud positiva o negativa frente al hermano con hambre, desnudo, enfermo y en la cárcel, será la materia del examen de todos, en el último día para recibir el premio de Dios o ser destinados a la eterna desventura: “Vengan benditos de mi Padre…Apártense de mí, malditos…(Cf-Mat. 25,31-46)
Nos toca estar abiertos a la invitación continua de Dios que sentimos en lo íntimo del alma a la conversión. El Salmo 94 nos dirá: “Si hoy oyes la voz de Dios no endurezcas el corazón”.
El camino nos lo mostró ya la Virgen María cuando en las Bodas de Caná dijo a los servidores y a todos los creyentes en Cristo: “Hagan lo que Él les diga” (Jn. 2,5).
Y ya sabemos lo mejor que nos dice Jesús: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn. 15-17).
Marc.7,31-37
Jesús “hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
Palabra del Señor
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