Luis F. Molina


Henrique Capriles Radonski se salvó de salir crucificado en su rol de salvador de Venezuela. La victoria de Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales del pasado domingo deja algo claro: El oficialismo tendrá que resolver los crecientes problemas que crearon por casi 15 años.
El país vecino ha afrontado una pausa política de meses. Quizás desde la desaparición pública de Hugo Chávez, nadie ha hecho ningún cambio al oxidado modelo político que presenta el Socialismo del Siglo XXI. Las diferentes crisis existentes en Venezuela significarán la más dura de las consecuencias del triunfo de Maduro.
Durante su discurso de victoria, Nicolás Maduro se jactó de los menos de 300 mil votos que le dieron la presidencia. Es claro que para un país que tiene un potencial electoral de casi 19 millones, una diferencia de 234 mil sufragios es minúscula y quizás no establezca a ciencia cierta un pulso electoral, tratado ya el carácter tan preciso de estos comicios. Estos guarismos indican que el chavismo no maduró como una fuerza política confiable a largo plazo.
Fueron unas elecciones desequilibradas. David contra Goliat. Capriles creció 10,3 % en el número de votos con respecto a las elecciones del año pasado. La ausencia de Hugo Chávez se manifestó en una disminución porcentual de 8,4 en las papeletas marcadas a favor del oficialismo.
Las deficiencias de la campaña de Maduro fueron claras. Ganó por el respaldo que le concedió Chávez antes de morir. Todavía no logra establecer un discurso claro, en el cual las palabras puedan pasar a los hechos sin ser distorsionadas. Irónicamente, son los mensajes de Nicolás Maduro los que se han encargado de dividir y polarizar la nación vecina.
Maduro se ha adueñado de la razón chavista. Entre sus principios discursivos está que él es la voz del pueblo y que la patria venezolana se ciñe a lo que él piense, además de demeritar cualquier desarrollo de la oposición. Tal vez la confrontación y no el consenso, es la fórmula que utilizará Maduro para teñir una cortina de humo que le permita expandir el tiempo de solución de los gravísimos problemas sociales, económicos y políticos que tiene Venezuela.
La paradoja de esta elección es clara. Nicolás Maduro tendrá que responder por los errores de tantos años de administración de su venerado oficialismo. La falta de dinámica gubernamental hizo que la política venezolana entrara en un letargo y en un enfriamiento donde la única forma de dirigir Venezuela era el populismo. Las reformas aplicadas por Hugo Chávez serán las mismas que hundirán a Maduro en una espesa crisis política que terminará por debilitar el chavismo. Es cuestión de tiempo para conocer el pulso y la realidad política de Venezuela.
Probablemente, entenderemos en los próximos meses que el plan político de Maduro no será idéntico al de Chávez dadas las circunstancias que rodean ambas administraciones.
Hay ocasiones en las que es preferible perder por un punto porcentual a ganar por la misma cifra. Es peor saber que se gobernará con el adversario en las narices, apuntando a los propios yerros. Ahora la maquinaria política del oficialismo no puede desmentir el amplio crecimiento del nuevo "caprilismo". La oposición ya se afianzó en su papel de veedor público de las actividades políticas del gobierno y ése es el primer paso de la carrera.
Ya son 14 años desde que el mismo pensamiento preside Venezuela. Hasta el mejor de los gobiernos cansa a su pueblo. La renovación es un aspecto claro que demanda la democracia moderna. No obstante, aplicar a próceres de última hora es una nueva fórmula de propaganda política cuyo término está por conocerse en Venezuela.
Por lo pronto, Capriles necesita mantenerse vivo en el mapa político de su país, revisando y criticando las decisiones de la administración, siempre y cuando sepa oponerse al gobierno y evitando la tentación de amedrentarlo torpemente vía Twitter.
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