COLPRENSA | LA PATRIA | CALI
Cuando llegó a Madrid, Margoth* puso los pies sobre la tierra: su príncipe azul se transformó en sapo. Luego de su fastuoso matrimonio en Cali con John*, un suizo radicado en España, con el que tuvo un noviazgo de fantasía por Internet, ella sintió que la burbuja de ensueño se rompía.
El hombre vino a Cali y se conocieron brevemente. Ella quedó encantada. Era un apuesto rubio ojiazul, como los de los cuentos de hadas, que se presentó como un exitoso “exportador”. El romance se sostuvo a punta de mails hasta que él volvió “para conocer su familia”. Todos quedaron deslumbrados con los regalos y con las atenciones que le prodigaba a ella y a sus parientes. ¿Quién dudaría de él?
Ella, una educadora preescolar, le dio el sí en una elegante fiesta campestre. Se fueron a vivir a Madrid, pero allá no comieron perdices. “A todos nos encantó, pero comencé a dudar cuando se llevó al hermano de ella, que era arquitecto, para que diseñara la casa donde la pareja iba a vivir en las afueras de Madrid, y hasta obreros de construcción”, dice María Teresa Arizabaleta, pariente lejana de Margoth.
“Yo quise advertirles que averiguaran más sobre el supuesto exportador, pero me dijeron que como yo era feminista, que veía malos a todos los hombres”, relata ahora María Teresa.
Ya en la mansión, la joven observó que su marido nunca iba a trabajar como todo el mundo, sino que entraba y salía de la casa varias veces al día.
Luego nació su única hija. La mamá de Margoth fue a conocer su nieta y a apoyar a su hija en su maternidad. Pero un día John se sulfuró por algo y la echó de la casa y la señora tuvo que regresar a Cali repentinamente.
Poco tiempo después comenzó a maltratar a Margoth. Ella empezó a dar señales de que estaba aburrida y que quería regresar, hasta que no resistió más y escapó. Regresó a Cali con la niña. Se veía diferente a la chica hermosa, alegre y vital que solía ser. Ahora era una mujer triste, angustiada, desubicada y muy, pero muy callada.
Un día Margoth salió con su hija, de unos 8 años, a la esquina de la casa a esperar el bus del colegio. Varios disparos de sicarios acabaron con la vida de la mujer, delante de la niña, que corrió. Luego, John se presentó a reclamar la custodia de la pequeña para llevársela a España, pero el ICBF se la negó y se la otorgó a la mamá de Margoth en su condición de abuela materna. Un duro revés para alguien que no está acostumbrado a perder.
Entonces hombres armados raptaron la niña a la salida del colegio. La metieron en un carro y la sacaron del país. “Ahí comienza la lucha de la familia materna para recuperar la niña. La red de organizaciones de mujeres de Colombia denunció el caso en un Congreso Internacional ante el Tribunal de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC), un ente mundial, y los hermanos de Margoth dieron su testimonio. Pero cuando el DESC ya iba a fallar a favor de la familia materna, ésta abandonó el proceso. Se presume que los amenazaron”, dice María Teresa.
Toda una tragedia que empezó con un hombre que simulaba ser un príncipe por Internet.
Ese es el riesgo al que se exponen las personas, más las mujeres, que buscan pareja a través de la red con el sueño de encontrar estabilidad emocional y económica. Pero al empezar a convivir con el ‘galán’, la vida se les convierte en una pesadilla en la que éste se revela violento, maltratador, adicto, traficante de drogas o de personas para la explotación sexual, entre otras conductas. O hasta con rasgos de psicópata, como Harry*, esposo de Yuri*.
Yuri* yace dopada en una clínica de Cali, donde está hospitalizada. Tiene una nueva crisis nerviosa. Teme que un rambo americano entre a su habitación y le descargue toda la ráfaga de su metralleta de última generación.
Su marido, Harry, es un soldado americano de padres colombianos, que la tiene amenazada de muerte. Ella lo contactó por Internet, él vino a conocerla a Cali, se enamoraron, y un año después se casaron. Él regresó a su país y vino a visitarla tres o cuatro veces mientras ella esperaba su visa para viajar. Yury estaba feliz de tener un esposo joven y apuesto, de 23 años, que la llevaría a vivir el sueño americano.
Pero aún sin llegar allá, la luna de miel se le convirtió en una luna de hiel. Los celos extremos la hicieron renunciar a su trabajo de auxiliar contable y a dejar de relacionarse con sus amigos. Él vino en diciembre a llevársela a la fuerza, pero ella le planteó que la relación no funcionaba, y no quiso acompañarlo a Estados Unidos.
Entonces el soldado disparó todo su arsenal de amenazas por Internet y por celular. Toda una campaña de violencia psicológica por las redes sociales donde le decía que la iba a matar, que acabaría con su familia y le exigía devolver “todo” lo que le había dado, que no era ni casa ni carro, sino unos muebles y un comedor. Al final, le envió por mail las fotos íntimas que le había tomado, con la amenaza de publicarlas. Y a la mamá le mandó a decir: “No se meta o aténgase a las consecuencias”.
En efecto, Yuri iba a salir a la calle y veía hombres extraños en los alrededores. Hace un mes llegó llorando, sin poder hablar, al Centro de Promoción Integral para la Mujer y la Familia Taller Abierto, una ONG que brinda atención jurídica y psicosocial a mujeres en situación de riesgo.
“Fuimos a la Fiscalía de la Avenida Roosevelt, nos mandaron a la sede de San Francisco y el fiscal se portó groserísimo, la trató mal, no la atendió y le dijo que volviera al otro día”, relata Laura Toro, abogada de Taller Abierto, que la acompañó en la ruta de atención.
“En la Defensoría del Pueblo sí hayamos respuesta y le expidieron una acción defensorial con la cual le buscamos un hogar de paso, mientras la Fiscalía la llama para recibir la denuncia”, explica la abogada.
Yuri ha tenido que cambiar de domicilio tres veces. Está en calidad de refugiada en su propia tierra, amenazada por esta especie de ‘Harry, el sucio’, que la manipula. A sus 20 años, está atrapada como una mariposa en una telaraña real, por creer todo lo que la red virtual le mostró.
Así, son muchas las que creen que con hacer clic aparece el amor de sus vidas, luego despiertan en un país extraño, donde no conocen a nadie ni hablan el idioma, y quedan desconectadas de su entorno y de su familia, a merced del príncipe... o del sapo con sus diversas modalidades de violencia.
El engaño amoroso virtual no tiene estrato ni diferencia sociocultural. La hija de un médico de Cali también cayó en este espejismo y se casó con un norteamericano, más deslumbrada con las joyas y los regalos que enamorada. “Después volvió de huida de los Estados Unidos y vivía muerta del susto porque el esposo le mandó a poner tipos que la vigilaban. Los papás la tuvieron que sacar de incógnita del país a Europa por temor a que la mandara a matar”, cuenta una activista de la Red de Mujeres Ruta Pacífica.
*Nombres ficticios para proteger la identidad de las víctimas.
Buscar pareja por Internet es un arma de doble filo. Puede haber muchos casos exitosos, pero se corre el riesgo de caer en un campo minado o en un remolino turbulento.
Por más información que se consigne, siempre faltará el contacto real, pues en las visitas por ser tan cortas, el príncipe azul nunca deja ver ese lado oscuro que puede ocultar.
Así le quedó claro a María Fernanda Quintero, una arquitecta caleña que conoció a un peruano chateando en una página de citas online cuando ella tenía 26 años. A los dos años viajó a conocerlo a La Paz (Bolivia), pero allá le llegó el desencanto.
“No siento que él me haya mentido, pero uno no vive un noviazgo real; en mi caso, yo no sabía que tomaba en la forma en que lo hacía y el licor nos separó”, dice ella.
En su concepto, en Internet todo es una ilusión, “uno ahí ve y oye lo que uno quisiera, idealiza todo. Eso muestra que cuando uno no tiene facilidad de relacionarse, busca en Internet lo que no encuentra en la vida real. Es mejor vivir la realidad y no ir a buscar lo que no se le ha perdido en otro lado”, dice esta arquitecta.
Como le pasó a Margoth. La familia de esta mujer que murió frente a su pequeña hija, aparentemente víctima del hombre que la sedujo navegando en la red, clama hoy por volver a ver la niña que fue raptada por el hombre.
“Es lo único que me queda de mi hija y quisiera ver a mi nieta antes de morir”, dice la anciana y agrega: “Cómo me duele que me advirtieron que averiguara quién era ese hombre, me arrepiento de no haber hecho caso...”, dice y dejar escapar sus lágrimas.
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