Alvaro Segura


Henchidos de alegría tras el destacadísimo papel que cumplieron nuestros deportistas en los Juegos Olímpicos de Londres, sobre todo los que alcanzaron medallas, que como lo pudimos comprobar hicieron el máximo esfuerzo para lograr sus hazañas, debemos decir que más allá de cualquier hecho crítico, lamentable o desproporcionado, como tantos que nos suceden permanentemente, el deporte y la educación son, en definitiva, nuestra carta de salvación.
Durante estos 18 días de actividades vividas al máximo gracias a la magia de los medios de comunicación, pero ante todo de los que manejan imágenes, comprobamos de nuevo cuánto pesan los procesos de formación a la hora de conseguir grandes triunfos.
Lo de la Mariana Pajón, el único oro que alcanzamos y lo digo así pues ella misma indicó que esa medalla es nuestra, no es otra cosa que esfuerzo, sacrificio y disciplina, y eso en una joven de apenas 20 años que lleva poco más de las tres cuartas partes de su vida entregada al bicicross, sin descuidar sus estudios, demuestra que es una persona dedicada y obsecuente que ha necesitado del apoyo y comprensión de su familia y de sus maestros.
Pero no podemos quedarnos sólo con Mariana, los otros siete medallistas olímpicos de esta vez, al igual que la gran mayoría de nuestros campeones mundiales en diferentes disciplinas y competiciones a lo largo de la historia, incluyendo a los que juegan fútbol que es el deporte de mayor aceptación, han surgido en medio de las dificultades. La pobreza, la falta de estímulos, hijos muchos de ellos de madres solteras y abandonadas, y salidos de los sectores más populares, con deficiencias en su alimentación, se han sobrepuesto a las adversidades y triunfaron.
Eso parece lo tomaron como ejemplo nuestros dirigentes políticos y gobernantes que a pesar de los clamores permanentes para darle más recursos al deporte en general, mantienen insignificantes presupuestos que no permiten las mínimas condiciones para que un niño, joven o adulto pueda prepararse adecuadamente.
En Caldas, Nariño, Atlántico, Córdoba, Guajira, Quindío, Magdalena y en casi todo el país el deporte es la cenicienta. Por eso con contadas excepciones, caso Bogotá, Cali, Medellín y una que otra ciudad capital, donde hay muchos recursos y quizás más consciencia, los escenarios y el apoyo para ciertas disciplinas es evidente.
No obstante en esos sitios y en otros con menos ventajas, los privilegios saltan a la vista según el deporte. Para tenis hay recursos, lo mismo para golf, fútbol, en fin, para otras prácticas que se volvieron un poco más elitistas. Pero esos dineros o los apoyos para los deportistas generalmente salen de los padres de familia, porque las ligas de los departamentos no tienen los recursos suficientes que representa una salida a otro departamento o fuera del país.
Nuestros deportistas son los campeones en promover rifas y actividades para obtener el dinero que les permita viajar sin tanta dificultad a disputar torneos y competencias regionales, nacionales e internacionales, todo porque las autoridades administrativas no tienen el deporte como una prioridad o una política esencial.
Hoy las contralorías en Caldas, la de Manizales y la Departamental, adelantan procesos de responsabilidad fiscal por presuntos detrimentos patrimoniales en obras e inversiones públicas que no se hicieron, las dejaron a medias o las terminaron pero pagando el doble y el triple del valor inicial. Si eso no se permitiera, si hubiese una vigilancia extrema sobre los recursos públicos que son sagrados, seguro nuestros deportistas aquí en Caldas y en el país no nos estarían entregando solo 8 medallas olímpicas, serían el doble y el triple, con más oros bien brillantes por delante.
Ojalá aprendamos la lección de Londres para que dentro de cuatro años los que vayan a representarnos en los olímpicos, además de sentirse orgullosos de ser colombianos y de agradecerles a sus padres por el apoyo, digan con orgullo que gracias a las políticas estatales y gubernamentales el país sigue en ascenso.
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