Javier Aja
EFE | LA PATRIA | Dublín
La ciudad de Belfast conmemorará hoy el centenario del hundimiento del transatlántico Titanic, asociado a la capital norirlandesa desde su construcción en los astilleros Harland & Wolff en 1911.
El mítico barco partió del puerto norirlandés el 2 de abril de 1912 con destino a Southampton, la ciudad inglesa desde donde inició su travesía hacia Nueva York, interrumpida en la madrugada del 15 de abril de 1912 tras chocar contra un iceberg frente a las costas de Terranova.
Durante años, Belfast ha tratado de evitar el recuerdo de un desastre que causó mil 500 muertes, pero, un siglo después, la capital muestra con orgullo su pasado trágico.
Este acontecimiento ha cambiado la cara de la capital norirlandesa en busca de atraer turistas no solo interesados en su pasado violento.
Desde la firma del acuerdo de paz del Viernes Santo (1998), miles de visitantes se acercan cada año a los barrios católicos y protestantes de Belfast para contemplar los famosos murales, que, en algunos casos, todavía glorifican a los grupos paramilitares enfrentados en el Ulster durante casi cuatro décadas.
A pie o en los tradicionales taxis negros, el turista también puede visitar en estas zonas periféricas las llamadas "líneas de paz", barreras físicas que aún mantienen separadas a algunas comunidades.
Ambas atracciones forman parte de las denominadas "rutas políticas", uno de los principales activos turísticos de Belfast hasta este año, el del transatlántico "insumergible".
No siempre fue así, pues durante casi un siglo, la sola mención del Titanic provocaba rechazo entre los capitalinos, avergonzados, en cierta manera, por la asociación de su ciudad a un hundimiento que causó mil 500 muertes la madrugada del 15 de abril de 1912.
Belfast, por fin, ha decidido espantar los fantasmas del pasado y celebrar que el Titanic se construyó en Harland & Wolff, los astilleros más importantes del mundo a principios del siglo XX, donde fue botado el 31 de mayo de 1911.
Situados en la desembocadura del río Lagan, en el este de la ciudad, esos astilleros llevan ya 10 años inactivos pero en torno a esta zona portuaria, las autoridades locales han dado forma en los últimos años al Barrio del Titanic, el proyecto turístico más ambicioso jamás emprendido en la provincia británica.
Bares, restaurantes y apartamentos de moderno diseño comienzan a dar vida a este distrito, fácilmente reconocible casi desde cualquier punto de Belfast a poco que se otee el horizonte en busca de las dos icónicas grúas amarillas de Harland & Wolff, conocidas como Sansón y Goliat.
A los pies de estos dos colosos se erige un nuevo hito arquitectónico, el Belfast Titanic, un impresionante edificio de seis plantas y 14.000 metros cuadrados con la forma de cuatro proas de la misma altura del auténtico Titanic, de cuya partida desde el puerto de Southampton se cumplieron 100 años.
Ya en su interior, el visitante inicia un emocionante viaje por las nueve galerías de interpretación que explican la historia de la propia Belfast y del transatlántico, en su día el objeto móvil de mayor tamaño del mundo.
Para conocer más detalles sobre su construcción y botadura desde una perspectiva diferente, nada mejor que subirse a bordo de una de las barcazas de The Lagan Boat Company que zarpan del cercano Muelle de Donegall.
Sus guías inician este paseo con una frase que ha pasado a la historia y que ayudó a los ciudadanos de Belfast, habituados al humor negro, a quitar hierro al accidente del Titanic: "¡Estaba bien cuando salió de aquí!".
En este mismo muelle, la compañía "hermana" The Langan Legacy guarda un valioso cargamento a bordo de otro navío, bautizado simplemente como "La Barcaza de Belfast".
Bajo su cubierta, ocupada por una acogedora cafetería, el visitante podrá adentrarse en el pasado industrial y marítimo de la capital de Irlanda del Norte a través de una exposición bautizada como "La mayor historia jamás contada".
Fotografías, mapas, películas, documentos sonoros y diversos artefactos componen el legado dejado por las miles de personas que contribuyeron a crear uno de los centros industriales más avanzados de la época.
Algunos de esos hombres y mujeres están enterrados en el histórico Cementerio Municipal de Belfast, donde yace Samuel Joseph Scott, quien falleció a los 15 años de edad mientras trabajaba en los astilleros y considerado la primera de las 17 víctimas durante la construcción del Titanic.
Su tumba no fue asignada hasta hace poco a la zona noble de este camposanto, mayoritariamente protestante y donde descansan Edward James Harland (1831-1895), el fundador de Harland & Wolff, o Herbert Gifford Harvey (1878-1912), uno de los ingenieros que perdieron la vida a bordo del Titanic.
Nueva York. La emoción que sintió Robert Ballard cuando descubrió el Titanic, 73 años después del hundimiento, es lo que ofrece una exposición que sumerge al visitante a 3.800 metros de profundidad para que explore el fondo del Atlántico norte y se conciencie de la importancia de preservar sus tesoros.
"Brindamos una oportunidad única, porque nos centramos en el descubrimiento, mostrando material inédito que registra ese momento mágico de 1985, cuando me convertí en la primera persona en ver el Titanic después de que se hundiera", explicó a Efe el descubridor del transatlántico y oceanógrafo Ballard.
La exhibición permanente "Titanic. A 3.800 metros de profundidad", organizada en el acuario de Mystic (Connecticut) por la Fundación de Investigación Submarina coincidiendo con el centenario del naufragio, ha sido concebida por el diseñador de Walt Disney Tim Delaney, y todo en ella se halla al servicio de transmitir el mayor realismo posible.
Algo que intenta conseguir un iceberg incandescente, frío al tacto, "para trasladar la sensación de la gélida y oscura noche del hundimiento", explicó Ballard, o mensajes en código morse enviados por otros barcos advirtiendo de la presencia de hielo en el agua, con los que se anticipa la tragedia en la que 1.500 personas perdieron la vida.
Además, más de 250 horas de película de alta calidad logran zambullir al visitante en el momento del descubrimiento de Ballard, y experimentarlo tal como lo vivió su artífice.
"En ese instante tuve dos reacciones: Una profesional, de alegría y satisfacción, pero la dominante era la humana. Sentí dentro de mí que aquel lugar era muy especial y que merecía un gran respeto", describió Ballard.
Por ello, este explorador experto en barcos naufragados se ha convertido en un abanderado de quienes defienden la tesis de que los objetos del transatlántico deberían permanecer en el fondo del mar.
"El Titanic es una tumba, un monumento conmemorativo, como lo puede ser el Arizona hundido en Pearl Harbour (Hawai), durante la Segunda Guerra Mundial. Muchos países protegen los barcos que están en aguas de su jurisdicción y el Titanic no debería ser una excepción", enfatizó Ballard.
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