Camilo Vallejo


Silicon Valley es la región más próspera en tecnología e innovación de Estados Unidos. Tomó su nombre del silicio (silicon, en inglés), un elemento químico que puede presentarse de dos maneras: cristalizado o amorfo. Ese un hecho estupendo para sugerir que la historia de esa región se puede también contar de dos formas, una con buenas noticias y otra con malas.
La de buenas noticias cuenta que el silicio y Silicon Valley nos regalan riqueza y progreso. Todo por las tecnologías fantásticas que nos facilitan tanto las propiedades del elemento como las industrias de la región: chips, computadores, programas, sistemas, redes.
Pero está la otra forma de contar. La de noticias malas. La que molesta por ser aguafiestas. Esa en la que Silicon Valley es en sí mismo una mala noticia, porque encontramos allí que, con el silicio, se produce pobreza con la misma facilidad que se produce riqueza. Allí se inventa un suplicio.
Varias familias comparten garajes y carros para pasar las noches. En esa ciudad sólo se tiene casa en sueños, pues los valores de la propiedad y de los arriendos se han desquiciado como si todos allí fueran los dueños de Google.
Las madres de familia trabajan en compañías tan prestigiosas como Hewlett-Packard, Oracle, Intel o Sun, pero en jornadas laborales de casi veinte horas. Sirven tintos y limpian los escritorios de esos empresarios que, pudiendo ser sus nietos, reciben en un año de sueldo lo que ellas no han recogido en toda su vida.
Allá el silicio es gobernado por hombres, porque las más altas labores parecen aún estar vedadas para las mujeres. Por otra parte los porteros, conductores, mensajeros, así como las secretarias, trabajan bajo modelos de tercerización en los que nadie responde por sus reclamos y sus situaciones laborales indignas.
Los jóvenes saben, por un lado, que en su propia ciudad jamás tendrán una oportunidad diferente a los trabajos asistenciales. Por el otro saben que las posibilidades de acceder a cargos técnicos, profesionales y directivos, las tienen los cientos que llegan de sitios lejanos, esos que ya vienen con los títulos y los conocimientos que se requieren y que además son imposibles para ellos. Saben que su tierra la hicieron próspera para otros.
Entonces uno no encuentra qué pensar desde que la revista Dinero, en noviembre del año pasado, describió a Manizales como un Silicon Valley colombiano. Cuando nos presentan, o nos presentamos de esa forma, ¿queremos cumplir con las buenas o con las malas noticias?
Por lo pronto hay que contar la historia de Silicon Valley de esa forma menos agradable. Hablarla así, sin florituras, es poner en evidencia sus malas noticias; y ponerlas en evidencia en parte es conjurarlas. Para que llegado este caso de querer emular lo benévolo no nos coja ventaja lo amargo. Que nos quede la posibilidad de desencantarnos a tiempo del hechizo. Sólo así podremos decidir hacia dónde queremos ir.
Silicon Valley nació cuando se usó el silicio para un interés bélico de inteligencia, de hegemonía y de imperio, y por eso el gobierno estadounidense aportó millones para hacer realidad las tecnologías que surgirían de allí. Después se desarrolló bajo el marco de una economía sobrevalorada –que hace poco reventó– en la que los empresarios aparecieron para apoyar la innovación, pero siempre que los hiciera más ricos con rapidez, como dictaba el momento. Silicon Valley, más que un proyecto de innovadores, fue un proyecto de militares y financistas.
Asusta que nos dediquemos a la tecnología y la innovación sólo para la ganancia comercial de los empresarios que han creado un nuevo mercado con ellas. Asusta que queramos ofrecerle al mundo herramientas tecnológicas para desarrollarlo y para promover igualdad, pero que en nuestra propia casa, a los más necesitados, sólo les ofrezcamos un trabajo cualquiera, el que toque, el más barato. Asusta que queramos darle mejores futuros a la humanidad pero apenas presentes inmediatos a nuestra comunidad. Asusta que usemos una revolución tecnológica sólo por aplazar la social.
Si de verdad Manizales es una ciudad con condiciones para la tecnología y la informática, hay que tomar otro rumbo para nuestro proyecto, uno en el que el modo de innovar sea una innovación más. Uno en el que la creatividad tecnológica apunte más hacia la cultura y la educación, y menos hacia la empresa y el ánimo de imperio. Hay que ofrecernos con el silicio dignidad, igualdad y autonomía, sacarle provecho juntos, e inventar las herramientas que seduzcan al mundo sin esclavizar nuestra propia ciudad.
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