MARTHA LUCÍA GÓMEZ
PANORAMA CAFETERO
LA PATRIA | MANIZALES
Temprano le coqueteó a la tierra. Con solo 5 años Juan David Figueredo Rojas ya se quería parecer a su padre, metido entre cafetales y echándole ojo a los granos y a los lotes.
22 años después reconoce que le declaró el amor al campo y que ser cafetero no es pasión de viejos. Con las mismas ganas se la suda para mantener su finca, El Vergel, en la vereda Chocó, de Marquetalia (Caldas).
Es hijo de María Ofelia Rojas y de José Helí Figueredo, otro reconocido cafetero caldense de 81 años, propietario de la finca La Sonrisa, en la misma vereda. Asegura que de él ha aprendido todo sobre el grano, como si fuera una herencia temprana.
A los 5 años, Juan David se ubicaba por detrás de José Helí para imitar todo lo que él hacía. Su papá cogía los granos y los que se caían al suelo, los recogía Juan David como cosecha de aprendizaje. Así se le fue metiendo el café en el cuerpo y en el alma. Actualmente, a los 27, es representante en el Comité Municipal de Cafeteros de Marquetalia.
La tierra jala
Antes de ser lo que siempre quiso ser: cafetero de tiempo completo, tuvo varias tentaciones. Terminó bachillerato y José Helí le propuso estudiar algo. Hizo un semestre de Administración de Empresas en el Cinoc Marquetalia. Lo aprobó, pero Juan David supo que no era lo de él. También probó la ciudad. Cuando cumplió los 18 años se fue para Bogotá, invitado por un amigo, pero fueron seis meses amargos, más que un mal café. “Era un ambiente muy diferente. Pensaba que para qué me había ido a pagar arriendo y servicios, cuando son cosas que uno no paga en la finca”.
Eran frecuentes las llamadas de su papá para preguntarle si estaba contento. “Yo le decía, bien pa, pero él no creía. Aguanté unos días más y me regresé. Ahora solo voy a pasear a Bogotá”.
Juan David tuvo el primer lote de café a los 7 años, cuando José Helí le dijo que esa extensión era para él. Confiesa que siempre ha admirado mucho a su padre, por lo trabajador y porque en medio de la pobreza sacó adelante a tres hermanos, a su esposa y a sus cuatro hijos.
Lo bueno y lo malo
La libertad y tranquilidad del campo no las cambia Juan David por lo que hay en la ciudad: un ritmo apresurado y vida costosa. Cuando tiene trabajadores se levanta a las 5:00 a.m. a botar la pulpa y a tenerles los tragos listos, puede ser chocolate o tinto. A las 6:00 a.m. arranca la jornada en los lotes hasta las 5:00 p.m. Destina un tiempo corto para almorzar. Despulpan, cosechan, desyerban, abonan y hacen todo lo que requieran los cultivos.
Trabajar 12 horas diarias parece no afectar a Juan David, más bien lo estimula. Asegura que siempre se levanta muy contento en las mañanas, sobre todo cuando hace sol. Cuando llueve, confiesa, sí se le hace duro porque debe cubrirse con un plástico para no mojarse mucho.
¿Lo mejor de ser cafetero?, “la tranquilidad, disfrutar de mis papás y de la vida del campo”, expresa Juan David. Él vive en unión libre, tiene un hijo de 6 años que también ya empezó a mostrar afinidad con la finca. “Sale con un coquito de aceite y se va cerquita de la casa para imitar que coge café”.
Pero no todo es color de rosa. Juan David sostiene que lo más duro de ser cafetero es a veces la situación económica, cuando el precio del grano baja mucho y comienza a perder: “ahí uno se va angustiando”.
Líder
Los Figueredo han intentado cultivar otros productos: tomate, lulo, aguacate y mora, pero según Juan David no les ha ido bien, por lo que regresan al café.
“Gracias a la Cooperativa, el café que uno lleva al pueblo lo compran, y uno se va tranquilo. En cambio con los otros cultivos es difícil, a veces los intermediarios se aprovechan y en el pueblo uno los tiene casi que regalar”.
Mantener esa seguridad y ayuda para el cafetero es lo que llevó a Juan David a ser dirigente en el sector. Esta es su otra faceta. Desde los 16 años pertenece a la Junta de Acción Comunal de la vereda Chocó, donde la comunidad ha puesto toda su confianza en él. Tanto que le propuso ser su representante en el Comité Municipal de Cafeteros. En enero cumple dos años en el cargo.
“Es bueno el ejercicio de participar y sentir que uno puede opinar y ayudar a las personas en las soluciones a los problemas. Vivo muy agradecido con Dios por lo que tengo. Me siento muy afortunado”, dice este cafetero quien es reflejo del empalme generacional que hoy vive el país.
El dato
Según un informe de la Federación Nacional de Cafeteros, hasta el 2019 el 30% de los hijos de los líderes cafeteros en Colombia querían seguir en la caficultura.
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