
Ricardo Correa Robledo
LA PATRIA I Manizales
El Tenis Club Manizales fue fundado en 1949. Sus tres primeras décadas fueron de permanente crecimiento deportivo y consolidación de una verdadera comunidad con visos de cofradía. Dos canchas, que pasaron a ser tres más adelante, crearon todo un espíritu colectivo - en su mejor momento fueron 8 las canchas. Y de toda su historia es Don Pedro José Mejía Tobón su figura más importante.
De la cuarta y quinta décadas fui testigo y partícipe. Empecé a jugar tenis a los 10 años, en 1976, por cariñosa invitación de mi papá, quien llevaba practicándolo unos 10 años para ese momento. Lo dejé en 1995, pues al ir a vivir a otra ciudad no me quedó fácil, y después todo fue confluyendo para el abandono. Pero a principios de 2019 volví a jugar, en algo así como una resurrección milagrosa y deliciosa; práctica interrumpida nuevamente por un codo que dolía y luego la pandemia. Afortunadamente hace cuatro meses retomé los entrenamientos, los que ya no tienen torneo a la vista, son solo por el mero goce de golpear la bola y verla pasar al otro lado de la malla.
Con el regreso al juego llegaron a mí mente infinidad de recuerdos y se asentó una vívida nostalgia, presente con más fuerza cada vez que practico con mi profesor Alonso Zapata. El recuerdo que tengo del Tenis de los años 70, 80 y 90 se presenta en oposición a su realidad actual, pues de tener más de 800 socios hace tres décadas hoy no llega a los 100, con la consecuente restricción económica. Desde hace unos años el Tenis Club parece un pueblo fantasma, en contraste con la efervescencia de antes. Es una tremenda y triste paradoja, pues cuando más popular es este deporte en las pantallas de televisión, cuando todo el mundo sigue a Federer, Nadal y Djokovic, menos se juega en el sitio histórico y tradicional para su práctica en la ciudad.
Volvamos a los años 70. Mi primer profesor fue Israel Franco, severo y al mismo tiempo una guía segura para el principiante. Tomé las primeras clases con una vieja raqueta que estaba sobrando en mi casa, pero a los meses mi papá me regaló una Dunlop nueva, traída desde Barranquilla por mi hermano mayor, costó $1.500. Las raquetas de madera de ese tiempo son de la prehistoria en comparación con las de hoy, irreconocibles en su forma y tamaño para un jugador joven de estos días.
Durante esos 20 años que estuve activo, el Tenis Club vivió en permanente ebullición, llenas sus instalaciones. Su ritmo se aceleraba en semana a las 5 pm y los fines de semana. Lograr un turno, de apenas media hora, no era tarea fácil. Los torneos eran muchos: internos, departamentales, intercambios, selectivos, interligas y nacionales. Y en términos de hoy, el club era inclusivo, democrático y económico.
Para muchos de los que jugábamos tenis en los 70 y 80, la vida era la casa, el estudio y el Tenis Club. Más que rasgos técnicos del deporte, lo que mejor nos quedó grabado en la memoria es el recuerdo de quienes compartimos la fiebre por este juego. Entre turno y turno, partido y partido, tejimos gratas amistades. Y cómo no recordar sonidos clásicos como el de la campana que se tocaba para cambio de turno, el de la pintada de las líneas de la cancha y cuando se gritaba “bola a la calle”.
Evoco a los tres mejores jugadores del club a mediados de los 70: Germán ‘Banano’ Valencia, Rubén Montoya y Juan Guillermo Agudelo, a los que luego se sumaron Elías Pacheco y Gerardo Recio. Eran tan buenos que para ellos se diseñó la categoría ‘Primera Especial’. Más adelante brillaron mi querido primo Ricardo Gómez, Martín Arenas, Jorge Eduardo Trujillo y Santiago Castro, así como el talentoso profesor Alberto Ramírez ‘La Tortuga’. A mediados de los 80 llegó un gran profesor a la Liga Caldense de Tenis: Hugo Bolívar, y bajo su batuta surgió una generación dorada de tenistas, destacándose Cecilia Hincapié y Ximena Trujillo. Recuerdo a Oscar Darío Echeverri y su facilidad para el juego, al aguerrido Andrés ‘Maravilla’ Jiménez –quien fue mi inmejorable compañero de dobles, a Andrés Echeverri, Juan Carlos Gómez, Carlos Eduardo Jaramillo, Carlos Eduardo Vélez, Juan Carlos y Jorge Hernán Arango, Juan Guillermo ‘Chiqui’ Gómez, Ricardo León Giraldo, Eduardo Gómez, Octavio Isaza, y muchos más. Había familias enteras que jugaban, verdaderas dinastías: Gómez Robledo – por partida doble, Montoya Jaramillo y Villegas Isaza, entre varias. Están en mí memoria los profesores Edilberto Restrepo, Jorge Clavijo, Jhon Jairo Flórez y Mario Aragón.
En los últimos años de ese tiempo maravilloso del Tenis Club, en los 90, jugaba al medio día en citas religiosas con Ramiro Henao y Eduardo Villegas y ocasionalmente con alguien más.
Para el Tenis Club Manizales el tiempo pasado fue mejor. Ojalá recupere el vigor y entusiasmo de sus primeros 50 años. Hay muchas razones para desear esto, más allá de la nostalgia; dejaré aquí una de mucho peso: su carácter profundamente democrático e incluyente. El Tenis Club no puede desaparecer, es patrimonio de la ciudad.
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