César Montoya


No recuerdo, en sesenta años de actividad electoral, una circunstancia similar a la que estamos viviendo. No existe ejemplo parecido. Un solo hombre ¡uno! se le ha enfrentado a todo el establecimiento político de Colombia, con el firme propósito de derrotarlo.
Las listas para el parlamento lanzadas por Uribe están integradas por ilustres desconocidos. Serán mujeres de postín que saben balancear sus caderas en las pasarelas, intelectuales de pacotilla, parientes cercanos de pisahuevos, familiares de criminales innombrables, reinsertados que fueron comandantes de grupos delincuentes, hijos de investigados sub júdice, cadáveres que ahora se embalsaman para llevarlos a los cuerpos colegiados. La gente sorprendida se pregunta: ¿quiénes son?, ¿qué hacen?, ¿dónde viven?, ¿qué méritos tienen? Muchos pertenecen a la galería de los notables, sin nexos con la base. Nunca han estado en las aldeas, los municipios los ignoran, ningún beneficio les deben, tienen una desvinculación total con las urgencias de las comunidades.
¿Será posible que el elector de Aguadas, por ejemplo, entregue su representación a un Valencia o Mejía jamás vistos por sus calles, nunca interesados en sus necesidades vitales, a quienes no se les agradece un solo favor cívico? ¿No votará por Adriana Franco, Luis Emilio Sierra, Mauricio Lizcano, Arturo Yepes, líderes que visitan frecuentemente ese bello balcón de las neblinas, comprometiéndose con el presente y futuro del municipio? ¿Olvidará que Víctor Renán Barco, Luis Guillermo Giraldo, Ómar Yepes y Óscar González, a través de sus labores parlamentarias, hicieron pavimentar las carreteras, electrificaron el campo, modernizaron escuelas y colegios, llevaron la telefonía a las veredas, lograron la financiación de acueductos y alcantarillados, sacando a Caldas de la penumbra y, a base de obras, incrustarlo en la modernidad? ¿Cómo votará el campesino de Samaná si sabe que su progreso se le debe a Marleny Osorio, Jhon Fredy Rivas, Jorge Hernán Mesa y Hernán Penagos? ¿Ese elector los sustituirá en los comicios para preferir a unos paracaidistas?
La política se la hace o se la padece, frase de Spengler que hizo suya, repetidamente, Gilberto Alzate Avendaño. No es fácil, -es casi imposible-, reemplazar al político. El Mariscal se impuso cuando el conservatismo era manejado, en Caldas, por hombres piadosos que no se perdían toque de campana. Para agarrar el poder político, primero acumuló montañas de cultura. Mientras sus coetáneos eran disolutos, fiesteros y enamoradizos, Alzate se convertía en ratón de biblioteca, devorador famélico de libros, autoencarcelado voluntariamente en el íntimo espacio de sus anaqueles en donde fraternizaba con los dioses del Olimpo. Pero además por las trochas carreteables de aquellos tiempos, se desplazaba una y otra vez para dialogar con sus seguidores dispersos por toda la geografía. Salía de Manizales y después de repartir consignas en cada municipio del Norte, dormía en Aguadas. Al día siguiente, visitaba todos los pueblos de Occidente, para pernoctar en Armenia. Recorría el Quindío y el domingo retornaba, tarde de la noche, a la capital. A la semana siguiente, uno por uno, misionaba en todos los villorrios del Oriente.
En las convenciones conservadoras se elegían directorios y se integraban las listas para los cuerpos colegiados. Alzate, con trabajo solapado, ariscó a los jefes de las regiones contra los camanduleros y los puso a su servicio. Así, en noche memorable, dio el golpe definitivo contra los dinosaurios.
¡Ojo! Los sufragios que obtenga la lista de Uribe pueden determinar que se ahoguen las curules de algunos aspirantes a los cuerpos colegiados. En principio, los que desean ser senadores por Caldas no tienen respaldo suficiente para salir electos y es posible, apenas posible, que Uribe saque un senador y uno o dos renglones para la cámara. No olviden los políticos que según una muy reciente encuesta, el 60% de los entrevistados expresaron que votarán por las listas del expresidente.
No es aceptable, no, que Uribe arrase con la clase política. Él solo. Nadie más. Que corte el cordón umbilical existente entre el pueblo, provincia por provincia, con sus voceros legítimos, para ser reemplazados por unos nadies que el autócrata quiere implantar como nueva jerarquía. ¡Qué desgracia ver al país plegado ante un reyezuelo vanidoso que cree ser el ombligo del mundo!
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