Óscar Dominguez


Mientras los paisas miran lelos en el Museo de Antioquia el Vía crucis del flamante octogenario Fernando Botero, la obra de su paisano y colega Rodrigo Arenas Betancourt, vive su vía dolorosa olvidada en su taller de Caldas.
Desde pequeñín Botero pintaba "volúmenes" -gordas no- para su entorno. Arenas tallaba vírgenes desnudas en madera. Lo echó del seminario de Yarumal, el rector Muñoz Duque. Botero regaló un gato al centro cultural del corregimiento de San Cristóbal. Se le han robado pelos. Arenas también tuvo su ladrón honrado: Belisario Betancur se robó la primera maqueta del Bolívar de Pereira y la regaló a la Fundación Otto Morales Benítez.
Lo de Botero sería pintar, pintar, pintar. Y esculpir. Lo de Arenas, esculpir, esculpir, esculpir. Y dibujar y escribir. En su obra "Los pasos del condenado", relato del secuestro de 82 días que padeció por cuenta de las Farc, deja ver su vena de inmenso escritor. "Le ayudó su condición de marxista", diría Morales Benítez, el mayor conocedor de su obra. Sus textos están condensados en un libro editado en Pereira.
El uno con sus bastantonas y el otro con sus escuálidas figuras, hacen escultura, poesía, política.
Arenas y Botero vivieron por su lado la bohemia del anillo etílico-erótico del Lovaina y el Guayaquil de los años cuarenta. La primaria sexual la hacía el varón domado de entonces en esos non sanctos lugares.
En uno de sus cuadros, Botero recrea una de las casas de las madames de la época. Un gato forma parte de la escena. El fallecido poeta Mario Rivero, tempranero biógrafo de Botero, estima que el gato ronroneaba en la casa de Marta Pintuco.
"No, era en la de las mellizas Arias", le reviraría Bernardino Hoyos, la vez que los dos se ocuparon del tema en un delicioso programa cultural en la Emisora de la Tadeo.
Botero regala, luego existe. Por donde pasa, deja huella de su generosidad y de su talento.
Por desidia de autoridades nacionales, departamentales y parroquiales que no cumplen lo que les ordenan mandatos desoídos, los herederos de Arenas, con su esposa María Elena Quintero a la cabeza, no han podido compartir el legado.
"El tiempo y la humedad -me contó doña María Elena- han hecho estragos en todo este importante archivo que incluye bocetos de los primeros monumentos ejecutados hace más de 40 años. Los papeles están llenos de hongos, los yesos se deshacen en las manos, el material fotográfico está en pésimo estado, los proyectos que se quedaron sin ejecutar están incompletos y maltrechos. Son sesenta años de trabajo a la espera de la mirada piadosa de alguna entidad encargada de proteger y difundir el patrimonio artístico de la Nación".
Al igual que Botero, también Arenas le ha dado al país importantes obras: El Bolívar desnudo, el monumento a los Lanceros, de Rondón, en Paipa, Boyacá, la Gaitana, en Neiva, Cristo de la liberación latinoamericana, en Barranquilla, el imponente y autobiográfico Bolívar-cóndor, en Manizales, Homenaje a la raza antioqueña, en Medellín, monumento a los Fundadores, en Villavicencio, la obra de la revolución en Marcha, en Valledupar, Monumento al esfuerzo, en Armenia.
Botero vive en Pietrasanta, Italia. Arenas, fue agregado cultural de la embajada de Colombia en Italia. El primero pintó la violencia en Colombia. Arenas fue secuestrado 82 eternos días por las Farc.
En sus mocedades, ambos coincidieron en México. Algo maluco los distanció. Botero inauguró hace poco en México la mayor retrospectiva de su obra. En la capital mexicana, Arenas realizó su primera obra monumental, "Prometeo", para la Universidad Nacional.
En principio, Arenas vivió en México del producido de columnas que escribían para El Colombiano, de Medellín, sus amigos Belisario y Morales Benítez. "No manden más plata", les pidió cuando empezó a vender precolombinos mexicanos hechos por él. Cobraba según el marrano. Les cargaba la mano a los hermanos gringos.
De regreso a Medellín, le tocó vivir "el olvido que seremos" de su obra que merece ser conocida.
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