Óscar Veiman Mejía
LA PATRIA | Manizales
Un día cualquiera
Miren lo que puede pasar, de manera simultánea, en un día cualquiera de semana en solo una parte de la Plaza de Bolívar de Manizales. Son las 3:00 de la tarde del miércoles. Faltan dos días para el crucial partido Colombia-Brasil, y el corazón de la ciudad palpita de manera normal.
En minutos, en segundos pasan y pasan personas por el andén, entre Pollos Mario y el almacén de zapatos Al pie. Se puede decir que por allí en estos 165 años, sin pavimentar en parte de los siglos XIX y XX o pavimentada como hoy, han pasado todas las generaciones de manizaleños. Quien no lo haya hecho es como si hubiese estado en la casa sin caminar por la sala.
Por la carrera 22, justo a los pies de la Catedral por estos días recalcando orgullosa sus 105 metros con el tricolor, llega el Cosmobús 2738 repleto de pasajeros. Bajan raudos y en tres minutos desocupan el gigante rojo. Luego, también atiborrados, arriban el 2761 y el 2778.
Es un día de calor manizaleño: el sol radiante, y picante. Los vendedores de helados hacen su agosto comenzando julio. Son cinco personas, incluido el de los bonice, que esperan con paletas, helados y chococonos.
Otros cuatro se encargan de endulzar la tarde a funcionarios y mensajeros, que entran y salen de oficinas; a turistas; a compradores; a personas sin trabajo, quienes desembocan de las carreras 21, 22 y 23. Sus puestos parecen divididos entre lo dulce, lo medianamente dulce y lo redulce: halls, chicles, supercocos, bombombunes.
En una escalitana un hombre saborea un cholao. Es el único que a las 3:00 de la tarde de ese día tiene la amarilla de la Selección. Él y el vendedor de vuvuzelas y banderitas parecen decir: "recuerden que el viernes es el día".
Apenas un vendedor en este sector, mientras en la 23 y en la 19 las camisetas, sobre todo rojas, salen por docenas, convertidas en un producto de primera necesidad, por cuenta de la magia de James Rodríguez, las atajadas de David Ospina, los cierres de Mario Alberto Yepes y las tácticas de Pékerman.
Una vendedora de celular le compra seis bananos (bien amarillos como la otra camiseta de la Selección) a un carretillero; una joven de Coopmulcom entrega volantes de créditos por libranza; dos grupos de turistas se hacen fotos; una mujer voluptuosa espera cliente; tres niños juegan con un balón de piscina; en un puesto de la Cruz Roja son "Bienvenidos los héroes. Con su donación se salva una vida".
Por allí pasa Manizales, también sus emociones. Su corazón se acelera y en caravana transita el sentimiento patrio, tras vencer a Grecia, Costa de Marfil, Japón y Uruguay. Es cuando este sitio y toda la ciudad, acordes con la altura del triunfo, se quitan parte de su tradición para sonreírle al triunfo.
Foto | Freddy Arango | LA PATRIALas 3:00 de la tarde del miércoles pasado en la Plaza de Bolívar de Manizales.
Un día de Selección
En la carrera 22, entre Pollos Mario y el almacén Al pie, se pudo sentir cómo la ciudad contuvo la respiración durante los 450 minutos de los cinco juegos disputados por la Selección Colombia en el Mundial de Brasil.
A las 3:00 de la tarde de ayer ese pequeño mundo, agitado por miles de personas que van y vuelven en los días de semana, quedó sumido en una quietud y un silencio aterradores. "Hoy es como un domingo", dijo un señor.
La gente sabía que hoy era el día más importante del fútbol colombiano. La calle se fue quedando sola. Increíble: cero taco de vehículos, el Cosmobús 2698, con cinco pasajeros, y los pocos pasaron derechito. William Estrada dejó de vender vuvuzelas y banderas; don Arcadio solo regresó en el entretiempo para seguir ofreciendo las loterías de Boyacá y Risaralda. Una mujer con escote pronunciado dijo: "más tarde vuelvo cuando empiecen a pasar borrachitos".
Hubo un momento en que solo había 16 personas, entre ellas tres vendían dulces y minutos a 150 pesos, debajo de igual número de sombrillas de colores. Otra señora con un cajoncito comentó: "no veo el partido porque no tengo televisor, no ve que me lo quemaron".
Si se va un poco más allá se podría pensar que las casas y los negocios, si lo hubiesen querido, podrían haber dejado las puertas de par en par, pues los amigos de lo ajeno, también son amigos de la Selección y a esa hora es probable que estuvieran al frente de un televisor.
Alguien a lo lejos tiró un volador y su explosión se escuchó nítida, tanto que las palomas de la Catedral dieron asustadas tres vueltas. En ese momento quizá hubo más aves que gente en las vías centrales de la ciudad.
Y mientras los manizaleños se mordían los labios con el gol de Brasil, en el minuto , y el remate rozando el palo de Cuadrado, en el 10, un indigente dormía plácidamente en su cama de cemento.
A esa hora en la Catedral había 17 feligreses que poco a poco se fueron retirando, salvo una mamá y su hija arrodilladas en la penúltima banca del ala derecha.
Media hora antes del partido aún era viernes de verdad. Los mismos seis vendedores de helados, de dulces, de minutos a celular, los repartidores de gaseosa. Los buses y los aerován de servicio público, cargados de pasajeros.
Ahora, se podían contar rápidamente los moradores del sitio más concurrido de la ciudad. 16, 17, 18, 21, 23, 21, 18, 17, 16, así era la rápida estadística poblacional del lugar.
El final de este viernes de sentimiento nacional, o domingo, como lo llamó un ciudadano, lo definió William Estrada, el vendedor de vuvuzelas, antes de soltar una carcajada: "otra vez a vender aguacates, y todos vuelven a la normalidad".
Foto | Martha Elena Monroy | LA PATRIALa 22, justo a los pies de la Catedral, suele ser un paso obligado para miles de personas cada día. Con el Mundial ese lugar, como casi todos los de la ciudad, se transformaron por momentos.
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