José Jaramillo


El padre Francisco Londoño Botero era oriundo de Neira, Caldas. Tres hermanos suyos fueron también sacerdotes: José, Jesús y Juan. El primero, ejerció como párroco de la catedral en Armenia. En esa época la empresa de taxis se llamaba 1442, porque ese era el teléfono, y los carros cuadraban en la Plaza de Bolívar, donde está hoy el edificio de la gobernación. Entonces había allí un café, el Caucayá, en el que era garitero de los billares don Emilio Valencia Díaz, el ínclito jefe político del Quindío actualmente, sin cuyo aliento no se mueve una hoja en la política de esa región. El "gordo", como llamaban al padre José, cuando no estaba en funciones de su misión parroquial, hacía tertulia con los choferes del 1442, tomaban tinto en el café, se contaban cuentos, comentaban los sucesos de actualidad y remataban con sonoras carcajadas, que provocaba algún chiste verde, mientras el padre José se desplazaba de regreso a la casa cural. Cuando éste murió, aún en ejercicio de sus funciones, el entierro fue acompañado por la más larga caravana de carros de servicio público que jamás se había visto, y seguramente no se va a repetir.
De otro hermano del padre Francisco (Pacho para todos quienes lo conocimos), Juan, se dice que era santo. Ejercía en un pueblo de Santander, en la época de la violencia política, y como era usual entonces los contrarios del municipio vecino anunciaron que atacarían la jurisdicción eclesiástica del padre Juan, para borrar a sus rivales. Cuando la gente se estaba preparando para recibirlos, acopiando armas, el sacerdote, para evitar una mortandad absurda, les dijo a sus feligreses que no hicieran nada y que le dejaran el asunto a él. Y con una cruz como única compañía les salió al encuentro a los enardecidos atacantes y sin decirles una palabra caminó hacia ellos. Éstos, a medida que el padre Juan avanzaba, retrocedían, hasta que volvieron grupas y regresaron por donde habían venido, desistiendo de su empeño criminal.
Una hermana del padre Pacho, doña Cecilia, era la madre del pintor David Manzur y de Jaime, el titiritero. Mujer de exquisita cultura, fue directora de la biblioteca y casa de la cultura de Armenia, y quien les hacía los diminutos vestidos, verdadera costura en filigrana, a los muñecos que Jaime requería para el montaje de sus obras.
Francisco Londoño Botero, el padre Pacho, además de sus virtudes cristianas y de su cultivada formación humanística, era un brillante orador, con una voz poderosa, que pudimos apreciar cuando de niños le oímos pronunciar de viva voz unas oraciones de lirismo iluminado, desde una ventana de la casa cural, ante una plaza repleta de gente, cuando en los pueblos pobres no había micrófonos ni altoparlantes.
Y tenía un gran sentido del humor. Decía cosas que a cualquier mojigato horrorizarían, pero que a él le lucían. Cuando en primaria fuimos sus alumnos de religión, alguna vez nos hizo una exposición sobre el espíritu, el alma, con todas sus connotaciones filosóficas y sobrenaturales. Al terminar, se dirigió a Jairo Tejada Arias y le preguntó: - A ver, Jairo, para usted, ¿qué es un espíritu? El muchacho caviló un rato, al cabo del cual contestó: -Pues un espíritu, padre, es como algo que se siente pero no se ve. A lo que replicó el padre Pacho: -¡Ah, entonces un pedo es un espíritu!
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