La promulgación del Decreto 1782 del 2014, con el que se reglamenta el uso y manejo de los medicamentos de origen biológico en Colombia, es un paso valiente pero no exento de riesgo hacia el futuro. Esa medida busca que se garantice la eficacia y seguridad en la comercialización de fármacos biotecnólogicos y biosimilares, así como optimizar la sostenibilidad económica del sistema de salud. Las patentes exclusivas se acaban y surge la posibilidad de producirlos en el país, a medida que se vayan venciendo esas patentes.
Esto implica que puede tomarse la ruta de crear los biotecnológicos a partir del expediente completo, con sustento en pruebas clínicas, o seguir el camino de los biosimilares (probar la misma eficacia del medicamento innovador o usar los que contienen moléculas caracterizadas, bajo criterios comparativos). De todos modos, para hacerlo responsablemente, se requiere un mínimo de infraestructura y conocimiento científico y, desde luego, cumplir con rigurosos protocolos que garanticen la seguridad de tales compuestos.
Es un hecho que la industria farmacéutica colombiana tiene muchos vacíos en capacidad científica y económica para acometer esta tarea con los estándares de calidad que se requieren, y además ofrecerle al mercado los productos a costos que resulten accesibles para los consumidores. También es verdad que el Instituto de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (Invima) tendrá que ser reforzado para poder hacerles un seguimiento serio a quienes se dediquen a producir este tipo de sustancias.
Como sea, se abre una gran oportunidad para que Colombia tome la delantera en América Latina en este campo, donde además de cubrir el mercado local podría asegurar cobertura en todo el subcontinente, ya que luego del paso dado por nuestro país es muy probable que otros países de la región se animen a dejar de depender de las farmacéuticas internacionales, que hoy manejan un mercado mundial de biotecnológicos cercano a los $6 mil millones de dólares al año. Por esto es casi seguro que el forcejeo con las multinacionales apenas comienza.
De todos modos, si se acomete un gran proyecto en esta dirección, Manizales podría convertirse en el corazón de la industria farmacéutica en el país, al aprovechar la infraestructura y el capital científico con que se cuenta en el Centro de Bioinformática y Biología Computacional (BIOS), en el que pueden adelantarse complejos procesos de análisis de sustancias y toda clase de experimentos a partir de la información genética de los seres vivos. Hoy es un hecho que enfermedades como la artritis, la diabetes, el cáncer y la esclerosis múltiple, entre otras, requieren este tipo de medicinas para sus tratamientos.
Hay que aprovechar que en las normas se establece que el Estado tendrá recursos para proveer de estos medicamentos a los pacientes a través del Plan Obligatorio de Salud (POS) y del Fosyga, por lo que el panorama del mercado parece despejado. De hecho, hoy se sabe que los colombianos invertimos cerca de $2 billones anuales en estas medicinas, y lo que se calcula es que habría un ahorro entre $300 mil y $600 mil millones anuales con la adopción del Decreto.
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