Álvaro Marín


¿Qué hay en un nombre? fue la coletilla -adenda, post-scriptum o posdata- con la que el inolvidable maestro Antonio Panesso Robledo solía cerrar sus eruditas columnas denominadas Temas de nuestro tiempo. Plangloss, como firmaba el escritor, remataba sus notas con agudos apuntes sobre curiosidades contenidas en los nombres al estilo de Aquiles Pinto Flórez, Miguel Marco Gol, Ramona Ponte Alegre, Francisco José Folla Doblado y Pedro Trabajo Cumplido, entre tantos otros.
Intentemos un ejercicio de similar naturaleza sobre nombres y sobrenombres, a través de personas que han dejado huella y de especímenes sombríos que solo dejan cicatrices imborrables.
Para ilustrar la última categoría, basta mencionar ciertos alias -o chapas- que hablan de la calaña de sus dueños: Fritanga, El Marrano, Monoleche, Vaca Fiada o el autodenominado Canalla, el tristemente célebre y confeso asesino del hincha de Nacional, hecho que desató en todo el país una cruzada en contra de la violencia en los estadios y sus alrededores. Paradójicamente sabemos que en Colombia las olas de indignación duran lo mismo que un bizcocho en la puerta de una escuela o un gramo de cocaína en la entrada de una discoteca, para decirlo en lenguaje contemporáneo.
Los libretos sangrientos del cine taquillero, de las series de televisión e incluso de los videojuegos de moda, se transforman en cartilla para la criminalidad criolla. De allí se copia la concepción diabólica que nutre los más bajos instintos del ser humano. Tampoco se quedan atrás los medios de información amarillista, que se frotan las manos al poder amplificar en sus titulares y páginas los degradantes sucesos que elevan -sin escrúpulo alguno- sus índices de audiencia. Tal orgía de barbaridades nos pone en la disyuntiva de diagnosticar -para consuelo del desconsuelo- entre una sociedad enferma y un país indolente.
Vayamos, entonces, a los nombres propios. Primero, las damas:
Silvia Gette. Es una argentina, nacionalizada con todos los "pergaminos", a cargo de la Universidad Autónoma de Barranquilla. La ahora calificada "decana del mal" encarna el nuevo sinónimo del cálculo y la frialdad delictiva y criminal. Con maleva y sistemática persistencia acabó adueñándose de la prestigiosa institución universitaria. La tenebrosa excabaretera se convirtió en la mandamás del alma máter no sin antes ver allanado el camino gracias a las muertes sospechosas del antiguo rector, su esposo tardío, y del yerno de éste. Por fortuna, ya está privada de la libertad, y bajo investigación sus innumerables propiedades dentro y fuera del país.
Germán Vargas Lleras. La mortificante politiquería colombiana madrugó a mostrar sus cartas tras la disputa por el control del Estado, del parlamento, de la nómina oficial y de la corrupción profesional, mediante una campaña laxante que será una auténtica guerra entre afiches y carteles. Por eso, estamos frente a una oportunidad de oro para examinar la conveniencia de darle a Colombia el mando de un estadista de probada capacidad de ejecución y con suficiente carácter para devolver autoridad y dignidad al ejercicio público: Germán Vargas Lleras. Un país al garete y sin disciplina social ni política ni económica, requiere un hombre de acción, experimentado, estudioso, valiente y vertical. El exministro tiene tradición de mano dura, y eso es conveniente para neutralizar a los contemporizadores de oficio.
Jorge Giraldo O. Es bien reconocida esta firma inmobiliaria, decana de los negocios de propiedad raíz en Manizales durante más de medio siglo. Lo que pocos saben es que su fundador se despidió de esta tierra que tanto amó en completo silencio, de la misma manera como pasó por el mundo. Si bien son vistosos sus rótulos en los inmuebles que administra la empresa, muy al contrario, Jorge Giraldo era discreto como un gran maestro sin estridencias, dueño, a su vez, de un espíritu recio y libre, escéptico e inteligente. No solo fue la antítesis del hombre de negocios de la actual generación de fantoches, sino un paradigma de sobriedad, que hizo de su organización empresarial una institución digna de toda confianza. Le concedió con su nombre categoría de marca, de sello de garantía. De allí su tradición y credibilidad. Nos hará falta su profunda sensibilidad social y cívica, su carácter crítico e independiente, sus valores y virtudes.
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