María Carolina Giraldo


A finales de mayo, tres de los economistas más importantes del mundo protagonizaron una discusión pública que ha tenido eco en la prensa. Paul Krugman, Premio Nobel de Economía, ha criticado la investigación de Keneth Rogoff y Carmen Reinhart, profesores de Harvard, en la cual reconstruyen las crisis financieras y sus consecuencias desde 1800 y defienden la importancia de implementar medidas de ajuste y austeridad. En abril, un joven estudiante de la Universidad de Massachusetts dejó en evidencia que la base de datos usado por Rogoff y Reinhart omitía datos. Por tal motivo, Krugman se basa en esa debilidad, así como en lo que él considera una falsedad argumentativa de la hipótesis principal del estudio, para atacar el documento.
Desde que empecé a oír de la prestigiosa investigación de Rogoff y Reinhart, me ha llamado especialmente la atención que varios medios de comunicación, académicos e incluso los responsables de formular e implementar política pública se refiera a este libro como el documento en el cual se apoyan los gobiernos de Estados Unidos y Europa para justificar sus políticas de austeridad. Es tal su importancia que el mismo Krugman se ha atrevido a manifestar que esta investigación podía haber "destruido casi por completo la economía de Occidente".
En la postguerra, el filósofo alemán Herbert Marcuse ya había descrito esta situación con el concepto de la "Conciencia feliz", según la cual, la sociedad se desenvuelve bajo "la creencia de que lo real es racional y que el sistema entrega los bienes", incluidos aquellos intangibles provistos por la industria del conocimiento. Lo anterior, produce "un nuevo conformismo que se presenta como una faceta de racionalidad tecnológica y se traduce en una forma de conducta social" que no cuestiona, que no duda, que no usa la razón.
Me es difícil aceptar que en países desarrollados, con altos índices de educación, donde los encargados de hacer políticas públicas han sido alumnos de las mejores universidades del mundo, se justifique la implementación de medidas macroeconómicas fundamentadas en una sola investigación, como sí ésta fuera, por provenir de un prestigioso centro de pensamiento y de afamados investigadores, la única lectura posible de esa realidad, la estrategia ideal, la alternativa inmejorable. Me niego a creer que el mundo de la investigación, las políticas públicas, los tecnócratas hayan llegado a ese punto de no dudar, de no cuestionar, de asumir la existencia de una verdad única y absoluta, como si la razón se hubiera relegado a un nuevo Dios, no el de los espíritus, como antes de la ilustración, sino al de los argumentos de autoridad.
Porque si así son las cosas, como dice Krugman, los daños pueden ser colosales, no solo en el campo de la economía y la recuperación de las finanzas públicas de los países del primer mundo. Esta situación puede llevarse a cualquier plano de la vida, qué tal si los médicos empiezan a tratar a sus pacientes con base en una única investigación por provenir de un médico famoso, de una universidad prestigiosa o de una compañía farmacéutica exitosa. En materia de educación, el pediatra español Carlos González ha estudiado con lupa las investigaciones más relevantes sobre las cuales se han estructurado las técnicas más populares de crianza moderna de bebés y niños pequeños, González ha encontrado que en varios de esos estudios hay debilidades metodológicas o problemas de interpretación.
Se hace pues fundamental volver a interrogarse, a cuestionar todo, no importa si al final del juicio se reafirma la tesis inicial, eso la hará más poderosa. Siempre habrá que hacerse las preguntas fundamentales, no importa si la teoría viene de Harvard, la desarrolló el más inteligente, la promueve el más famoso, la defiende el más poderoso, la patentó el más rico, siempre hay que dudar.
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