ASHLEY MONTEALEGRE*
En estos días mi mamá me brindó el lujo de poder dormir en una carpa con no más de 1 metro de largo y ancho; para ir al baño debíamos atravesar lo que, si se observa con detenimiento, alguna vez fue una cancha de fútbol.
Al salir el sol, las melodías y composiciones de las aves me dieron los buenos días. No pude evitar sonreír y recordar el estupefacto sonido de mi alarma celular. Aquella que lleva despertándome el último año para desprenderme de las cobijas, alistarme y dirigirme a mi portátil para así a escondidas mirar mi cama y luego tenga que lidiar con la tentación de volver a ella.
Creo que actualmente muchos tenemos que afrontar este problema en casa, y debo admitir que realicé un riguroso estudio de los requerimientos para una educación virtual y casi muero de la ira al ver que la institución cumple con todas y aun así se me dificulte el aprendizaje.
Antes que nada, he de mencionar que padezco cierto déficit de atención y una realmente extraña (considerando mi edad) “amotricidad tecnológica”. Pero soy lo que mi abuela y probablemente las de ustedes llamarían “nerdita”, por ende he hecho cuanto puedo para no mirar en exceso hacia mi cuarto y ver mi almohada realizar una perfecta imitación de esas persuasivas fotos de hotel.
Países del primer mundo agradecen la invención de la educación virtual, trabajadores estudiosos y de más personas que como yo somos conscientes de la infinidad de oportunidades que el modelo virtual brinda a nuestras vidas; más aún cuando hay un pandemónium virusiento afuera.
Es esencial entender que si bien el futuro está en una rápida evolución y los medios virtuales cada vez son más funcionales y eficientes, el cerebro humano está programado para un aprendizaje por medio de experiencias concretas que permitan la estimulación de los sentidos. Y la espontaneidad e intensidad con las que se vive esto en el aula presencial está muy lejos de lograrse en lo virtual según estudios de la Fundación De Convivencia Digital de Chile.
Somos humanos, adolescentes, seres tremendamente hormonales y enfermizos, aunque biológicamente sensibles; que ansiamos conocer el mundo, formar vivencias y experimentar; se nos está negando etapas fundamentales de nuestra vida.
Si bien el covid no desaparece automáticamente de la faz de la tierra solo porque ya podemos asistir a clases pero, también es evidente que el tiempo no se frena y que el futuro es incierto, que somos seres de lazos y el contacto humano es insustituible; en lo personal atesoro aquellos recuerdos con mi madre sufriendo por la distancia del baño a la carpa.
Al menos me gustaría apagar mi tormentosa alarma para que mientras entro al salón de clases escuche las melodías y composiciones de las aves y sepa con mis cinco sentidos que estoy viviendo. No es que se deje de vivir por estudiar virtualmente pero he visto decenas de documentales de National Geographic y aunque es obvio que la sacan del estadio; en este año jamás me sentí mas parte de este planeta que al despertar en esa pequeña carpa y saber que afuera había un mundo que me esperaba amigos, historias, sentimientos. Sé que como principales protectores los padres buscan cuidar de sus hijos y seres queridos, pero no somos computadoras y necesitamos un respiro… con tapabocas por supuesto.
Ansiamos conocer el mundo, formar vivencias y experimentar; se nos está negando etapas fundamentales de nuestra vida.
*Estudiante del Colegio Gimnasio La Consolata.
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