Jorge Raad


Finalizó la campaña electoral para el Congreso de la República. Están disponibles los nombres de los elegidos. Viene la preparación, si es que así lo determina cada uno, para iniciar sus actividades como Senador o Representante el 20 de julio próximo.
Se acabaron las promesas, posibles e imposibles, de campaña; finalizaron todas las prácticas corruptas, evidentes, soslayadas, tradicionales o nuevas encaminadas a obtener el voto; terminaron las inmensas campañas publicitarias, grandes, con fotografías bellamente retocadas y en ocasiones utilizando emblemas que dan a entender la politización indebida de beneméritas instituciones; se extinguieron las entrevistas, pagadas o no, a los candidatos en donde estos adquirían características de ángeles; finalizaron las grandes inversiones en publicidad escrita, radial y televisada, en donde la conciencia se aplaca con la frase "publicidad política pagada"; cesaron los abusos contra personas al utilizar su imagen en campañas no autorizadas; concluyeron las encuestas, unas técnicas y otras absolutamente sesgadas para engañar al elector, y así podría expresarse de muchos aspectos a los cuales estuvieron sometidos los ciudadanos.
Lamentablemente a partir de ayer, con la reactivación generalizada de la campaña para elegir el Presidente de la República 2014-2018, volverán a aparecer todos los vicios a los cuales los colombianos se han acostumbrado, y tanto lo han hecho que se perdió la capacidad de crítica ante las agresiones electorales. De esto dan cuenta todas las sociedades y, ¡quién lo creyera!, existen no pocas personas con un alto nivel educativo que aceptan prebendas para comprometer el voto, aunque hay ejemplos de que no cumplen con lo prometido a la mejor manera de una estafa.
Aparecerán ahora toda clase de análisis sobre los resultados de las elecciones para el Congreso, cada quien tiene una explicación sobre lo sucedido, unas pensadas y expresadas técnicamente y otras que dan grima por los conceptos tan superficialmente emitidos.
Comienza el ciudadano a informarse sobre los planteamientos de las actividades de los futuros congresistas y entonces la pregunta que más fácil acude a la mente es: ¿En qué país viven o quieren vivir los congresistas? Quizá con los nuevos legisladores es posible tolerarles por ahora la falta de objetividad para con el país o la región. ¿Y entonces cómo aspiraron? Sin embargo, es indigno que senadores y representantes de vieja data aparezcan en estos momentos a emitir conceptos frágiles sobre posibles proyectos.
¿Cómo se les olvidó? Dos hechos para recordar: La fallida y vergonzosa reforma a la justicia y la aprobación de la ley marco de salud, con un artículo demoledor en contra del ciudadano. Ahora se espera que la Corte lo declare inexequible, porque si se queda borra de un plumazo la Constitución Política de Colombia. ¡Y todos agachados!
Aparecieron en campaña aves cantoras que tratan de compensar con canturreos la gran brecha que existe entre los colombianos y que periódicamente en forma ficticia tratan de negar.
Inmensa responsabilidad le compete al congresista, por cuanto tienen la responsabilidad de definir el rumbo de la Nación. No basta con ser un profesional exitoso, o un ciudadano pleno de bondades, si ambos son ignorantes en lo que constituye la historia del país, lo que necesita la sociedad colombiana y lo que es posible otorgarle a través de su ejercicio permanente en el Congreso. Actividades indispensables para un congresista son el estudio profundo de los temas, la amplia discusión de los proyectos por encima de condiciones personales o de otras que alteren el sano juicio de quienes deben definir.
Los congresistas son personas que deben liderar, o al menos plantear, proyectos y soluciones a quienes votaron o no por ellos. Muchos constituyen una especie de personas mudas a las cuales no se les oye ni se les lee nada trascendental durante cuatro años. No pueden creer que defender un solo proyecto de ley o discutirlo tímidamente en el Congreso sea suficiente.
Los colombianos son dados al olvido y por ello cada año deben pedir informes a sus congresistas sobre lo que han hecho o han dejado de hacer.
Es la única manera de llegar a tener, como antiguamente se decía, un Congreso admirable.
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