María Carolina Giraldo


Hoy todos nos preguntamos ¿cómo fuimos capaces de gastarnos 35 mil millones de pesos para que 505.273 personas votaran el pasado domingo en las consultas internas de 3 partidos políticos? Ciertamente, las cifras resultan escandalosas, sin embargo aquí estamos frente a una situación mucho más profunda que el despilfarro de recursos.
Al parecer las reformas propuestas para evitar este tipo de sinsentido son todas cosméticas y todavía no se plantean alternativas que busquen remediar el mal de raíz. Lo que sucedió el pasado domingo no es más que un ejemplo, gráfico pero sobre todo muy costoso, de la debilidad de los partidos políticos.
La idea de la democracia se estructura sobre los partidos políticos. Es allí donde los ciudadanos que tienen ideas convergentes sobre la estructura, forma y contenido del Estado se reúnen para hacer el primer debate sobre lo público. Los consensos y acuerdos alcanzados mediante la discusión se plasman en los estatutos del partido, de ahí en adelante la militancia se sostiene con ideas y coherencia ideológica de los representantes hacia los ciudadanos que los apoyan con los votos.
La teoría de los partidos no tuvo mucho acogida en América Latina, donde preferimos la evangelización a la construcción colectiva. En estas latitudes nos resulta más fácil apoyar a un mesías o caudillo, de manera casi fanática, que construir lo público a partir de las ideas y el debate. Asimismo, las personas que ejercen la política han decidido explotar este rasgo cultural buscando candidatos carismáticos con acogida popular, antes que darle prioridad a una plataforma de ideas. Ya es costumbre crear un partido a imagen y semejanza del candidato indicado para cada elección.
Adicionalmente, si los ciudadanos no cuentan con educación de calidad desarrollar una democracia de ideas y argumentos se convierte en una labor elitista y compleja. Tal vez por eso, también el ciudadano prefiere al mesías que soluciona problemas sin preguntar mucho y sin responsabilidad.
En este contexto, una institución que nació para el debate y la construcción colectiva de lo público y sobre lo público termina pareciéndose más a una sociedad privada, donde se tramitan los intereses particulares de las personas que la componen. Así las cosas, los partidos políticos se han convertido en organizaciones cerradas que no representan a nadie, y por lo tanto, donde no milita nadie. Aquí crear un partido es lo mismo que realizar una campaña electoral. El abstencionismo del 97% es una muestra contundente de lo alejados que hoy están los partidos políticos de la ciudadanía a la que dicen representar.
En Colombia no nos ha importado si el partido Liberal compromete su voto con un procurador que es abiertamente conservador, o en qué partido militaban los 51 excongresistas que hoy se encuentran condenados por parapolítica, o si el partido al que le di mi voto en las pasadas elecciones todavía subsiste. Existen políticos de carrera que han militado en partidos de ideología completamente contraria y todavía los elegimos. Aquí se participa con más fidelidad y pasión en un equipo de fútbol, en una metodología de crianza o en un sistema de alimentación que en un partido político.
Nuestro sistema es tan imperfecto que hoy, paradójicamente, se encuentran cuestionados los partidos que torpemente tratan de hacer la tarea, que se someten a un sistema de elecciones con el fin de democratizar unas instituciones que desde hace mucho tiempo dejaron de ser democráticas.
Mientras tanto, los viejos zorros de los partidos tradicionales, con ese olfato que los caracteriza, no quisieron meterse a este juego porque sabían los costos, no solo económicos, que esto implicaba. Ellos conocen muy bien que no tienen bases políticas, que no tienen militancia, que sus partidos dependen de los votos de una masa de personas hambrienta de múltiples necesidades, que ellos no han sabido llenar cuando han ocupado el poder, y han quedado listas para cambiar por votos cada cuatro años.
Así pues, nos estamos dejando deslumbrar por el tamaño del despilfarro, que en verdad fue grande, pero si queremos evitar salidas en falso como la del pasado domingo, tenemos que empezar por fortalecer los partidos políticos, debemos atender las causas y no las consecuencias.
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