Jorge Enrique Pava


En Colombia, y tal vez en todos los países democráticos, es usual que en los diferentes comicios electorales resulten miles de votos de personas ya fallecidas y que muchas de las curules que se conquistan sean ayudadas por esos votos fantasmas que, en últimas, resultan legitimados. Pero pocas veces se presenta el caso de que el muerto no sea el votante, sino el propio candidato.
Lo que pasa hoy en Venezuela es tan curioso que, si no fuera en exceso peligroso, podría ser un buen chiste: la campaña presidencial de Maduro la está haciendo un cadáver. Porque el cadáver del fatídico Chávez es la fortaleza de Maduro, quien heredó un gobierno irresponsable, pendenciero, fariano, revolucionario y socialistoide, y quien basa su campaña en las mismas tesis desoladoras, equivocadas y retaliativas de su líder comandante-camarada.
Un cadáver que no han dejado descansar en paz (como él, en vida, tampoco nos dejó descansar en paz a nosotros) y que ha sido objeto de romerías, traslados, procesiones, desfiles, visitas sin fin y abundantes maquillajes, para conservar viva la estampa (algo desagradable por cierto) de quien supo despilfarrar la fortuna de su país en su enriquecimiento personal y en el mantenimiento de millones de vagos que hoy reciben subsidios estatales por no trabajar.
Al paso que vamos, la campaña de Maduro tendrá que hacerse en una carroza fúnebre para poder trasladar al verdadero candidato hasta los sitios donde decida detenerse a leer el telepronter, que tampoco ha aprendido a manejar. Será una campaña de exposición. ¡Sí! De exposición del cadáver de Chávez.
Y de acuerdo con las últimas noticias, tal vez las elecciones tengan que sufrir alguna anticipación, pues todo parece indicar que Chávez no podrá ser momificado y entonces la descomposición del cuerpo vendrá a hacer de las suyas. Aunque esa descomposición corporal seguramente no será tan fatídica ni tan pestilente como la descomposición social que dejó en Venezuela.
Es una campaña curiosa, repito. ¡Pero además ridícula! Oír a Maduro decir que Chávez, desde ultratumba, fue el promotor de que el nuevo papa sea argentino es aterrador. Pero más aterrador aún, resulta ver un auditorio entero aplaudiendo esas estupideces. Como aterrador es ver la imagen de Teodora "la dolorosa" ante uno de los ataúdes de su camarada-compinche-aliado, derramada en llanto y desconsolada por todo lo que significa perder el soporte de las más perversas intrigas.
Pero, repito también: además de todo esto ser curioso es peligrosísimo. Porque los desvaríos, las locuras, la insania y los desafueros en cabeza de un candidato vayan y vengan. Pero esas mismas circunstancias en cabeza de un presidente son el estopín de una bomba de incalculables proporciones. Y el riesgo que tiene Venezuela de que Maduro sea elegido presidente es muy alto pues, al igual que en Colombia, el candidato presidente tiene la chequera estatal, la burocracia y los medios que le garantizan un alto porcentaje del triunfo. Además de que esos millones de vagos subsidiados no querrán prescindir de los dineros que el Estado irresponsable les entrega y harán hasta lo imposible por conservar el estatus, así esto signifique la quiebra de su país.
De manera pues que todavía faltan unos días más de este espectáculo en el que se ha convertido la campaña presidencial en Venezuela. Serán unos días en que tendremos que soportar la verborrea de un Maduro más envalentonado, pero a la vez más absurdo, y una Venezuela más radicalizada y dividida entre quienes quieren salvarla de este caos Chávez-Terrorismo-Farc-Maduro y quienes pretenden seguir succionando de la teta estatal así la pobreza crezca día a día. Unos días más de un cadáver insepulto en plena campaña electoral.
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Y hablando de cosas aterradoras, nada como lo que pasa en nuestra Manizales del alma. La carencia de líderes; la expulsión del escenario político, dirigente, gremial e industrial de personas realmente capacitadas; la persecución judicial implantada por gente sin pudor, sin honor y sin autoridad moral, pero amparados en corporaciones espurias; la descalificación constante de personas por no pertenecer a círculos perversos de poder; el señalamiento ligero, a priori, infundado o tergiversado; el fraccionamiento de la verdad para el perjuicio de los enemigos personales; la corrupción enorme cubierta bajo el manto de la impunidad de los propios gremios; y la mediocridad haciendo de las suyas, son hoy el pan de cada día y el mayor factor de nuestro atraso o de nuestra parálisis.
Pero nada nos conmueve. Y mientras nos dedicamos a destruirnos entre nosotros mismos, vemos como las ciudades vecinas progresan, se desarrollan y adquieren importancia en el entorno nacional. Es increíble que el problema cafetero se haya tenido que solucionar en Pereira; y que los alcaldes de Caldas tengan que viajar hasta allí para ser escuchados por el Gobierno Nacional; y que Pereira se haya convertido en el eje central del Viejo Caldas ante la pasividad y la indolencia de nuestros seudo líderes. Esto no es envidia de lo bueno que le sucede a la ciudad vecina. Es la manifestación del desconsuelo que se siente al ver que estamos dormidos ante el mundo, pero despiertos para destruir nuestras propias personas, empresas y proyectos. ¡Qué tristeza!
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