María Carolina Giraldo


No voy a referirme aquí al incidente del senador Merlano que, como buen representante de una parte considerable de nuestra clase dirigente, cree que tener 30.000 ó 50.000 ó 60.000 votos lo convierten en intocable. Es lamentable que todavía debamos recordarles a varios funcionarios públicos que son ellos los primeros llamados a dar cumplimiento a la ley. Tampoco voy a ahondar sobre lo desconcertante que resulta que una persona que recibe una oportunidad tan gran de la vida como el señor Fernando Londoño, ande preocupado por un reloj. Creo que existe un amplio consenso en un gran y representativo número de colombianos, de que en estos casos se invirtieron los principios.
Quiero referirme aquí al cuidado de nuestra propia especie. Hace unos días caminaba por la calle con una persona que aprecio mucho. Era una vía empinada, nada inusual en Manizales, y había una familia de recicladores golpeando bruscamente al caballo que les sirve como medio de trabajo y subsistencia. Ella se indignó por la forma como trataban al caballo, yo me indigné con ella por prestarle más atención a la condición del animal que a la de los miembros de su misma especie.
Que el caballo estaba en malas condiciones, sí. Que nada justifica el maltrato animal, sí. Que los seres humanos debemos ser cada vez más conscientes de que este mundo no es nuestro y respetar las demás especies con las que convivimos, sí. Aquí no hay discusión sobre el cuidado de la tierra y el compromiso con los seres que la habitan.
Lo que todavía no puedo entender es en qué momento le dimos más prioridad a cuidar otras especies, antes que protegernos a nosotros mismos. Por qué nos duelen más los maltratos que se comenten contra caballos, toros, perros, gatos, delfines y ballenas que contra nuestros semejantes. A las mujeres nos increpan porque no tenemos compromiso de género, pero empiezo a pensar que el ser humano no tiene compromiso de especie.
Pocos días después alguien me contó que iba transitando una vía, casi urbana, en un municipio de Caldas, alcanzaron a pasar cerca de 3 ó 4 carros, y quizás 2 motos, cuando vio a una persona herida en el suelo, con el cuerpo mitad sobre la berma, mitad sobre la carretera. El protagonista de la historia detuvo su carro, y mientras se acercaba al herido, pasó una motocicleta que le preguntó si lo había atropellado. La forma como se encontraba tendido en el suelo, así como sus lesiones fueron suficiente explicación para el conductor de la moto; no se trataba de un accidente de tránsito. Nadie más paró, nadie se detuvo. Llamaron a la Policía y solicitaron una ambulancia, llegaron primero los policías. Tan pronto hubo presencia de una autoridad, empezaron a llegar los curiosos, en menos de cinco minutos el lugar estaba lleno de transeúntes que quería saber qué era lo que pasaba.
¿Cuáles pueden ser las razones por las cuales una persona que ve un herido a las afueras de un pueblo no se detiene a auxiliarlo? Al protagonista de la historia y a mí se nos ocurrieron dos. La primera es el miedo a que se les sindique de haber ocasionado las heridas. La segunda, es que se piense que es un montaje para producir un robo. Esta última es poco probable teniendo en cuenta lo transitado de la vía, que eran casi las 10 de la mañana y que el día estaba soleado.
¿Qué circunstancias generan que seamos tan indolentes al sufrimiento de los otros? Nos hemos maltratado tanto que confiamos más en nuestros perros. Nos hemos vuelto tan irrespetuosos con los demás que nos da miedo auxiliar al que lo necesita, porque creemos que se aprovechará de nosotros. Hemos invertido el principio de presunción de inocencia y quien que se pare al lado de una persona herida es, irremediablemente, su victimario.
Nadie había atropellado ni agredido al herido de esta historia, él se quería quitar la vida. Después de oír este relato, cómo no sentir empatía con esta persona que no le encuentra valor a seguir viviendo en un mundo en el cual te ven tendido en el piso y tus mismos congéneres te pasan por encima.
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