Orlando Cadavid


El 28 de julio de 2007 los servicios de inteligencia del Ejército Nacional habían abortado por un golpe de suerte un atentado terrorista que apuntaba a exterminar al exministro Fernando Londoño Hoyos.
Cinco años después, mal contados, el abogado y político conservador estuvo a punto de perecer en una repentina emboscada, en la bogotana Avenida Caracas con la calle 74, en la que murieron dos de sus escoltas más fieles y 40 transeúntes resultaron heridos.
Mientras los organismos de seguridad sacan de dudas al presidente Santos sobre la procedencia del ataque al director de "La hora de la verdad", de Súper y columnista de El Tiempo, el Contraplano reconstruye el macabro plan del 2007 que los terroristas planeaban extender al entonces presidente Uribe y al ministro Juan Manuel Santos. Sobre este espeluznante trípode estaba montado el desarticulado proyecto criminal para dar muerte, en una calle de Bogotá, antes de las elecciones del 28 de octubre de 2007, al jurista manizaleño:
1) Un croquis levantado con mucha precisión por expertos en la materia que abarcaba la rutina diaria del objetivo. 2) Una ficha biográfica del blanco, tan bien documentada que se extendía desde su adolescencia hasta nuestros días. 3) Un azaroso catálogo con todos los pasos y las precauciones a seguir, en el momento de la ejecución de la tenebrosa orden impartida por el estado mayor de las Farc. Se calculaba que la siniestra empresa llevaba un año en meticulosa preparación.
El Contraplano tuvo acceso al material relacionado con la conspiración, en la que también aparecían como objetivos prioritarios el presidente Uribe y tres ministros, entre ellos el de Defensa, Juan Manuel Santos, para quien resultaba "normal" su inclusión en una escalada terrorista de semejantes proporciones. El baño de sangre también iba dirigido a empresarios y políticos cercanos al gobierno.
Como decíamos en nuestro párrafo de entrada, el diabólico plan quedó al descubierto el 18 de julio de 2007, gracias al hallazgo del computador personal del jefe guerrillero Carlos Antonio Losada, uno de los negociadores de la insurgencia en el fracasado proceso del Caguán, cuando el Ejército irrumpió en su campamento, en inmediaciones de La Macarena, en el Meta. El parte oficial de aquel operativo militar, al que no se le dio mayor importancia, dijo que Losada huyó herido, sin su ordenador, y que tres insurrectos de su seguridad personal fueron abatidos por las tropas regulares.
En el dossier de Londoño, que por aquellas calendas contaba 57 años, elaborado con una técnica de redacción muy periodística, además de definirlo como "uno de los peores enemigos de la revolución", se decía que "en su profesión se había destacado como abogado litigante en derecho civil, mercantil, financiero, administrativo y penal" y se le atribuía "una posición fascista y de derecha en la que encontró perfecta afinidad con el autoritarismo uribista".
Se instruía a los atacantes con información detallada sobre las vías que Londoño empleaba, entre lunes y viernes, para desplazarse, en las solitarias madrugadas sabaneras, entre su casa del norte bogotano y la sede de Radio Super, en el sector de Teusaquillo, en el semicentro de la ciudad, donde tiene su programa "La Hora de la verdad", que es un permanente botafuegos contra la guerrilla más antigua del continente y los críticos de Uribe. (Por entonces, no cuestionaba a Santos, como ahora). Se abundaba en detalles acerca del número de escoltas y su armamento, así como de los modelos y características de los dos vehículos que se empleaban en cada viaje, y los horarios de llegada y de salida de su púlpito radial. La inteligencia que se le hizo llegaba a ser tan minuciosa que se calculaba en tres segundos el tiempo que empleaba el exministro en apearse de su carro e ingresar a la emisora de los herederos del finado exembajador Jaime Pava Navarro.
La apostilla: Porque sabía que las "Farc" no cejarían en su empeño de eliminarlo, mientras robustecía sus medidas de seguridad personal, ante la condena a muerte que le había dictado el enemigo invisible, Londoño repetía una y otra vez que no la desestimaba, ni la temía. Y les notificaba a sus enemigos que no saldría del país y ordenaba a su familia que, en caso de secuestro, no se pagara ni un peso por él y que se permitiera que el Ejército procediera a rescatarlo, pasase lo que pasase. Sus amigos más cercanos creen que esta verticalidad fue la que hizo que Uribe viera en Londoño a un competidor potencial de respeto para su primer empeño releccionista y lo sacó del gabinete.
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