Camilo Vallejo


Hay un homenaje que debemos. El homenaje a una mujer especial.
Por "especial" me refiero a una mujer que puede distinguirse entre las generalizaciones que nos hemos inventado para homogeneizar las mujeres y poder hablar de ellas en abstracto, sin matices, sin rasgos concretos.
La mujer del homenaje de hoy es esa caldense que por simple contingencia nació y se crió en estas montañas y en estos valles. Esa que tuvo por padres a los que llegaron de cualquier lado y que salió adelante con ellos por la suerte que trae una tierra negra y rica, pero también por la división del trabajo que puso a los hombres de la puerta para afuera y a ella y a su madre de la puerta para adentro.
Se trata de esa mujer que un día no vio más a su padre, a sus hermanos y a su esposo, sólo porque una guerra pasó de Antioquia hacia el Valle, o del Valle hacia el Tolima, dejando muertos a los muertos pero también muertas a las vivas. Ella debió quedarse sentada tomando tinto, comentando entre lágrimas lo que había pasado, aunque siempre en voz baja y en secreto porque nadie podía enterarse que ella era la única que sabía sobre lo ocurrido. Esa fue su muerte.
A esa mujer especial le tocó gobernar la casa, reuniendo la familia y protegiéndola, y le quedó vedada la vida pública. Así saliera a la calle y fuera al mercado o a la iglesia, toda acción que hiciera debía ser una proyección de su labor doméstica: ser una buena madre, ser una buena ama de casa.
Igualmente debió soportar que toda incursión del hombre en el hogar se efectuara de acuerdo con el sujeto público que debía ser, porque así los hombres hayamos sido ineptos e incapaces en el hogar, ante lo público debíamos parecer los de la fuerza, los siempre infalibles que tenían la capacidad suficiente para dictar las órdenes en la casa y abusar de nuestra posición.
De allí que el maltrato y la esclavización doméstica de la mujer aún se trate, algunas veces, de reafirmaciones violentas que el hombre hace para no perder su lugar público, sobre todo cuando las acciones de la mujer (tanto domésticas como públicas) ponen en entredicho esa imagen ideal que el varón debe conservar en la calle, en la fábrica y en el club.
Pero el homenaje no es solo por lo que ha resistido, debe ser más por lo que esta mujer caldense ha comenzado a romper.
Para proponer otro mundo, en Manizales esta mujer se tomó lenguajes como el de las artes, los diseños y la arquitectura, hasta hacerlos transformadores, mientras que en los pueblos se hizo poeta e historiadora para contar por fin lo que sabía.
Tampoco tuvo recato al optar por los lenguajes de sus abuelos y sus padres, como el derecho y las economías, para allí también ser mayoría y terminar por reinventarse lo añejado y lo agotado por ellos.
Esta mujer ya no se une a otra persona para someterse o renunciar a sus sueños; cuando ve que se que le marchitan, o ve que no le están dejando sumarlos al sueño común, no tiene recato en tumbar la mesa del juego, arrebatar las cartas y ella misma, como mujer, volver a barajar.
Ya no calla. Ya no se aguanta. Ya no posterga. Ya no se deja interrumpir. Ya no se engaña con la supuesta seguridad que le da un hombre. Ya no teme andar sola o criar un hijo sola. Ya no se embellece para alimentar el gusto y la vanidad de otros. Hay casos en que ya no quiere ser madre. Hay casos en que ya no quiere casarse. Ya recordó que las mujeres también pueden morir por amor y sabe que las locuras románticas también pueden ser escritas por ellas. Ya conquista y reconquista. Ya se enamora de otras mujeres y no le importa.
Esta mujer se ha apropiado de la vida pública y ni siquiera para vivir como hombre. Lo ha hecho para proponer sus formas de ver el mundo. Se cansó de ser la que tenía que observar con prudencia una Caldas corrupta y des-gobernada por los hombres (a veces por los hombres de su propia casa). Por ahí se le ve en la calle; ya no quiere volver a quedar detrás de las puertas y continúa peleando por eso. Sabe que esta sociedad no cede del todo, tiene la cáscara dura y es goda.
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