Luis F. Molina


Las emisoras musicales de la ciudad viven recordándome que el año está a punto de expirar. Inclusive, una me incita a “beber y a parrandear”. No tengo nada en su contra. De hecho, quien mejor podría secundar la moción de la emisora sería el exprimer ministro italiano Silvio Berlusconi. Las fiestas de Calígula tuvieron su mayor involución durante su administración. Obviamente, él en papel de anfitrión.
La verdad es que Berlusconi no fue un buen dirigente para Italia. Este magnate de los medios, (parecido a la nueva ola que se está apoderando de muchos medios en Colombia) tomó decisiones tan desacertadas en su administración que fue reemplazado por un tecnócrata de duras políticas como Mario Monti.
A pesar de sus acciones, buenas o malas, las noticias que relacionaban a Berlusconi pasaban mayormente por ese vergonzoso híbrido conocido como la prensa rosa. Estos tabloides referenciaban que el primer ministro italiano de entonces, antes que gobernar, pensaba en realizar impresionantes juergas en su mansión de Milán.
De estas celebraciones, la prensa rosa filtró imágenes de jóvenes desnudas y en algún momento acusó a Berlusconi de quitar el sostén de las jóvenes e inclusive tener sexo con ellas, cuando había menores de edad entre los asistentes. Cada sociedad sabrá cómo ponderar el actuar de sus dirigentes, más allá de llevar a vericuetos a Berlusconi.
Las historias que se derivan de los “bunga-bunga” de Silvio Berlusconi no fueron las únicas para alcanzar el rechazo político italiano. A esta fiesta se le suma una compleja composición por evasión fiscal. Una de las más feas con las que tuvo que bailar.
Lo cierto es que Berlusconi es uno en el papel y, al parecer, otro en la vida aplicada. El dueño del club de fútbol AC Milán, es también llamado El Caballero por una orden distintiva que recibió en 1977 por sus consideraciones para la mejora del sistema laboral italiano. Actualmente, la revista Forbes lo cataloga como el sexto hombre más rico de Italia.
Sin embargo, todo este dinero sólo le ayudó a Berlusconi para evadir el encarcelamiento, puesto que sus condenas fueron proferidas por cortes bajas en el rango, cuyos fallos él pudo apelar.
La fiesta de Berlusconi tocó la última pieza cuando tuvo que reunirse con el presidente de Italia, Giorgio Napolitano, para dimitir como cabeza del Consejo de Ministros. A lo anterior, cabe anexarle que Napolitano siempre se ha mantenido en un ala comunista, mientras que Berlusconi durante sus muchos años de discurso político se ha inclinado por la derecha y más allá.
Analógicamente, Berlusconi bien puede ser el Chávez de Europa. Se dedicó desde su escritorio a criticar otros gobiernos y a hablar por celular en las reuniones del G-20. Hasta se dedicó a reparar el color de piel de Barack Obama. A estas alturas, y conociendo el actuar de Berlusconi, no vale la pena ahondar en las acusaciones que se le hacen por tener presuntos nexos con la mafia italiana.
Más allá de todo este prontuario, para muchos es difícil comprender cómo y con qué principios puede Silvio Berlusconi asegurar que quiere ser Primer Ministro de Italia de nuevo.
Sí, pese a un lamentable desempeño administrativo, este magnate de los medios y las fiestas quiere volver a ser el centro de atención. Eso sí, nadie es capaz de mezclar con tanto éxito la política y las buenas parrandas. Todo sea dicho, pero Berlusconi tiene buen gusto para ser odiado.
Es de resaltar que Silvio Berlusconi, a sus 76 años, sea capaz de soportar el voltaje que pueden significar las francachelas en sus mansiones. No obstante, es posible que ya a su edad no logre beber con tanta maña ese coctel de política y zambra, aunque en esencia, se trate todo sobre lo segundo.
Quiero evadir el cliché. No pretendo repetir nuevamente que cada nación tiene los dirigentes que se merece, pero hay unas que si reinciden en el error, merecen lo que sufren.
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