Padre Camilo Arbeláez
LA PATRIA \ MANIZALES
El Evangelio de San Lucas de este domingo 13 del tiempo ordinario empieza diciendo que Jesús envió mensajeros. Ya podía hablarse de Juan el Bautista, el Precursor, que muestra las sendas del Señor que son de oración, de conversión, de amor. Tarea de todos nosotros como cristianos de ir por el mundo con el Evangelio, como “buena noticia”; y sobre todo, con el testimonio de la vida.
Luego se nos presentan distintas formas de seguir a Cristo. El que generosamente le manifiesta su disposición total y sin condicionamientos: “Señor, te seguiré a donde quiera que vayas”. Se sentía seguro y sabía que con Jesús hacía un buen camino, aunque intuía probablemente que era difícil, porque lo fácil casi nunca es bueno. Pero como quería un “tesoro” ya sabía dónde alcanzarlo. Recordamos ahora el escrito de uno de nuestros pensadores:
“Si buscas un tesoro y lo encuentras facilito, es un pobre tesoro; si rehúsas encontrarlo porque está muy profundo, no mereces el tesoro, si lo buscas con amor y sacrificio, tu esfuerzo es oro, aunque no encuentres el tesoro”.
Advertimos que los creyentes sí encontramos el “tesoro” de Cristo, hasta acercarnos a San Pablo cuando decía “mi vivir es Cristo. Vivo, ya no yo, es Cristo quien vive en mí”. (Fil.1, 21 y Gal. 2,20).
Otros quieren seguir a Cristo, pero todavía no, porque desean atender primero asuntos temporales que en alguna forma consideran prioritarios. Y aunque en su interior oigan la voz de Dios que llama a la conversión y al seguimiento, encuentran siempre disculpas y difieren la invitación. El poeta clásico Lope de Vega del “siglo de oro de la literatura española”, nos dejó unos versos perdurables al confesar con humilde sinceridad:
“Cuántas veces el ángel me decía:
alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía,
y cuánta hermosura soberana.
Mañana le abriremos, respondía,
para lo mismo responder mañana”.
Ya agregaba alguno con ingenio “decimos que mañana y nunca mañanamos”.
Naturalmente que el seguimiento de Cristo significa siempre un compromiso muy serio. Dios promete y da mucho, pero la respuesta nuestra debe ser total y sin limitaciones. Él lo dirá con claridad: “El que empuña el arado y mira para atrás, no sirve para el Reino de los Cielos”.
Que conste, eso sí, que solo se puede seguir a Cristo por amor y con amor. Jesús confirma a Pedro arrepentido de su culpa después del examen sobre el mismo tema: “¿Me amas?”. El Apóstol le responde dos veces en forma afirmativa y le muestra al final su alma entera “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” (Jn. 21,15-17):
Por eso el seguimiento de Cristo tiene que nacer de lo íntimo de nuestro ser. Por eso le pedimos al Señor en el Salmo cincuenta que “nos dé un corazón puro y nos renueve por dentro con espíritu firme”.
Seguir a Cristo, ¡qué maravilla!, pero también qué proeza de generosidad, de entrega, de constancia y de saber con certeza como San Pablo cuando le dice a su discípulo Timoteo: “Yo sé en Quién he puesto mi fe y a Quién he confiado el tesoro de mi vida” (2Tim. 1,12).
Lucas 9,51-62
“El que empuña el arado y mira para atrás, no sirve para el Reino de Dios”.
Palabra del Señor
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