Jorge Alberto Gutierrez


El patrimonio público, construido casi siempre con las uñas, destinado a permanecer en uso el mayor tiempo posible, queda siempre al arbitrio del gobernante, director o administrador de turno, los cuales sin miramiento alguno y casi siempre apoyados en el atrevimiento de su ignorancia, o aupados por su enfermiza vanidad, lo intervienen para acomodarlo a las necesidades de su ego, o en el mejor de los casos, y es la excepción, a las de la institución que representan.
Generalmente, y esto es grave, lo hacen sin entender la edificación a intervenir, desfigurando por completo el contenido de la arquitectura que les sirve de escenario. Tomemos los siguientes ejemplos para ilustrar el sentido de lo dicho hasta ahora: La antigua Alcaldía en la plaza Alfonso López se había erigido como uno de los hitos de celebración del centenario de la ciudad, un puente de comunicación entre el centro histórico y los barrios ubicados en su costado norte, una metáfora de acento democrático que se construyó siguiendo los postulados de la arquitectura moderna tan en boga en el mundo de los años cincuenta, porque representaba una manera de vivir más expedita y audaz, consecuente con el desarrollo de la industria, la ciencia y la cultura; su sentido de convocatoria estaba apoyado en la plaza y el lenguaje plástico del edificio serviría de estímulo a las generaciones que habitarían la ciudad después de los últimos destellos de los fuegos de artificio, con que se festejaron los cien años de la fundación de Manizales.
Un paralelepípedo soportado por columnas circulares de dos pisos de altura, diseñado de tal manera que pareciera "flotar" sobre el vacío, unas persianas de concreto, al estilo de las edificaciones gubernamentales de Brasilia, que tenían por encargo responder a las agresiones del sol que se presentaba inclemente, tanto en el levante como en el poniente, una proporción de escala humana audaz y acogedora a la vez, y una sede para el Honorable Concejo Municipal que equilibraba la composición en el marco de una plaza cívica de carácter sereno.
El edificio del Concejo Municipal no se construyó, condenando a los honorables concejales a deambular de sitio en sitio en busca de una posada que les otorgara algo de dignidad urbana; en la transparencia de los primeros pisos se embutió provisional y literalmente cuanta dependencia se le iba ocurriendo al burgomaestre de turno; las persianas de concreto se depositaron en una escombrera; hubo hasta columnas que se pintaron de rosado encía o Soacha como se le denomina en el altiplano, se agregó un piso con cubierta de asbesto y la emblemática plaza se convirtió en un desolado parqueadero público, reemplazada después por otra plaza sin una institución que le otorgara significado ¡todo un ejemplo de la eficiencia "paisa"!
Años después un alcalde, por motivos aún desconocidos, implosionó la edificación amparado en una valla que rezaba palabras más, palabras menos: "Implosión para el progreso", buena parte de la ciudadanía suspiró aliviada por la desaparición del esperpento y una sensación de limpieza se apoderó de la gente. El puente construido para el entendimiento se tiró por la borda y los habitantes de los barrios del norte empezaron a deambular sin control por el boquete que se les abrió hasta apoderarse de las calles republicanas que se habían construido para los desfiles militares, las procesiones religiosas y los recorridos pausados de la gente.
La misma crítica es aplicable a la ciudad, donde la mayoría de las dependencias de la administración pública hacen intervenciones e infraestructuras sin ton ni son, que una vez construidas son abandonadas a su suerte, porque no hay quien vele por su mantenimiento y conservación, y porque en esencia no responden a un plan concebido para darle coherencia estética a la ciudad.
Es una vergüenza, exclaman al unísono los que han visitado en los últimos meses la Terminal de Transportes, y los que hemos sido testigos del deterioro galopante que han venido sufriendo sus instalaciones. Todo comenzó en la anterior administración que desconoció flagrantemente el proyecto que había sido diseñado con el concurso de expertos en urbanismo, transporte y movilidad, como era de esperarse en un servicio de esta categoría; un proyecto que contemplaba ampliaciones futuras de sus instalaciones en relación a la demanda creciente del servicio de transporte por carretera. Se había diseñado además un puente peatonal que debía entregar en el centro de gravedad conformado por la Terminal y la estación del Cable Aéreo, con el objeto de atender óptimamente a los distintos usuarios del complejo urbano, amén de los cuidados que se tuvieron en el diseño y la construcción para que la ciudad contara con un servicio que en su momento fue calificado como uno de los más actualizados del país.
Todo fue infructuoso, no hubo "poder humano" ni conceptos técnicos redactados por expertos que hicieran desistir a la administración de sus arrogantes decisiones: el puente se construyó en otro sitio, tergiversando por completo la intención arquitectónica de los proyectistas y las necesidades urbanas de la ciudad, pues penetró violentamente la edificación, justamente en el elemento que servía de escolta a la puerta de acceso; la pedrada en el ojo bueno dirían aquellos que se valen del sentido común para moverse por la vida. El lote destinado a las ampliaciones futuras se puso en venta, los servicios complementarios se los llevó el ensanche y el orgullo de entonces se empezó a tugurizar: locales comerciales en los jardines y las circulaciones de pésima factura, mutilaciones al área comercial por solicitud de algún cliente, ventas y vallas publicitarias por doquier, accesos de una precariedad, inconveniencia e irresponsabilidad que dan ganas de llorar, estación de servicios donde era el parqueadero público, el actual y todo allí es de una informalidad tal que parece atendiera una redada de prófugos a los que se les han coartado sus derechos.
El futuro que le espera a la Terminal se ha expuesto sucintamente en los ejemplos de este escrito, ya había pasado lo mismo con la ubicada en el centro de la ciudad, ésta va por el mismo camino pero más de prisa, hasta que aparezca una valla que anuncie su demolición y todos volvamos a suspirar de nuevo, agradecidos.
Se acude, para justificar la "comercialización del edificio" a la necesidad de darle sostenibilidad económica al bien, de acuerdo, la sostenibilidad es un imperativo inaplazable, pero hay que concebir la estrategia adecuada que no atente contra la calidad del servicio y mucho menos con la dignidad de la gente, ¿quién de ustedes está dispuesto a darle solvencia económica a su familia prostituyendo a uno de sus hijos?
Es por esto que propongo se cree, si es posible en el POT, la figura de un curador que vele con absoluto rigor por el patrimonio público de la ciudad, que sea el garante de conservar el espíritu para el que se hicieron las cosas. Hay un ejemplo que nos puede ilustrar: La gobernación de Caldas luego de la onerosa restauración a la que fue sometido el palacio de gobierno, instauró la figura de un curador, responsable de conservar el edificio en su mejor estado y a fe nuestra que le ha hecho honor a su cargo.
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