Fernando Mexía
Efe | LA PATRIA | Los Ángeles (EEUU)
El reciente terremoto de magnitud 8,2 en la escala de Richter en el norte de Chile fue, a pesar de su extraordinaria fuerza, un acontecimiento normal en términos sísmicos para el planeta, donde en promedio se registra cada año al menos un temblor de intensidad similar o superior y 18 que rebasan los 7 grados.
Los terremotos sufridos el jueves en Papúa (Nueva Guinea, Oceanía) y Nicaragua, de magnitud 7,1 y 6,2, respectivamente, no hicieron más que confirmar una rutina telúrica avalada por las estadísticas del Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS, por sus siglas en inglés).
Sus expertos se sorprenden del reducido número de víctimas que cobran estas descomunales sacudidas, gracias, sobre todo, a las medidas preventivas de algunos países que promueven la construcción de infraestructuras capaces de mantenerse en pie cuando la naturaleza insiste en derribarlas.
Prevención
Tal es el caso de Chile y de Japón, ejemplos citados por el geofísico de USGS Paul Caruso, quien confirmó que, a pesar de todos los adelantos tecnológicos, hoy en día "nadie puede predecir un seísmo".
Es más, las investigaciones que se están realizando en ese sentido, como el experimento de detección de oscilaciones electromagnéticas asociadas a terremotos en Parkfield (California), no están dando aún los frutos esperados, por lo que en el futuro la prevención seguirá siendo la mejor arma de defensa frente a los sismos.
"La razón por la que es muy difícil anticiparse a los terremotos es porque hay muchas variables, algunas de las cuales no podemos medir, como lo que ocurre a grandes profundidades", señaló Caruso.
Los avances más prometedores para minimizar la pérdida de vidas humanas se han producido en Japón con su sistema de alertas de respuesta rápida, que en el 2011 permitió que se avisara a los residentes en la populosa Tokio de que iba a tener lugar un sismo de gran magnitud instantes antes de que ocurriera.
Aquel movimiento telúrico de 8,9 se produjo frente a la costa de Sendai, a más de 370 kilómetros al norte de Tokio, y la destrucción que siguió se debió principalmente al tsunami y no a la sacudida.
Caruso aclara que no se está produciendo un incremento de terremotos en el planeta, aunque la normalidad sísmica no es motivo para estar tranquilo.
El cinturón o anillo de fuego del Pacífico, área donde la placa tectónica oceánica se sumerge bajo la continental, genera miles de temblores anualmente en América, Asia y Oceanía, que han llegado a ser de 9,5 en Chile (1960) -el mayor sismo jamás registrado- y 9,2 en Alaska (1962).
Se trata de una zona de subducción con capacidad de generar tsunamis, aunque no afecta por igual a todo el Pacífico. En Estados Unidos la falla más observada por los sismólogos es la de San Andrés, en California, situada tierra adentro.
"La previsión de USGS es que hay un 70 %de posibilidades de que antes del año 2023 esa falla genere un terremoto de magnitud 7 o superior en el sur de California", dijo Caruso.
Ese terremoto tiene hasta nombre, el Big One, y aunque es imposible saber con certeza si ocurrirá, las estadísticas de USGS apuntan en esa dirección. Se calcula que San Andrés se agita con fuerza una vez cada 150 años y el último ciclo ya se cumplió.
Más temible parece la zona de subducción de Cascadia, frente a las costas de los estados de Washington y Oregón (litoral del Océano Pacífico) y que sus estudiosos califican como "el gigante durmiente" por su inactividad.
"Cuando esta área rompa -y lo hará- la región podría experimentar un sismo de magnitud 9 y un tsunami del estilo a los que devastaron el sur de Asia en 2004 y Japón en 2011", según un artículo publicado el pasado trimestre por la Universidad de Oregón, en el que se advierte de que esa costa de estadounidense está "mal preparada" para afrontar algo así.
Los científicos consideran que Cascadia produjo un temblor de magnitud 9 en el año 1700 y un maremoto que llegó hasta Japón.
"Si tuviéramos otro terremoto como ese, ahora mismo, sería devastador", comentó Caruso.
En Oregón se estima que habría hasta 10.000 muertos y decenas de miles de edificios destruidos o severamente dañados.
"Las ondas sísmicas se trasladan mucho más despacio que nuestras comunicaciones. Si, por ejemplo, alguien tuitea desde el epicentro de un terremoto en Los Ángeles, el mensaje llegará a los usuarios de San Diego (a 190 kilómetros al sur) antes de que sientan el temblor", indicó el geofísico de USGS Paul Caruso.
Las redes sociales e Internet han demostrado que juegan un papel fundamental en situaciones de emergencia y desastres naturales, pero también pueden contribuir a generar inquietud en la sociedad, e incluso alarmismo, por dar eco global a fenómenos que antes no traspasaban tantas fronteras.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015