EFE | LA PATRIA | Moscú (Rusia)
El ballet, el circo y los clásicos de la música y la literatura rusas brillaron hoy en la ceremonia de clausura de los Juegos de Invierno de Sochi, en los que Rusia, el país anfitrión, dominó el medallero con 32 metales: trece oros, once platas y nueve bronces.
En la ceremonia, en el estadio Fisht de este balneario ruso a orillas del mar Negro, ante 40.000 espectadores, no faltaron los míticos ballets Bolshoi y Mariinski, ni una enorme carpa circense, retratos gigantes de clásicos como León Tolstoi, Fiodor Dovstoyevski o Alexánder Pushkin, ni la música del gran Rajmaninov.
Una representación de la aldea de Marc Chagall, en forma de mundo al revés, una banda militar de tambores y 62 pianos de cola en el escenario fueron parte de un espectáculo cuyos autores se permitieron el lujo de reirse de sí mismos.
Y es que, en un guiño al pequeño fallo técnico ocurrido en la ceremonia de inauguración de los Juegos hace 16 días -cuando el quinto anillo olímpico de luces no se llegó a desplegar por unos instantes- hoy repitieron la misma escena sobre el campo del estadio, solo que esta de forma intencionada.
La alusión al fallo tan comentado por los medios el 7 de febrero fue recibida con una ovación por los espectadores, que supieron apreciar la broma.
Antes de pasar el testigo a Corea del Sur, anfitrión de los próximos Juegos de Invierno, Rusia se recreó en su acervo artístico, un espectáculo diferente del de la apertura, que se centró en un repaso de sus hitos históricos.
El fuego olímpico fue apagado por las tres mascotas gigantes -un oso polar, una liebre y un leopardo de las nieves- bajo los acordes de la música de Eduard Artiemev, banda sonora de la película soviética "Propio entre ajenos, asalto al tren blindado".
Tras extinguirse la llama, de los ojos del oso comenzaron a brotar lágrimas mientras sonaba el tema de "Hasta la vista Moscú" en en otro guiño, esta vez a la clausura de los Juegos Olímpicos de Verano de 1980, celebrados en la capital soviética, donde esa escena final del osito Misha es una de las más recordadas.
Una vez más, como en la apertura de los Juegos, fue la niña Liuba la protagonista y guía del espectáculo, y en compañía de los payasos Yuri y Valentina y otros famosos artistas circenses rusos, la pequeña hizo un recorrido por la cultura clásica rusa.
La entrada de la selección rusa, en la tradicional parada de los deportistas olímpicos, fue recibida con estruendosos aplausos, en reconocimiento a su triunfo deportivo, ya que batieron el récord de medallas no solo de Rusia sino de la Unión Soviética.
Por su parte, la bandera de los deportistas ucranianos, cuyo país vivió ayer el triunfo de una revolución popular, fue enarbolada con un crespón negro en recuerdo de los caídos.
La excursión por el arte ruso de la niña Liuba y sus amigos terminó con un gran espectáculo circense, en el que participaron casi 400 acróbatas, gimnastas y malabaristas.
Desde la tribuna, el presidente ruso, Vladímir Putin, y el primer ministro, Dmitri Medvédev, asistían satisfechos a la culminación de los Juegos en los que el país invirtió 50.000 millones de dólares que los convirtieron en los más caros de la historia.
La clausura de la Olimpiada blanca coincidió en Rusia con otra fiesta, el Día del Defensor de la Patria, antiguo día del Ejército soviético, una de las efemérides más celebradas en el país.
Después de la ceremonia de traspaso de la bandera olímpica a la ciudad surcoreana de PyeongCheang, se escenificó un pequeño espectáculo de ocho minutos sobre la historia del arte en Corea.
La clausura concluyó con un mar de flores sobre el campo del estadio y un estallido de fuegos artificiales.