Jorge Alberto Gutierrez


Imaginemos por un momento, que la Avenida del Centro es un fluyente río, observemos entonces cada una de sus riberas abarrotadas de gente buscando cómo pasar a la otra orilla. Ahí están los ancianos con sus nostalgias y su parsimonia, los niños con sus perros y sus bicicletas, los enamorados con sus sueños, los mensajeros, los que llegaron del campo, las amas de casa, los que trabajan. Con sumo cuidado seleccionemos cuáles de las calles que confluyen a esas riberas tienen el derecho adquirido de continuar adelante sin interferencias ni talanqueras de ninguna clase. Seguramente habremos seleccionado, entre muchas otras, las calles que relacionan escenarios urbanos de enorme importancia, como la calle 23 que enlaza la estupenda y hoy descuidada Plaza de Bolívar con sus edificios y sus instituciones con la Galería o Plaza de Mercado, que con su vocación de cornucopia actúa no solo como despensa municipal, sino como el epicentro metropolitano por excelencia; es allí donde acuden los manizaleños de la ruralidad para encontrarse con la ciudad y todo lo que ella ofrece.
Cuando los urbanistas o las facultades de arquitectura han dicho que la Avenida del Centro cercenó la ciudad, en ningún momento han estado en contravía de construir corredores para la movilidad vehicular, sino que están explicando la evidente mutilación que sufrió Manizales por falta de planear las obras con visión de conjunto y de futuro.
Estos muñones de calles que dejó la avenida a su paso, rompiendo violenta e indiscriminadamente la trama urbana trazada por los colonizadores, son la expresión de otra violencia tan perversa como la que sufren a diario millones de colombianos y es, posiblemente, tan dañina como esta, por el maltrato oficial, en este caso, que identifica la manera altanera como se comportan algunos de nuestros gobernantes con sus ciudadanos.
La “mejora” inaugurada recientemente en la calle 23 con Avenida del Centro es, literalmente, una vergüenza. Se acaba de construir e inaugurar con bombos y platillos una enorme y onerosa intervención en la Plaza Alfonso López Pumarejo para mejorar la movilidad, se retiraron veintiún (21) semáforos, informa orgullosa, con toda razón, la Administración Municipal y, a la cuadra se tiende cuan largo es, un “policía de concreto” para reducir la velocidad, ¿de qué se trataba entonces?
El eslabón faltante entre el sector de las galerías y el centro institucional de la ciudad no se “resuelve” así, pues persiste en mantener la brecha haciendo de la vida urbana, una antidemocrática y peligrosa segregación, situación que hoy, es aún más contradictoria, dado que se ha emprendido la más ambiciosa renovación urbana de que se tenga noticia, desde los tiempos jubilosos del centenario de Manizales en los años cincuenta: La renovación urbana de San José y las ochenta manzanas que constituyen la órbita de su territorio.
Cuando los habitantes de una ciudad se sienten violentados por el Estado al ser excluidos de las soluciones que afectan su vida cotidiana, la rabia continúa creciendo, el escepticismo y la subversión ocupan el lugar que debiera estar destinado al civismo y la cultura.
Es que la participación no es necesariamente el resultado de plebiscitos o convocatorias públicas con votación y todo; es sencillamente la sabia interpretación de las necesidades de la gente. En el caso de la calle 23 se trata de ver los terciadores, así se llamaba antaño a aquellos que transportaban en enormes canastos, los mercados comprados en la plaza, los que se dirigen al Palacio Nacional o a la Gobernación, los que van a ceremonias religiosas o a desfiles cívicos y mítines políticos atraídos por los rituales vistosos de la democracia, en fin, a todos aquellos que se sirven del centro institucional de la ciudad y utilizan esta senda como el cauce natural que les ha deparado la historia y que la torpeza, desidia o miopía de quienes toman las decisiones, ha desconocido campantemente.
Aquel principio jurídico que establece que el desconocimiento de la ley no excluye de su cumplimiento, o la aseveración de tinte religioso, que amenaza con el fuego eterno a aquel que inocentemente peca…, son sencillamente, acuerdos sociales, cuyo sentido es el de alertar acerca de la responsabilidad que subyace en toda decisión por insignificante que parezca.
Así como la calle 23, que hemos utilizado para visualizar la importancia de entender la ciudad como un todo, donde la movilidad y el espacio público son estructuras interdependientes y finalmente las que determinan la calidad urbana de la ciudad, existen en el mismo recorrido de la Avenida del Centro, otras calles de igual afluencia, que es necesario resarcir; para ello hay que reconocer simple y llanamente las necesidades de su población.
El edificio implosionado en aras del progreso de la alcaldía del centenario, en la plaza Alfonso López Pumarejo, utilizó como parámetro para su diseño urbano la metáfora del puente. Se proponía con ello, establecer lazos de unión entre dos sectores socio-económicos caracterizados por la desigualdad. Así es que volvamos al río, e imaginemos la ciudad restituida mediante un sistema de hermosos puentes peatonales, capaces de adaptarse a las diferentes circunstancias urbanas.
Tenemos una responsabilidad histórica con Manizales, alguien tiene que oír los reclamos desesperados de su ciudadanía.
*Esta columna fue publicada en LA PATRIA el ocho de noviembre del 2012.
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