Óscar Dominguez


Un coma diabético tiene temporalmente fuera de la circulación a Orlando Cadavid Correa. El exdirector de Colprensa y de RCN se la pasa en una posición que pocón le gusta: decúbito dorsal.
Y no le gusta porque Otato, uno de sus alias familiares, está hecho para la zozobra de la brega diaria, no para el coctel, el gimnasio, el manicure o pa mirar pa´l techo, algo tan poco erótico como mirarle el exhosto a una tractomula trepando al alto de Letras.
Los médicos y paramédicos que lo miman a la brava, sus hijos y demás familiares y amigos, creyentes y/o ateos de dos pesos, andamos en "modo camándula", seguros de que pronto lo tendremos de regreso a su bulín -como él llama su cambuche en Medellín- ejerciendo como aplastateclas.
El percance diabético que lo tiene haciendo un doctorado en Mafalda es un memo para que se regale un forzoso sabático, alimenticio sobre todo. Y laboral.
Lo del doctorado es porque el rebelde hecho en Bello, columnista dominical de LA PATRIA, manizaleño por mil títulos, se copió de la heroína de Quino y le da pereza tomarse la sopita. De allí el clamor de sus hijos Tatiana, Pamela y Orlando Jr. y demás familiares, y de su popurrí de amigos, para que trague y ejecute el libreto que le prescriben sus médicos.
En esta coyuntura, siempre tan célebre y original, el hijo de doña Angélica se inventó una obra de misericordia que puso patas arriba el catecismo del padre Gaspar Astete: no visitar a los enfermos. No ama las visitas. Muchos le ponemos papel carbón a este nuevo mandamiento, tal vez porque no nos gusta que nos vean pálidos, color Londres, o con los ojos en la nuca.
Lo de popurrí de amigos en el caso de Cadavid no es cañazo de tahúr. No lo es porque de la rosa de los vientos llueven mensajes mandándole energía para que permanezca en el más acá. El más allá que espere su cuarto de hora.
Y algo divertido: todo el que va llegando a arrimar el hombro se proclama su mejor amigo. La razón es simple: a cada uno de su red de cómplices lo trata con tal deferencia que el sujeto queda flechado de por vida, lo que lo lleva a autoproclamarse como el más próximo a sus entretelas. Debe estar toteado de la erre con esa extraña competencia.
Desde siempre, Cadavid ha ejercido una especial veeduría sobre su corte de allegados. Si a alguien le duele una muela o le da una jarretera, vuela a meter la ficha. Ayuda y se abre del parche. Es de los que acompaña a sus amigos hasta el cadalso… y se ahorca con ellos.
Eso sí, defiende a mordisco ventiao su soledad. No permite voyeristas en su ámbito. Para vivir su espléndido máster en cusumbosolismo mantiene su cambuche tomado por la música y los libros. Y las falanges listas para soplar cibercuartillas.
Uno de sus amigos, flaco como periódico del martes le exigió: "Dejate querer. Te necesitamos". Otro anda de camándula en mano. Yo, de puro sapo, agrego: "Tomate la sopita, Mafaldo Cadavid, no jodás".
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