JULIÁN GARCÍA
LA PATRIA | CHINCHINÁ
La familia Monsalve Botero es cafetera de tradición y en su finca San José producen de los mejores granos de la región.
El predio queda ubicado en la vereda La Floresta de Chinchiná, a 9 kilómetros del casco urbano.
Está a 1.350 metros sobre el nivel del mar y tiene una temperatura es de 22 grados celsius, condiciones climáticas y de altitud que ayudan a conseguir una buena cosecha y un mejor grano.
Carlos Enrique Monsalve, propietario de San José y odontólogo de profesión asegura que no cambia por nada el café. Lleva 35 años como caficultor y tiene 87 años.
Toda esta trayectoria hace que Carlos sea considerado un cafetero emblemático de la región, debido a su dedicación, amor y pasión por los palos de café.
Él asumió esta responsabilidad, después de que se graduó como odontólogo en 1958, en la Universidad de Antioquia. En 1961 llegó a Chinchiná a ejercer el Servicio Social de Caldas y a prestar sus servicios en el Centro Nacional de Investigaciones del Café (Cenicafé).
En 1985 dejó la profesión de odontólogo, después de 27 años de servicio, para comenzar a desempeñarse en las labores agrícolas, incluyendo el cuidado de las matas de café, que son su otro amor. El primero es su esposa, Ana Lucía Botero.
Su primera tierra fue una pequeña parcela de 5 cuadras que nombró Bellavista, ubicada por el sector del Alto del Mango, de Chinchiná. “Tengo el orgullo de haber asistido a la revolución cafetera. Recibí Bellavista produciendo 80 arrobas y la entregué cosechando 800 arrobas al año”, resalta.
Después vendió Bellavista y compró la finca San José, lugar donde Cenicafé adelanta unos programas de manejo de arvenses y el cultivo de avispas para hacer el manejo de la broca.
Carlos recuerda que la primera plantación en Colombia infectada con la roya fue la finca de uno de sus vecinos de La Floresta. "Por fortuna la roya no pegó duro y la supe controlar".
Comenta además, que las plantaciones de café eran rentables hasta hace unos tres años, pero que desde ese tiempo para acá el cambio climático les afectó las florescencias. “Primero el café daba buena utilidad, pero ahora el negocio está pasando por momentos difíciles, debido a la variación en la atmósfera", sostiene.
Carlos Enrique segura que los bajonazos en la producción se deben más que todo a los problemas ambientales, a los elevados costos de los abonos y los fertilizantes, y a la reciente guerra entre Ucrania y Rusia. “Los insumos doblaron su precio en más de un 300% y esto perjudica al pequeño cultivador. Esta año, por ejemplo, la producción ha estado de capa caída”, lamenta.
Sus problemas des salud lo obligaron hace cuatro años a entregar las riendas de la finca. Ahora la segunda generación, conformada por sus hijos Juan Carlos, Carmenza y Lina María, se encargan de que todo marche bien.
Hoy, sentado en una banca de madera y junto a una pileta, Carlos Enrique recibe a sus visitantes para contarles algo más de sus historias y anécdotas, entre ellas que es de Riosucio (Caldas) y que cuando llegó a Chinchiná no sabía qué era una mata de café.
“Al café no se le puede negar nada, hay que darle lo que pida, abonos y fungicidas, para que produzca en forma”.
Produce al año 15 mil arrobas de pergamino seco, cantidad que varía, según la renovación de los cafetales. Emplea en tiempo de cosecha a unos 200 recolectores.
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