Mario César Otálvaro


Mario César Otálvaro
LA PATRIA | Bogotá
Vistos los cinco partidos iniciales del Once Caldas contra Cartagena, Cali, Itagüí, Chicó y Millonarios, sin el último que fue ayer contra Cúcuta en Yopal, quedan reflexiones muy dicientes en torno a la nueva estructura deportiva del blanco de Manizales.
La primera atañe a los resultados que están por encima del cálculo más optimista, lo que se le debe enteramente al técnico Hoyos, quien en corto lapso puso orden en la casa, salió de los indisciplinados, trajo jugadores baratos y de confianza, y pese a la desbandada jamás apeló a la disculpa lastimera.
En materia colectiva -y de espectáculo- este Once Caldas pinta como el mejor de los últimos años, lo que no significa que sea superior al de Álvarez, o al de Montoya, o al de Osorio, entre otras porque carece de una plantilla debidamente consolidada.
En cuanto al entrenador, es claro en sus conceptos, aplica disciplina táctica en marca igual que en ataque, con transiciones rápidas, y solidaridad por parte de sus dirigidos, logrando notables mejoras en defensa y en el acompañamiento arriba.
Pero este equipo del argentino tiene un pecado enorme, y es la falta de nómina, pues aparte de que es estrecha y justita en calidad, ofrece una línea titular con vacíos, principalmente en la delantera, y en el primer sector de volantes.
Tampoco tiene cobradores de tiros libres, ni cabeceadores, que en el fútbol moderno son fundamentales, sobretodo en un país como el nuestro, en el que algunos partidos cerrados, de difícil trámite, se resuelven por esa vía.
En Hoyos se destacan su seriedad y profesionalismo, así como en el grupo sobresalen el extraordinario momento de Juan Carlos Henao, Jamell Ramos y Mario González, el rendimiento de la dupleta Frontini-Acosta, y las esperanzadoras maneras de Gonzalo Cabrera y Gustavo Culma.
Murillo cumple por la izquierda, Scaglia tiene déficit en quite aunque es ordenado y con salida, y Harrison recupera pero es confuso con el balón en los pies, mientras que en punta la decepción la encarnan Romero, Reynoso y Mena, y lo peor, es que no hay más.
En conclusión, sorprende lo que hace Hoyos, quien como Osorio no acepta las triquiñuelas, ni que se simule o se tiren al piso, dentro de un esquema que regula el pelotazo, y que busca el arco rival con movimientos rápidos y escalonados.
Parece una buena contratación, y acierto grande de Duván Vásquez, con el agregado de que su llegada le hace bien a este fútbol nacional que necesita refrescarse en asuntos de táctica, como lo hizo el santarrosano en su anterior paso por el cuadro albo.
Y aunque ayer se jugó contra Cúcuta, permítanme unas cortas observaciones sobre la actuación en Bogotá frente a Millonarios, en una plaza donde pocos se atreven, y en la que el Once Caldas jugó sin temores, impuso condiciones, y dejó una imagen positiva.
Fueron 75 minutos casi perfectos por control de pelota, presión, desgaste físico y creación de opciones no convertidas, atizados por un golazo de Robayo que permitió a los azules irse al descanso con un triunfo parcial inmerecido.
Luego Otálvaro y Vásquez le dieron un vuelco a Millonarios, y las salvadas de Henao terminaron evitando una goleada que hubiese sido increíble, inaceptable y absurda. Ahí faltó el toque del entrenador que debió poner tranca en la mitad para cerrar el juego, lo que no quiere decir que la actuación haya sido enorme y argumentada.
Ojalá Hoyos entienda que muchas veces empatar también forma parte del catálogo. Es cuestión de elegir el momento para congelar un partido, pues el mercado del fútbol prioriza el resultado sobre presentaciones cargadas de lujuria en ataque que solo dejan reconocimientos morales.
Lo cierto es que Hoyos se sigue ratificando como un entrenador diferente, que armó equipo de lo que era una colcha de retazos, que sus ideas y su trabajo convencen, y que tiene feliz a la hinchada. Lástima eso sí, que no disponga de un plantel más completo.
Hasta la próxima…
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