Víctor Diusabá Rojas
COLPRENSA | LA PATRIA | Udine, (Italia)
“Si en el Tour de Francia se hubiese presentado el incidente vía twitter del día aquel en que Nairo Quintana se hizo amo, y todo parece que señor, de la Maglia Rosa, aún el ambiente de reclamos estaría marcando alerta naranja”. La frase, de un conocido admirador del Giro, enseña, de entrada, las diferencias, no solo de tamaño sino de espíritu, entre una carrera y la otra.
Más allá de un paralelo entre una prueba y otra, el Tour es el Tour y el Giro quiere seguir siendo el Giro, esa apuesta romántica a la que se le miden, aparte de los obligados a hacerlo por efectos de calendario y de estrategia (Nairo es hoy feliz primero, pero es uno de ellos; de hecho, quería este año Tour y no Giro), también están aquellos quienes saben que ahí está la emoción y el desafío. Eso sí, hoy, quien va al Giro, al menos a ganarlo, no va ahora al Tour; bueno, si es que está en plan de puntuar alto.
¿Qué tiene el Giro para ser tan único y tan apasionante? Al mismo tiempo, un carácter único, este de la cuesta, como temor, el de sus escaladores, vamos por partes. Primero, es un desafío personal para los expertos en montaña encontrarse con retos como el Zolocan, esa auténtica pared que espera este sábado a la prueba, con peraltes hasta del 22% y una trepada de casi 1.200 metros en poco menos de 10 kilómetros. Eso no es todo. El promedio de las rampas es del 11.9%. Y de primer plato, en la misma jornada, dos ascensos duros: Passo del Pura y Sella Razzo.
Ahí hay adrenalina, pero también miedo. Miedo a no encontrar el paso y quedarse hecho estatua en el camino a una cima. Pero a la vez, el Giro le sirve a algunos escaladores (entre los que no está Nairo) para espantar el miedo que le tienen al llano del Tour de Francia. A propósito, su contrarreloj de este 2014 tiene 54 kms y es la penúltima etapa. Allí, perfectamente, los planeadores tienen todo para rescatar lo que puedan perder en los Alpes, los Pirineos y los Vosgos, una nueva cadena montañosa que incluyeron en esta edición.
Dicen, por ejemplo, que esa fue una de las razones por las cuales el español Purito Rodríguez prefirió estar aquí, en Italia. Aunque, por lo visto, se quedó sin el pan y sin el queso.
Pero el Giro es mucho más que un asunto personal de ascensores humanos y, sobre todo, está por encima de ese estigma según el cual su esencia radica en viejas glorias y en corredores que pintan como promesas. La sola presencia de Nairo Quintana y Cadel Evans como protagonistas demuestra que mucho del ciclismo de primera categoría del hoy y del mañana está en Italia.
Entonces, ¿por qué no canaliza tanta difusión como el Tour? Por varias razones. Una, no es un negocio, ni mucho menos, de las dimensiones del Tour (que deja unos quince millones de euros de ganancias anuales, unos 40 mil millones de pesos colombianos), pero tampoco es que pase inadvertido. Hace poco se conoció que ASO, Amaury Sport Organización, dueños de los derechos de la carrera francesa, estarían interesados en hacerse a los del Giro.
El otro asunto es mediático: el Giro tiene el riesgo de encontrar en su trazo escarpado un resultado que lance al estrellato a un ciclista de poco fuste. Lo que sería bonito, pero no más. Esta vez, con Nairo Quintana en la punta, ese problema está más que resuelto: el boyacense es el pedalista que mayor atención despierta entre los expertos. Y un subcampeón del Tour de Francia, como lo fue en calidad de debutante, es un señor subcampeón del Tour de Francia. Ahora, más bien, lo que ya algunos especialistas comienzan a preguntarse es cuánta falta le hará Nairo a la prueba francesa.
Aparte, el Giro tiene también esos rasgos tan suyos. A propósito del twitter oficial de la prueba, que no fue, aquel que hablaba de una presunta neutralización en medio del mal tiempo y que habría llevado a varios equipos a asumirla como tal, mientras varios ciclistas (entre ellos Nairo) ampliaban su ventaja (al final nadie se quejó de manera oficial), las atribuciones de autoridad que aquí se toman algunos funcionarios sorprende y saca molestias, pero también sonrisas.
Y es que cuando se habla del célebre trino, los memoriosos de esta carrera sacan de su baúl de los recuerdos varios capítulos parecidos. Y van allá, a 1994, para rescatar una obra del absurdo, sucedida en el mismo lugar en donde este año Nairo Quintana hizo la fiesta. Ocurre que en esa etapa vienen los ciclistas, los de punta, y un policía, tras verlos y dejarlos pasar, frena la caravana de acompañantes. Técnicos, auxiliares, motos y comisarios se vuelven locos y piden que abra la vía. El hombre les contesta que solo hay permiso para los competidores. Entre tanto, el grupo perseguidor se acerca al trancón o al taco, como le quieran llamar. Por fin uno de los superiores logra convencer al pequeño dictador de que está abusando del poder. A tiempo, baja el pare y da el verde.
Ese es un caso extremo, por supuesto, pero se nota a leguas que el famoso ejercicio de autoridad residual es una nota predominante. El cuento, ya repetido de que los motociclistas mandan sobre todo, incluso sobre los helicópteros que acompañan con sus cámaras la carrera, tuvo comprobación en la etapa de este jueves. Un escapado, el belga Genot, que disputaba el primer lugar en Panarotta con los colombianos Julián David Arredondo y Fabio Duarte, pedía algo de beber.
El hombre de su equipo encargado del tema, se acercó a brindarle una caramañola, pero las motos que seguían al fugaz puntero no disminuyeron el paso. El auxiliar prefirió volver sobre sus pasos para cuidar el pellejo y Genot se quedó sin con qué refrescarse. En la misma semana, una moto se llevó por delante a otro ayuda de los ciclistas que se quedó titubeante en la mitad de la vía. El video muestra el golpe que mandó al atropellado a un centro médico, con pronóstico de suma gravedad.
Menos mal, y para esos efectos, el Giro no tiene a la vera del camino a las multitudes del Tour. Eso permite carreras más limpias, aunque a veces el tema se vuelve tan informal que no extraña encontrar aficionados que alientan dentro de la zona de seguridad del cierre de las etapas o de las metas intermedias.
Lo que sí tiene la prueba, como lo tiene el Tour, es el encanto de los paisajes. Pueblitos como Levico y sus calles en pavé, estrechas, en las que cabe la caravana sin problema, con las gentes en las puertas de sus casas o en las aceras demarcadas con cintas elásticas de seguridad, son testimonio de que el Giro tiene olor a añejo, no solo por las montañas que lo caracterizan sino por el ambiente de vecinos que se vive en las orillas de las carreteras por las que cruza. A lo mejor, guardadas las proporciones, con el mismo fervor de las primeras versiones, esas que sucedieron a la del banderazo, hace 105 años, un 13 de mayo de 1909 (solo ha dejado de correrse durante cuatro años, por causa de la segunda Guerra Mundial, en la que, como se sabe, se vio envuelta Italia).
Con nuevos colores en este 2014, los del tricolor colombiano. Para este sábado se prevé una auténtica invasión de amarillo, azul y rojo en las laderas que llevan a lo alto del temible Zoncolán. Ya camisetas, banderas, gorros y bufandas son comunes en todos los kilómetros y más en las zonas de arribo de los días previos. Pero la gran cita es en el techo de la carrera, donde se espera la ratificación del dominio.
Ya el domingo, Trieste, como llegada del tradicional paseo de la victoria en que suele convertirse el epílogo del Giro, esa carrera única, a veces poco cuerda, que ostenta el título de ser la segunda más importante del calendario mundial, pero primera en emociones kilómetro a kilómetro.
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