jUAN CARLOS LAYTON
LA PATRIA | MANIZALES
“Tenemos que estar pendientes de la floraciones”...
“Ojo, revise cómo está la cosecha”...
“Preocupan los costos de los abonos”...
“Hay que renovar y fertilizar, si usted no abona, no coge café, eso sí son bobadas”...
“Negocio es negocio y hay que cumplir con las ventas a futuro. Además también son buenos precios”...
“Hay que seguir insistiendo, yo me muero, pero luchando con el cafecito”...
“Tenemos que brindarle al trabajador una buena lata (comida), eso es clave”...
“La tierra no se puede abandonar, porque si no se lo lleva el diablo”...
Parte de esta jerga, términos y preocupaciones son los que están de primero, desde hace 25 años, en la cabeza de Luis Eduardo Osorio, representante de la Finca La María, en la vereda La Pola, de Manizales (Caldas). Esto, después de pensionarse, lo que le permitió cambiar la ciudad por el campo.
No es difícil, asegura, mientras hace un recorrido por su finca, para mostrar la buena producción que logró, luego de los altos picos de cosecha que se tuvieron en Caldas entre septiembre y octubre del 2021, justo para la época de fin de año, en la que se recolecta cerca del 70% de la producción del grano, unos 800 mil o 850 mil sacos de 60 kilos.
“Fui campesino de nacimiento y, prácticamente, nací debajo de un palo de café por herencia de mis padres (Marco Antonio Osorio y María Ester Buitrago), quienes administraban fincas en Belalcázar, entre ellas las de Nicolás Giraldo Valdez (fallecido)”.
Comenta: “Claro que ellos después tuvieron su recompensa y pudieron comprar un pedazo de tierra, unas siete cuadras en Belalcázar, para administrar su propio proyecto cafetero”.
Empleado público
¿Cómo fue ese paso de empleado a cafetero?, le consultamos. “Vea le cuento”, dice don Luis, para comenzar su relato y resaltar que primero fue empleado público. “Trabajé en la Tesorería del Municipio de Belalcázar, luego en la Personería, después fui Notario del mismo pueblo y luego secretario general de la Alcaldía”, resalta, mientras hace cuentas con sus dedos.
Posteriormente trabajó en Manizales, en el antiguo Instituto de Seguros Sociales (ISS), donde ocupó varios cargos como auxiliar contable, tesorero, jefe de contabilidad y supervisor administrativo. Allí laboró cerca de 28 años, desde 1968 hasta 1996. Eso gracias a sus estudios en el Sena como técnico en Contabilidad y Finanzas.
La historia que sigue, él mismo la relata. “Salí muy feliz como pensionado, porque tener ese logro en Colombia es un orgullo. Sin embargo, después de esta alegría, lo que seguía me asustó un poco”, recuerda don Luis Eduardo.
“Me puse a pensar: voy a salir pensionado y qué me pongo a hacer, me voy por allá a tomarme un café con los amigos y a rajar del Gobierno, porque es lo que uno hace siempre. Ahhh, que Gobierno sinvergüenza, que vea cómo nos tiene, esos son los comentarios y lugares comunes”, dice en medio de carcajadas.
A coger café
Esa preocupación y el interés de seguir activo, lo llevaron a buscar la opción de comprarse una “tierrita”, como él la llama, pensando en un buen negocio. Así adquirió cerca de cinco cuadras.
¿Y por qué el café? Según explica, además de la herencia paternal, de niño también tuvo que vivir y trabajar en el campo. “Me tocaba garitiar (llevar la comida de los trabajadores), traer leña, llevar el agua, prender el fogón, mejor dicho, todos los oficios del agro”, narra.
Asegura que él fue el único caficultor de sus hermanos. “Ya se han muerto varios: Marco, Guillermo y Humberto. Solo quedamos cinco, pero ellos: Florelba, Tulia, Gonzalo y Gabriel no trabajan esta vaina, el único cafetero soy soy”, repite, mientras toca su pecho con su mano derecha, en medio de un gesto de orgullo.
De subida y bajada
Durante el recorrido, don Luis muestra que la decisión de su finca sí valió la pena. “Vea este sistema. Me lo hizo un muchacho de Belalcázar que se llama Julio Calvo. Ensayé, con otro que me hizo esta vaina y no me sirvió para nada, ahí perdí plata, pero traje a Julio y mire lo bonita que me quedó”, explica, mientras muestra el sistema de garruchas que adoptó en su finca.
Son tres líneas para mover el café y los insumos en la finca, ante las largas pendientes que hay en La María.
Mientras enseña sus lotes, que hoy ya no son 5, sino 20 cuadras, también destaca: “Este terreno se llama Pablo, en honor a un nieto mío. El otro pedazo de allá se llama Alejandra, otra nieta que tengo. Arriba tengo un pedazo que es de Jacobo, que tiene unos seis años, el más pequeño. Él asegura que ese terreno ya es de él”.
“Estamos organizados, más o menos, tampoco vamos a decir que es la verraquera”, sostiene, aunque durante todo el recorrido evidencia el orgullo que le genera cada proceso que ha implementado y mejorado en su finca.
Apoyo al trabajo
“Mire el cuartel de los trabajadores, les tengo sala y televisor para que vean los partidos y se amañen, vea las camas”...
Para la pasada cosecha de fin de año, don Luis empleó unos 12 cosecheros. “Yo creo que están amañados, ¿cierto?”, le pregunta a su administrador, Nolberto Alzate, quien recoge algunos granos para un concurso de café de calidad al que asistieron en Manizales.
Norberto, consiente. Más adelante y a solas ratifica que don Luis es un buen jefe. “Uuuuf, este señor es una buena persona y nos ha dado la oportunidad de trabajar con todas las garantías de ley. Ya ajusto casi un año y me ha ido súper bien. Antes trabajaba en Anserma, en una vereda que se llama Aguabonita, pero las condiciones eran muy diferentes. Gracias a Dios me ha ido muy bien”, repite.
Los procesos
Don Luis sigue el recorrido. Más adelante muestra el secador que implementó para tener un grano bien seco y el manejo de varias fosas en las que formó un compós con la cereza del café, que le sirven de abono orgánico para el café.
Algunos de los empleados se acercan para asistirlo y prender las garruchas. Es el caso de Julio Hernández, el patiero o ayudante, quien también opera el silo de secado. “Acá hay muy buen café y está muy bien tenido, el hombre le ha metido harto a la finca” dice.
En el recorrido, don Luis Eduardo también resalta a sus recolectores. “Vea, ellos son unos duros”, dice, mientras se acerca a Leonardo Patiño y a Jairo González, conocidos como recolectores “bomba”, ya que recogen 200 kilos y hasta más por día, en plena temporada de cosecha.
Los precios
¿Y los precios, cómo le ha ido con esta trepada?, se le consulta, teniendo en cuenta los altos precios que, al cierre de esta edición, ya superaban los $2 millones por carga de 125 kilos.
“Estamos muy contentos, porque la cosecha fue muy buena. El problema fue que muchos vendimos café a futuro o en bolsa y comprometimos parte del grano, con un valor menor al que hoy se registra en las cooperativas. Por eso, aunque no estamos perdiendo plata, sí estamos dejando de ganar. Claro que negocio es negocio y hay que cumplir. Además también son buenos precios”, dice, en medio de otra carcajada.
Reconoce que aunque no se puede hablar de precios de bonanza, sí son históricos, pues son valores que no se habían registrado en la historia del país ni se tenían en las cuentas cafeteras. “Dieron muy buenos resultados las abonadas, las limpias y las renovaciones, y estar muy pendiente de la broca y de todas las plagas que le dan al café”.
El único llamado que le hace este caficultor mediano a la Federación Nacional de Cafeteros y al Gobierno Nacional es que le pare más bolas este año al precio de los abonos y fertilizantes, que han tenido incrementos que superan el 100%. “El problema es que si el cafetero no abona no coge café, esa es la comida del palo. Si el precio estuviera bajo, ya estaríamos quebrados”.
Hasta el final con el café
¿Se ha arrepentido alguna vez de esta tarea por la que cambió su pensión y los descansos en las cafeterías con sus amigos?, se le interroga. “Yo no creo que ya deje esto. Esto tiene sus épocas buenas y malas, pero como dice el cuento, todo no puede ser dicha”, asegura.
Carola García Serna, su esposa, y sus dos hijos: Beatriz Helena y Óscar Felipe, aunque están ocupados en sus profesiones, siempre van a la finca y lo animan a mantenerla bien, pues es una terapia para todos, celebran.
¿Hasta el final con el café, entonces? “Yo sí creo”, responde. “A mí me va bien, y sobre todo no me mantengo vagando en el pueblo, que es lo más grave que puede suceder, esto me quitó esa forma de vivir de los pensionados”.
Hay otra alegría, dice. “En vez de tomar café maluco, me vengo para acá, me entretengo, doy trabajo y me siento feliz, además me tomo un buen café. Por eso, mi mejor pensión fue el café”, celebra, este productor, destacado por el Comité de Cafeteros.
Mano de obra
Marco Tulio Hoyos Duque, director del Comité de Cafeteros, estimó que para la temporada de fin de año se vincularon alrededor de 30 mil recolectores, de ellos cerca de 20 mil foráneos, en especial del sur del país, incluyendo Huila, Cauca y Nariño.
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