AVANTI*
Desde mi Blanquita (así llamo a mi motocicleta) que me llevó hasta la Institución Educativa donde laboro, tomé el camino hacia la vereda la India, después de llegar a este lugar pude ver con toda claridad la inmensidad del rio Cauca solo comparable con la grandeza de las letras, los números y el amor. La vereda está repleta de motos, mineros que vienen desde Arauca, Risaralda, El Km 41 y otras latitudes para dedicarse a la extracción de oro. Casas aisladas y construidas en desorden, sin alcantarillado, personas humildes que han visto florecer en los últimos diez años el fenómeno de la minería “artesanal” o “ilegal”. En contraste a la dispersión de casas en la vereda se encuentra la multinacional “Ocupal Temporales” que empieza a delimitar la concesión milimétricamente.
Voy en busca de los estudiantes de la I.E que cursan estudios desde la virtualidad en tiempos de pandemia para entregarles el paquete de talleres diseñados por los profes, pues en esta localidad la conectividad es un fracaso. Me es conocida la ruta así como la ubicación de los estudiantes y sus familias. Justo en el caserío se encuentra el estudiante a quien cariñosamente llamo “Afro”, el mismo que temo, sea un posible desertor ya que desde el inicio de la pandemia el joven se ha inclinado más hacia la obtención de dinero producto del trabajo en la mina que al desarrollo de los talleres para continuar estudios en grado noveno. En la vereda la población estaba en movimiento, los niños revoloteaban en cuestiones diferentes a estar en las actividades escolares virtuales, y el cruce de autos en dirección a la troncal de occidente era numeroso.
Llegué hasta la puerta del estudiante, las puertas se encontraban del todo abiertas, me alegré momentáneamente, pues ante mis repetidos llamados, la señora madre, ni la tía del estudiante atendieron mi visita como lo habían hecho en ocasiones anteriores cuando empezaron a dar pistas de la posible deserción del estudiante: El niño “probó la plata” y además “esas clases así no le gustan”, dice su madre además que “al niño le gusta el estudio pero con profesores”.
La visita, para ser la primera del día redujo mi estado de ánimo, sin embargo decidí que haría el recorrido siguiendo el rio Cauca hasta cubrir el último estudiante y al regreso me acercaría de nuevo donde el “Afro”. Ante la negativa de atención, dispuse el avance. De repente un adulto, de piel morena y manos ásperas producto de la minería me pidió que lo llevara. Sin amagar le permití subir a la “blanquita”. A modo de romper el hielo, el señor empezó a contarme espontáneamente historias de las cuales todas referían a la minería en la localidad y todos sus avatares en los cúbicos: socavones a los que se desciende a 30 o 40 metros bajo tierra y en dirección al rio para encontrar el precioso metal.
Entre otras cosas relató que no había terminado la escuela y que la minería en su territorio llevaba ya 120 años. Mientras me señalaba uno a uno los lugares por los que transitábamos, mi acompañante fue alcanzado por un rayo de emotividad y se le cortó la voz para contar que estaba muy enfermo, que a sus 69 años la mina le “había arrebatado todo” hasta la salud, pues en el presente se encontraba sin fuerzas y en la mina ya no le dan empleo. Le pregunté con curiosidad, cuál era la forma de ganarse la vida…respondió con celeridad que en todos los socavones o cúbicos lo conocían, “de vez en cuando, me regalan un baldado de tierra, la lavo y encuentro uno que otro gramito”.
Dejar las aulas, avanzar la mina.
La charla se hacía más interesante, inesperadamente nuestro acompañamiento había terminado, estábamos en la vereda La María, debía mi acompañante seguir avanzando a pie, ya que de ahí el profesor debía dar vuelta y tratar de ubicar al potencial desertor. Entre uno y otro cruce de ideas con la estudiante de esta vereda me tardé casi una hora. Entregué los talleres, firme los soportes y registros. Me despedí con la esperanza de volver.
El regreso fue lento y reflexivo. El minero al que el cubico le robó sus fuerzas y salud me dejó numerosas dudas: Caería mi estudiante en ese círculo de pobreza?, las personas de estas veredas tienen que soportar estas condiciones?, la “minería artesanal o ilegal trae pero también lleva como el rio Cauca aguas abajo? En fin, la tarea de educar conlleva la toma de riesgos y decisiones que pueden mejorar o empeorar las condiciones de vida de las personas, en especial jóvenes y niños. Esta última reflexión me llenó de ánimo para intentar ubicar por segunda vez al estudiante que temo se convierta en desertor.
Sin vacilaciones, tal cual mi estado de ánimo, “la Blanquita” aceleró motores y me decidí como todo un profe del siglo XXI a entregar el paquete de talleres, había llegado a la casa y al igual que en la primera ocasión las puertas estaban abiertas, la música con alto volumen, los niños alrededor y el alto número de motos en torno, no había disminuido. Por segunda vez acudí, por segunda vez fracasé en el intento. La madre, menos la tía del estudiante atendieron el llamado, insiste, persistí y finalmente desistí. Di vuelta, de pronto alguien gritó; “profe, no hay nadie”, dije gracias y sin terminar de dar la media vuelta avance hacia la Blanquita.
Prendí motores, y la reflexión frustrante, me instaló en la figura metafórica del círculo y aquello que cobra la mina a los que se dedican a ella. Recordé a mi acompañante a quien el socavón le robó fuerza y salud, lo relacioné inmediatamente a mi estudiante, no solo por el tono de piel de ambos (afros) sino por la asociación de sumar en lo inmediato a corto plazo y restar a largo plazo y de por vida. Es decir mientras a unos la mina les resta una vida entera a nosotros como docentes, nos despoja del recurso humano cuya naturaleza no debe ser el cubico sino el aula o la virtualidad de las clases.
Sumado a lo anterior al caso de este estudiante en el municipio de Risaralda se suman tres en la Institución donde laboro, nueve (9) en la I.E Gabriel García Márquez, mientras que las demás I.E, aun no reportan a la secretaria las cifras de deserción, las que sin duda no se reducen al caso de aquellos que se lleva la mina sino también a los estudiantes que se dedican a las labores del campo en este municipio, ya que a algunos padres les resulta más procedente permitirles trabajar a sus hijos que orientarlos hacia la permanencia en las clases.
Irónico, la mayoría de acudientes en sus justificaciones frente a una posible deserción, relatan el sentir de los estudiantes, y no las voluntades de ellos como padres y claro, también responsabilizan la ausencia del Estado que no ofrece servicios y garantías como la conectividad, ya que en un círculo donde el oro en ocasiones abunda, los ingresos no alcanzan para costear un plan de datos. Irónico además que la sociedad del siglo XXI, refuerza la idea de que habitamos en medio de una familia donde los hijos no acatan a sus padres, sino los padres a sus hijos. La decisión de permanecer o no en el aula, no es de los estudiantes, es de la sociedad, la familia y el Estado, aunque la responsabilidad recae en mayor parte en los docentes, ello también resulta irónico, mientras el circulo se repite y los desertores en medio de la pandemia se incrementan.
El niño “probó la plata” y además “esas clases así no le gustan”, dice su madre además que “al niño le gusta el estudio pero con profesores”.
*Seudónimo del profesor Jaime Castañeda, de la I.E. Francisco José de Caldas (Risaralda).
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